Mi papá fue mi más grande súper héroe

POR Luis Fernando Moreno Mayoral

Cuando eres niño crees que tus papás estarán contigo toda la vida; te haces tan dependiente de ellos que no visualizas el futuro si no están ahí.

Mi papá, Bibiano Moreno Montes de Oca, fue mi súper héroe.

Mientras otros niños, en la década de los 80, querían volar como Súperman, yo, por el contrario, quería ser como mi papá: quería escribir y tener el reconocimiento de la gente que me leyera.

Yo crecí rodeado de periódicos y revistas que mi papá llevaba a la casa todos los días para leerlos; aun cuando todavía no eran los tiempos para elegir una profesión, porque en realidad no sabía qué era lo que quería hacer en la vida, me daba curiosidad saber qué era lo que contenían esos periódicos y esas revistas.

Los hojeaba y, al cabo de un rato, terminaba con las manos manchadas de negro por la tinta del periódico; mi mamá me regañaba y me ordenaba que me fuera a lavar para desayunar.

Antes de los 10 años de edad, cuando todavía no tenemos los conocimientos suficientes como para saber cómo funciona la vida, no sabía que los papás, en algún momento, tendrían que partir de este mundo.

Recuerdo una ocasión, cuando varios amigos estábamos trepados en un árbol enfrente de mi casa, que una niña nos preguntó cómo es que nacen los viejitos.

Por debajo de nosotros pasaba, ciertamente, una señora de edad avanzada con un bastón de apoyo; caminaba a paso lento y con dificultad.

Ella no sabía, por la inocencia de una niña, que un anciano no nace así sino se hace con el paso de los años; fue entonces cuando se asustó y se cuestionó si ella también llegaría a la vejez.

—Sí, así es —le respondimos.

Yo nunca me puse a pensar que mis papás morirían algún día porque en la infancia es algo que no te pasa por la mente; en el fondo sabes que tarde o temprano sucederá, y eso aterra. Duele.

En los 80, cuando no había acceso a la información como hoy, con las nuevas tecnologías, sólo podías ver las películas de súper héroes en el cine…pero sólo si te llevaban tus papás.

Mi papá nos llevó a mí y mi hermano, porque todavía no nacían los otros dos que estarían más de 10 años después, a ver Súperman.

Sólo sabía que era un hombre que trabajaba en un periódico, como mi papá, y que cuando había algún problema se cambiaba en segundos y se ponía un traje son una “S” en el pecho para combatir a los malos.

Tenía súper poderes y lanzaba rayos X por los ojos.

Pero, sobre todo, no moría.

Repito: en ese tiempo no había acceso a los animes que hoy ya profundizan sobre los orígenes de los súper héroes, sus poderes, misiones y, desde luego, sus debilidades.

La kryptonita era el arma letal para Súperman. Y hasta ahí llegaba mi conocimiento sobre ese personaje de DC.

Como mi papá era mi súper héroe, me imaginaba que tampoco moriría…o al menos eso es lo que quería.

Años más tarde, cuando ya teníamos información necesaria para saber más o menos cómo es la vida, poco a poco se fue adaptando a nuestras vidas el internet.

Todavía sin redes sociales, que se popularizarían años más tarde, pude saber que los súper héroes sí morían.

Súperman sí moría. Lo mataban, de hecho. Varias veces. Doomsday es el monstruo que lo asesina de la manera más cruel y es la que todos recuerdan.

Pero en los cómics, como en Superman # 188, Zunia, El Hombre Asesino, es el primero que mata al súper héroe, aunque al final lo reviven.

El Conde Crystal, que salió en el cómic Justice League of America #145, es un hechicero que también elimina a Súperman; también al final del cómic lo reviven.

Ya en la secundaria, con 12 años de edad, surgió entre los Millenials un nuevo héroe: Gokú.

Fue un fenómeno que marcó la niñez de millones de niños como yo.

Gokú también moría, pero tenían algo especial: las esferas del dragón.

Al juntar las siete esferas podían invocar a Sheng Long; el imponente dragón te preguntaba cuál era el deseo que querías.

Fue ahí cuando comenzaron a pedir la resurrección de quienes eran asesinados a manos de los malvados.

Yo sabía, por supuesto, que mi papá moriría, como murió Súperman o como murió Gokú; también estaba consciente que no lo revivirían con algún procedimiento o con las esferas del dragón ni que estaría con Kahiosama o con el señor Bills.

Pero jamás creí que fuera a su edad: nunca me pasó por la mente el momento que tendría que decirle adiós para siempre.

