Tetralogía de Eco, el maestro de las conspiraciones (1/4)

POR Bibiano Moreno Montes de Oca

Inicio hoy con el análisis de una tetralogía del maestro de las conspiraciones por antonomasia, el escritor italiano Umberto Eco, que ya andaría cumpliendo los 91 años por estas fechas. El análisis a la obra del gran piamontés lo haré de su primera a su última novela, si bien es cierto que no están incluidas todas, aunque sí las más representativas. Adelante con los faroles. 

El nombre de la rosa / Umberto Eco (I) 

Ejemplo de novela culta, con una interesantísima trama centrada en los asesinatos atroces que ocurren en una abadía medieval situada al norte de Italia, lo tenemos en El nombre de la rosa, del piamontés Umberto Eco. Sin proponérselo, el autor italiano creó con el lanzamiento de su obra –en 1980—  un subgénero con temas que tienen su origen por las mismas épocas del medievo, que en el gringo Dan Brown tiene a su mayor exponente con apasionantes obras como El Código Da Vinci y Ángeles y demonios

En apretujadas 471 páginas, Umberto Eco desentraña todo el misterio que envuelve a la abadía italiana, pero también otros temas –sub tramas— de suma importancia que por aquellas épocas eran cotidianas, lo que es necesario contextualizar para el mejor entendimiento de la historia. 

Situada la historia a fines del año de 1327, durante seis días que resultan fundamentales, el franciscano Guillermo de Baskerville llega a la abadía en la que han ocurrido algunos sucesos que requieren del acucioso olfato del fraile que perteneció a la Santa Inquisición, institución a la que renunció por no estar de acuerdo en sus “infalibles métodos” para encontrar culpables. 

El fraile franciscano llega acompañado del novicio Adso de Melk, que es el que se encarga de relatar los sucesos muchos años después, ya viejo y cercana la hora de su muerte. Los apellidos medievales desvelan el origen de sus portadores. Así, Guillermo es oriundo del Reino Unido y Adso de Alemania. Este último, pues, es el que da a conocer las peripecias que se dieron durante seis días en esa región gobernada por el abad Abbone, orgulloso de los tesoros materiales ahí existentes, incluida su bien dotada biblioteca. 

En virtud de transcurrir prácticamente la historia en una abadía, los capítulos se dividen en seis –los seis días en los que se desentraña el misterio—, que a su vez se dividen en los horarios en los que se lleva a cabo la actividad al interior de lo que es un microcosmos gobernado por el abad. 

El día en la abadía inicia con Maitines (entre las 2:30 y 3 de la mañana), Laudes (entre las 5 y las 6 de la mañana), Prima (hacia las 7:30, poco antes de la aurora), Tercia (hacia las 9), Sexta (el medio día, la hora de la comida), Nona (entre las 2 y las 3 de la tarde), Vísperas (hacia las 4:30, que en aquella región ocurre al ponerse el sol, por lo que la regla prescribe cenar antes de que oscurezca) y Completas (hacia las 6 de la tarde. Los monjes se acuestan antes de la 7 de la tarde. Y así cada día). 

Los temas políticos de la época se refieren a 1327 y más atrás, por lo que hay ciertas referencias al poeta Dante Aligieri (dos veces se le cita, pero sin mencionar su nombre, cuya obra es anterior a los hechos que se desarrollan en la abadía), pero sobre todo a Juan XXII, el Papa que está aliado al rey de Francia y vive en la ciudad francesa de Aviñón, no en Roma, y le tiene declarada la guerra a los dulcinianos, monjes que se tomaron al pie de la letra la pobreza de Jesús, pero que también choca con los franciscanos. 

En este contexto, hay curas, monjes y frailes que están a favor del Papa Juan XXII (en el siglo XX hubo un Juan XXIII que viene a ser la antítesis del que le precedió con el nombre) y otros que lo aborrecen, pues el aliado del rey de Francia es de los que apoyan la teoría de que Jesús no era pobre, algo contra lo que no sólo están los de la orden de los dulcinianos, sino también los franciscanos. El problema, empero, es que muchos años atrás un Fray Dulcino había llevado sus ideales al extremo de masacrar a los ricos en su lucha a favor de los pobres. 

