Trilogía de Eco, el maestro de las conspiraciones (2/4)

POR Bibiano Moreno Montes de Oca

El análisis de la segunda novela de una tetralogía dedicada al maestrazo italiano Umberto Eco, iniciada la semana pasada con El nombre de la rosa, corresponde hoy a la intensa y fascinante historia denominada El Péndulo de Foucault. Sin mayores preámbulos, sale y vale. 

El Péndulo de Foucault / Umberto Eco (II) 

Un trío de intelectuales de la ciudad de Milán se conoce más o menos a inicios de la década de los 70 y se relaciona por su actividad común: la edición de libros en la Editorial Garamond, donde los tres llegan a colaborar. Ellos son Jacopo Belbo, Diotallevi y Casaubon, este último que lleva a cabo la narración de la conspirativa segunda novela de Umberto Eco: El Péndulo de Foucault.  

Eran los tiempos en los que el terrorismo hizo presa a Italia, aunque el narrador no hace mucho hincapié en eso. Lo que sí hace es destacar que en el bar en el que solía reunirse, El Pílades, caían muchos activistas de izquierda a pedir la colaboración y solidaridad de los presentes para la causa (cualquier cosa que eso fuera), aunque no faltaban los que hacían todo lo posible por ir en contra de las reglas, aun cuando fuera tachado de “fascista”. 

Todo inicia como un juego; de hecho, a los dos primeros, a los que poco después se sumó Casaubon, les daba por inventar departamentos –o facultades— con asignaciones, como si se tratara de una Universidad imaginaria. Así, por ejemplo, estaba el departamento de la Tripodología Felina, que es el arte de buscarle tres pies al gato. 

Uno de los personajes explica que ese departamento (el de Tripodología Felina) comprende las enseñanzas de las técnicas inútiles, como la Avunculogratulación Mecánica, que enseña cómo construir máquinas para saludar a la tía. También está la Pilocatábasis, que es el arte de salvarse por los pelos. Pero el tema resultaba infinito. 

De acuerdo con ese Plan, Los Templarios buscan apoderarse del mundo a un plazo de 600 años, comenzando en el año 1344. La fundación del grupo había ocurrido en el año 1128, a cargo de San Bernardo. En esa fecha, tras convocar a un concilio en Troyes, se acuerda la forma en que funcionará ese nuevo grupo de monjes soldados, con reglas contenidas en 72 artículos. Muy pronto la Orden de Los Templarios crece y adquiere enorme poder. Hay reyes que les regalan grandes extensiones de tierras, pues les temen y los odian por igual. 

Después de ser perseguidos y casi aniquilados por Felipe El Hermoso en un viernes 13, Los Templarios juran vengarse mediante un elaborado Plan que durará seis siglos para poderse ejecutar. El Plan consiste en llevar a cabo una misión en determinado lugar cada 120 años, luego de abrir uno de los seis sellos en total. Como 120 años son demasiados para que pueda llegar a buen fin la misión, son seis templarios los que guardarán el secreto por 20 años cada uno, que es un tiempo razonable. Es, como bien lo dice uno de los personajes, una especia de carrera de relevos. 

 A los 120 años se conocen las siguientes instrucciones a seguir (al abrir el siguiente sello), por lo que sigue otra misión de 120 años más. Así, las fechas en las que se deberán ir conociendo las indicaciones, que comienzan en Portugal en 1344, continuarán en 1464 en Inglaterra, en 1584 en Francia, en 1704 en Alemania, en 1824 en Bulgaria y en 1944 en Jerusalén. Sin embargo, por 1824 se pierden las indicaciones y el Plan fracasa. Hay algunas especulaciones, pues se supone que por el siglo XVIII supuestamente se recupera parte del Plan. 

Asimismo, el último sello tendría que abrirse en 1944 en Jerusalén, en plena Segunda Guerra Mundial, lo que hacía imposible poder seguir adelante con el Plan. Así, tras una nueva evaluación, la fecha decisiva podría ser en el año 2000 (el emblemático 2000). Claro, todo como parte de la especulación. 