Mi súper héroe, que yo veía inalcanzable, comenzó a perder todas sus fuerzas; dejó de escribir y quedé con toda la responsabilidad de sacar adelante el proyecto periodístico que fundamos a finales de 2021.

Si algo me pasaba, si alguien me trataba de hacer daño, él siempre estaba ahí para defenderme; tenía la fuerza y el carácter suficiente como para protegerme de todas las calamidades y adversidades.

De niño, por ejemplo, una noche desperté con un fuerte dolor en el abdomen; comencé a gritar y a pedir ayuda. Me quise bajar de la cama y no tuve las fuerzas para sostenerme y caí. En el suelo seguí gritando hasta que mi papá fue corriendo hacia mí.

No sé qué pasó después, pero recuerdo que estaba en el quirófano de la clínica del IMSS, cuando estaba en San Fernando, y con la anestesia que tenía, entre que estaba consciente de lo que sucedía y el sueño que me invadía, me trataban de cambiar de la camilla a la plancha donde me operarían.

El doctor, con una indolencia y prepotencia que jamás se me olvidará, me ordenaba que pusiera de mi parte, no obstante que había como tres o cuatro personas más tratando de pasarme de lugar. Yo no tenía fuerzas, estaba con los efectos de la anestesia y, además, era un niño que no pesaba tanto.

Perdí el conocimiento. Tiempo después, no sé si horas, me desperté. No veía nada; estaba vendado. Quise apartar lo que sea que tuviera en mis ojos y me di cuenta que también tenía los brazos amarrados a la camilla.

Comencé a gritar para que me ayudaran y no obtuve respuesta. Trataba de levantarme, pero no podía: mis brazos no podían vencer lo que me mantenía atado a la camilla.

Volví a perder el conocimiento. La próxima vez que abrí los ojos estaba en un cuarto, con una bata verde, y con un ligero dolor en el abdomen.

Vi a mi mamá y a mi papá; me dijeron que me habían operado del apéndice.

Algo dijeron que de inmediato comencé a sentirme mejor; también contaron algo gracioso que me dio risa.

No podía reírme porque me dolía.

Años más tarde, cuando fuimos mi familia con la de nuestro amigo Topiltzin Ochoa Cervantes a un hotel de Manzanillo un fin de semana, mientras me bañaba en la alberca me comentó que tenían programado ir a ese lugar hace tiempo, pero mi papá decidió cancelar todo porque me había enfermado y no podía dejarme solo. 

Me dijo, con el tono sarcástico que le caracterizaba: “por tu culpa no pudimos venir en aquel tiempo, wey”, y después remató: “pero está pocamadre, ¿verdad?”. Se tapó la nariz con las manos y se aventó a la alberca; con su peso provocó que la mitad del agua saliera.

Cuando salió su cabeza nos miramos y nos reímos durante varios minutos.

Como mi papá era mi súper héroe, no concebía que se pudiera ir de mi vida. ¿Qué haría sin él? ¿Quién me defendería?

Por eso me preocupaba demasiado lo que le pasara.

Durante años el periódico El Panorama, donde él laboraba, estuvo por el jardín de San Francisco de Almoloyan. Se podía llegar fácil por Maclovio Herrera y, en el primer semáforo, bajar a la izquierda para quedar enfrente del edificio.

Años después, a algún genio del ayuntamiento de Colima se le ocurrió la idea de hacer de un solo sentido la calle donde estaba el periódico; ahora sería de sur a norte, por lo que habría que bajar por Avenida de los Maestros y dar a la derecha en una de las calles, para después salir a la avenida.

La Avenida de los Maestros, sobre todo después de pasar el semáforo del jardín de San Francisco, es muy transitada; para dar la vuelta a la derecha habría que estar en el carril derecho desde metros atrás.

Pero no siempre era así: muchas veces la dinámica vial te hacía quedar en el carril izquierdo, por lo que había que hacer malabares para incorporarse al derecho para dar la vuelta.

Mi papá tenía que pasar al menos dos veces al día por esa avenida y hacer esa maniobra para poder dar vuelta a la derecha; para mí todos esos años fueron de angustia, porque no sabía en qué momento nos hablarían para informarnos sobre algún accidente en ese lugar. Nunca sucedió.

Hoy mi papá ya no está; mi súper héroe murió.

Y aunque sé que no lo podré revivir físicamente, lo mantendré vivo a través de las letras.

Y a partir de hoy comenzará la leyenda.

CONTINUARÁ…