El día que la guerrilla colimota tomó la XERL*

POR Bibiano Moreno Montes de Oca

Tras mucho tiempo de preparación y organización exhaustiva, por fin el Comandante Rojas se sintió en condiciones de iniciar en Colima el movimiento armado. Claro que para ello había que lanzar primero la proclama en la que se reivindicara a la guerrilla, que ya había surgido en varias partes el país, y que en Colima se había denominado La victoria no nos la quita nadie, chingao.

El Comandante Rojas, reunido con su gente en los alrededores de la Piedra de Juluapan, juntó a su estado mayor para analizar la proclama que se lanzaría a los compañeros colimotes.

—A ver, Comandante Chalo —pidió Rojas—, ¿cuál estación de radio sugiere para lanzar nuestra proclama?

—Yo creo que por la XEBCO, que tiene una gran potencia y su señal se capta hasta en Tijuana. Considero que es la radiodifusora perfecta para el efecto.

—No seas atarantado, Chalo —cortó el Comandante Rojas—. La XEBCO no la escuchan ni sus anunciantes. Es, simplemente, perder el tiempo infructuosamente.

—En cierta ocasión —recordó el Comandante Arnoldo—, un compañero locutor me comentó, totalmente desalentado, que nadie le llamaba al programa que conducía, con todo y que se abordaban temas de interés general y de polémica. La única vez que sonó el teléfono, cosa que lo alegró enormemente, resultó ser su esposa que llamaba para preguntarle qué iba a querer de cenar…Terrible.

—¿Qué les parece la XEUU, Radio Variedades? —sugirió nuevamente el Comandante Chalo.

—Es una radiodifusora que no escuchan todos los colimenses; además, Padilla y Ordorica son unos tipos que no me pasan —dijo el Comandante Rojas.

—¿Cómo ven si la proclama la lanzamos por televisión? Por ejemplo, ¿qué les parece el Canal 5? Podríamos aprovechar el programa de Blanchet —dijo el Comandante Héctor con su chillona voz y amaneramientos femeninos, lo que hacía que desentonara entre ese grupo de hombres que discutían de tácticas guerrilleras.

—No te la jales, Comandante Héctor —dijo Chalo. La televisión no es el medio más apropiado para lanzar una proclama guerrillera; no lo es, al menos, una televisora que tiene una audiencia mínima.

—Además, Blanchet pediría su comisión, y la causa no está para desperdiciar el dinero en estupideces —dijo uno.

—No se olviden que a Blanchet ya lo echaron cariñosamente a patadas del Canal 5 —dijo otro.

—¿Y el Canal 12? —volvió a insistir la voz chillona del Comandante Héctor, que entre la tropa era conocido como La Hectorona.

—¡Sí serás pendejo, Héctor! —gritó el Comandante Rojas—. El Canal 12 es semiclandestino, igual que nosotros, y lo que ocupamos es un medio que tenga una cobertura atractiva.

—En el Canal 12 se puede cometer el crimen perfecto, sin duda—dijo el Comandante Arnoldo.

—Yo creo que definitivamente se deben descartar las televisoras locales. Todavía si fuera el Canal 2, sería otra cosa. O por lo menos el Canal 5 de alcance nacional. Además, muchos no tienen todavía Telecable —dijo el Comandante Chalo.

—Tienes razón, Chalo —dijo Rojas.

—Además, no hay que olvidar que Rojas, que se encargaría de leer la proclama, no es precisamente alguien de rasgos agradables. ¿Me entienden, no? A menos que se cubrieran la cara.

—Lo que Arnoldo dice, Rojas, es que estás muy feo como para salir en televisión —dijo la voz afeminada del Comandante Héctor.

—Bueno, bueno, está bien —dijo Rojas—. Mejor volvemos a las radiodifusoras.

—¿Qué opinan de las estaciones en FM? —dijo Chalo.

—¡No manes, pinche Chalo, las de FM sólo las escuchan los exquisitos, esos que hasta se duermen con el radio prendido! —dijo con sorna el Comandante Arnoldo.

—¡Ay, mejor en La Comadre! —dijo la aguda voz de La Hectorona.

—Deja de estar diciendo pendejadas a lo cabrón, Héctor, ¿quieres? —dijo Rojas, visiblemente molesto.

—El Comandante Chalo tiene una propuesta viable que hacer a este respecto —observó Arnoldo, señalando con un dedo al aludido.

—En efecto —dijo Chalo, con el índice en alto —, creo que la estación radiodifusora que nos va a permitir una cobertura regional, hasta donde podamos difundir nuestro mensaje, es la XERL, la voz costeña desde Colima, para parte de Jalisco y Michoacán, que transmite desde la pirámide encantada en La Armonía, tradicional barrio colimense.

El silencio, que pesaba como plancha de acero sobre las espaldas de los guerrilleros, fue absoluto por instantes que parecían siglos. A lo lejos eran perceptibles los zumbidos de los mayates que merodeaban por la Piedra de Juluapan.

—Para mí que Levi te pagó el comercial, pinche Chalo, porque te salió bien chingón el discurso —dijo Arnoldo.

—¿Y por qué con ese tío? —dijo Rojas.

—Bueno, es una estación bastante escuchada: al menos por las mañanas, aunque sus programas de noticias y cometarios ya dejan mucho que desear —dijo Chalo.