Tras la desaparición del coronel Ardenti, la intervención de un sagaz detective de  policía de apellido De Angelis y llegar a cerrarse el caso del posible asesinato del viejo que quería publicar un libro sobre Los Rosacruces (que en el  camino sustituyeron a Los Templarios), la relación entre los intelectuales Jacopo, Diotallevi y Casaubon queda en suspenso por espacio de varios años, pues el narrador viaja a Brasil donde conoce a Amparo y con la que vive varios momentos decisivos en sus respectivas vidas, pues ambos asisten a  una ceremonia que resulta inquietante, invitados por otro misterioso personaje: Aglié. 

De regreso en Milán, ya sin la brasileña Amparo, Casaubon trata de rehacer su vida. Así, vuelve a visitar el bar El Pílades, donde el ambiente ha cambiado ahora, que es a inicios de la década de los 80 (el lanzamiento de la primera edición de la novela es de 1989). La idea del narrador es la de realizar trabajos de investigación para personas que las necesitan lo más pronto posible, aun cuando no sea tan sencillo poder obtener la información. 

En su reencuentro con Jacopo Belbo, Casaubon le habla sobre su nuevo trabajo, por lo que es calificado como una especie de San Spade de la cultura. En términos reales, la función del personaje de Umberto Eco es la que –con mucha más intensidad— desde el arranque de la segunda década del siglo XXI tiene ahora Google, obviamente con resultados de manera inmediata, aunque a veces con información no muy precisa.  

Así, pues, por su nueva actividad del Sam Spade de la cultura, Casaubon vuelve a  involucrarse con el grupo de Diotallevi y Jacopo Belbo (con el pretexto de hacer investigaciones para un libro que tratará sobre la historia de los metales), que retoma el tema del Plan de Los Rosacruces, ya con nuevas pistas para armar, tras reaparecer en Milán el viejo Aglié. 

Al saberse la existencia de un mapa que lleva al Plan original de Los Templarios, empieza la parte más oscura de El Péndulo de Foucault: Jacopo Belbo es obligado a asistir a París para informarle lo que sabe a una agrupación secreta que sesiona en pleno Museo parisino por las noches. Poco antes de ser capturado había logrado entablar contacto telefónico con Casaubon, que le sigue la pista a la capital francesa, donde tendrá lugar el desenlace de la intensa novela. 

Cabe señalar que, en su búsqueda por resolver el misterio que encierra el tema del Plan a sus dos compañeros (Diotallevi en fase terminal, víctima de una extraña enfermedad; Jacopo Belbo, retenido por los nuevos Rosacruces, que lo sacrifican justamente en un péndulo que se exhibe en el Museo de París), Casaubon descubre algunos expedientes guardados en la memoria de una vieja computadora denominada Abulafia. Parte de esos expedientes se publican en la novela, con un tipo de letra diferente del texto general, donde se nota que el autor comienza a dar muestras de paranoia. 

Los expedientes en la memoria llaman mi atención por el siguiente hecho: eran los tiempos –a inicios de los 80— en los que apenas comenzaban a venderse en forma masiva las computadoras con aquellos burdos discos cuadrados con poca capacidad de almacenamiento. A la vez, eso me recuerda la cinta Pi: el orden del caos (Darren Arenofsky), donde el personaje descubre un gran secreto que guarda en uno de esos discos de su vieja computadora, pues la historia también es de por esas mismas fechas, en una sombría ciudad de Nueva York que se presenta en blanco y negro. 

En fin: todas las novelas de Umberto Eco tienen un denominador común: abordan temas conspiracionistas. En El nombre de la rosa, además de los asesinatos ocurridos en una abadía al norte de Italia, se habla de la cercana llegada del Anticristo; en El cementerio de Praga se habla de los planes de los judíos (y los jesuitas y los masones, que para el autor son lo mismo) para dominar el mundo; en NúmeroCero se habla de la posibilidad de que Mussolini no hubiera muerto a fines de la Segunda Guerra Mundial, etcétera. 

Sin embargo, sin temor a equivocarme, se puede decir que la quintaesencia de las conspiraciones es El Péndulo de Foucault, si bien en su momento la crítica especializada no le hizo mucho ruido, como sí se lo hizo al de las correrías del monje William de Baskerville y el novicio Adso de Melk en la abadía del norte italiano.