El Fray Dulcino había sido torturado y asesinado por la Santa Inquisición, pero muchos de sus seguidores huyeron y ocultaron sus ideas políticas para poder subsistir en una época plagada de supersticiones e ignorancia, aunque también con su parte luminosa con los conocimientos científicos y filosóficos que ya se conocían por entonces, aunque no tan extendidos. 

De hecho, durante los seis días en los que se desarrolla la historia de El nombre de la rosa, tiene lugar en la abadía una reunión en la que dos legaciones –en lenguaje actual, delegaciones—  polemizan sobre la pobreza o no de Jesús, con dos bandos bien identificados: por un lado, los representantes del rey de Francia y del Papa Juan XXII; por el otro, los franciscanos, un ala menos radical que logra sobrevivir a la de los extremistas dulcinianos, desaparecidos por decreto y mediante el asesinato de Estado. 

A la abadía del norte de Italia han llegado a refugiarse algunos frailes que ahora tienen funciones bajo las órdenes del abad Abbone (como el cillirero Remigio, una especie de administrador, que en la confusión es atrapado por su origen dulciniano, así como el inofensivo Salvatore, que se expresa en diferentes lenguas), quienes se muestran muy nerviosos con la llegada de los inquisidores, representados por el sanguinario Bernardo Gui, ya bastante preocupados por la muerte del joven Adelmo de Otranto, que en realidad se había suicidado, aunque al principio se cree que era un asesinato. 

No es para menos la crisis que provoca el suicidio del joven monje, pues en un lugar donde están muy lejos sus moradores de ser santos, con sentimientos de carácter francamente homosexual, con pasado violento y con nulo amor por sus semejantes, todos sospechan de todos, y donde sólo Guillermo de Baskerville y su ayudante Adso de Melk representan la sensatez. 

En el transcurso de la historia vamos conociendo a los que en realidad representan un pequeño gobierno, con su abad como máxima autoridad, pero con sus ministros; entre otros, el cillirero Remigio, el bibliotecario Malaquías, el herbolario Severino, el vidriero Nicola da Morimondo, etcétera. De igual forma, conforme avanzan los días, comienzan a sucederse los brutales asesinatos, donde no faltan los que creen que todo es obra del diablo o que, de plano, es cosa del Anticristo. 

Los muertos se van acumulando en la abadía: al suicida Adelmo de Otranto se suman Berengario de Arundel, Severino de Sant´ Emmerano, Malaquías de Hildesheim. En medio del caos, pues, también conocemos la relación apasionada entre el novicio Adso de Melk con una muchacha que es llevada por la necesidad a la cocina; la intervención del inquisidor Bernardo Gui, que acusa de los asesinatos al cillirero, a Salvatore y a la única mujer que aparece en toda la historia (de la que toma su nombre la novela), tratando de llevarse el crédito que le corresponde a Guillermo de Baskerville; la presencia de un viejo misterioso, ciego y enemigo declarado de la risa, Jorge de Burgos, que sabe más de lo que se cree, y la propia visión del narrador, que en realidad soñó con cosas que había leído en algunos textos ya existentes. 

Al final de cuentas, dado que El nombre de la rosa es una novela culta, la clave de los asesinatos se encuentra en un libro del filósofo griego Aristóteles, conocido como Coeno Cypriani, cometidos por cuestiones de poder, pues la tradición indica que es el bibliotecario –donde se concentra la mayor riqueza de todas: la del conocimiento— es el que debe ascender a abad, una vez que el titular haya muerto. Pero no es el bibliotecario en funciones, Malaquías, el más interesado en el cargo. El misterio sigue después de su muerte. 

A decir verdad, la novela de Umberto Eco marca un antes y un después del thriller culto situado en la época medieval, con información vasta que ningún cura se habría atrevido a contarle a su grey.