—De acuerdo —, dijo Rojas, colocadas ambas manos sobre la mesa en la que se discutía—. La proclama se lanza mañana a las ocho y media, para que haya mayor impacto.

La guerrilla se trasladó a la ciudad de Colima. Todos los sublevados durmieron en sus casas —para no levantar sospechas—, y a las ocho y media de la mañana se reunieron frente a la estación de la pirámide encantada. Ese día, a la hora marcada, los cuatro comandantes se metieron a la radiodifusora, en tanto que un nutrido grupo se encargó de vigilar las instalaciones. Los cuatro comandantes subieron al segundo piso, cruzaron bajo la pirámide chafa y prorrumpieron en la cabina del fondo a la izquierda, desde donde se transmite la XERL.

—Nadie se mueva de su lugar: en este momento el grupo La victoria no nos la quita nadie, chingao, tiene a bien tomar esta radiodifusora para lanzar al pueblo de Colima y a la nación en general la proclama —dijo la grave voz del Comandante Rojas.

Un chaparro de lentes, que en ese momento tartamudeaba algo frente al inerme micrófono, de pronto se quedó mudo.

—Oiga, Comandante Rojas, ¿qué este cabrón chaparro no era uno de los nuestros? —dijo el Comandante Chalo.

—Tú lo has dicho: era. Ahora es un aprendiz de burguesito, porque para burgués todavía le falta mucho —dijo Rojas.

—Recuerdo cuando hace años se subía a los toldos de los autos, por lo enano que está, desde donde lanzaba proclamas incendiarias —dijo la tipluda voz de Héctor.

Al otro tipo que se encontraba ahí, con una sonrisa de oreja a oreja, los guerrilleros lo confundieron con Tom Cruise y comenzaron a pedirle autógrafos; sin embargo, en cuanto escucharon su español bastante fluido, se decepcionaron por completo. En venganza, lo agarraron a coscorrones y lo mandaron por los refrescos. La proclama comenzó a ser leída por el Comandante Rojas:

—Pueblo de Colima: compañeros y compañeras de este gran estado mexicano del occidente central…

—¡Alto, alto! —interrumpió una agitada voz.

—¿Quién chingados es este que nos viene a interrumpir en un momento tan importante? —dijo sumamente molesto Rojas.

—Soy el dueño de esta radiodifusora, Levi.

—¿Y qué? —dijo Rojas encogiéndose de hombros.

—Señor, no está permitido que se lancen consignas que alteren el orden y la paz pública.

—¿Quién lo dice? —dijo Rojas.

—La Secretaría de Gobernación es clara.

—No interrumpas, mano —dijo Arnoldo.

—También la Secretaría de Comunicaciones y Transportes es muy clara al respecto.

—Oye, Levi, ¿no te das cuenta que somos guerrilleros y que vamos a lanzar una proclama, te guste o no y lo permitan o no las autoridades? —dijo Rojas.

—¡Ah, una proclama! —dijo Levi. Reflexionó unos segundos y luego, como tocado por un rayo, dijo en tono triunfal: —Entonces, señores, van a necesitar patrocinadores.

—¿Qué dices? —dijo, incrédulo, Rojas.

—Podría patrocinarlos La Marina Mercante.

—Pero…

—También podría pagar media hora de patrocinio la Coca Cola.

—Este…

—Los Almacenes Ley no estarían mal. De paso, digan que los Brun son muy guapos y humanistas.

—¡Basta, Levi, basta! —dijo La Hectorona.

—Es que sin patrocinadores no hay proclama —dijo Levy—. Me cuesta mucho dinero media hora de un programa si no hay alguien que pague. Prefiero lanzar al aire cualquier basura, antes que autorizar media hora sin el correspondiente patrocinador.

—¿Y ahora? —dijo Rojas.

—Podría apoyarlos con algo de tiempo la Casa Blanca, la de los jabones, claro —dijo Levi.

—¿Se puede meter un anuncio de condones en su corte? —preguntó la meliflua voz de Héctor.

—¿Por qué no? Si paga, adelante —dijo Levi.

—¿También entraría un anuncio de los kótex? A mí, de plano, se me hace muy interesante —dijo Chalo.

—¡Cómo no, no hay tos! —dijo Levi.

—Bueno, ni hablar: solicitaremos patrocinador. ¿Cuánto por la media hora? —dijo Rojas.

El tono hasta entonces informal se volvió, de pronto, severo. Dijo Levi:

—Señores, me disculpan; pero por lo pronto ya me deben media hora de este programa que ya se terminó. Si quieren lanzar su proclama se van a tener que conseguir más patrocinadores, porque yo vendo la media hora carísima.

—Oye, Levi: pero si ni siquiera llegamos a utilizar la media hora de tu pinche programa —dijo el Comandante Arnoldo.

—Ese no es mi problema, señores —dijo Levi—. Aquí pagan o pagan, no hay de otra: el tiempo ya se agotó.

—Ni modo, muchachos —dijo un resignado Comandante Rojas—. Se suspende la proclama momentáneamente por la falta de recursos suficientes. Completen para pagarle a este tipo lo que se le debe y vámonos nuevamente a la Piedra de Juluapan.

Todos bajaron lentamente. Antes de abandonar las instalaciones de la XERL, se escuchó el triste comentario del Comandante Rojas:

—La próxima vez lanzamos la proclama por medio de volantes y perifoneo. Es menos chinga.

*Publicado el 7 de enero de 1994.