POR Luis Fernando Moreno Mayoral
A una semana de que #Otis pegara con toda su furia en Acapulco, hay elementos suficientes como para analizar la inacción del gobierno federal y el estatal de Guerrero ante la crisis, amén de lo que sucedió en la entidad con los alumnos de la Facultad de Ciencias Químicas de la Universidad de Colima.
Quedó claro que, 24 horas antes de que el huracán tocara tierras acapulqueñas, el Centro Nacional de Huracanes de Miami, en Estados Unidos, había emitido una alerta que debieron tomar en consideración los expertos en la materia en México y en Guerrero. No lo hicieron.
Fernanda Familiar, en entrevista con Joaquín López-Dóriga, dijo que preguntó al menos a dos funcionarios del gobierno del Guerrero, alrededor de las 7 de la noche del martes 24 de octubre, dónde estarían los refugios para los damnificados; la respuesta que recibió fue que no tenían ni idea de lo que estaba hablando, pero le pidieron que se fuera a resguardar a su hotel. Ni siquiera tenían previsto un daño significativo.
La comunicadora, por cierto, estuvo en el mismo evento donde acudieron los alumnos y maestros de la Universidad de Colima, contratada por los organizadores de la Convención Nacional de Minería y hospedada en el Hotel Imperial, por lo que, si la propia locutora tenía la información sobre el cambio radical de categoría de #Otis, también debieron saberlo en la casa de estudios.
El rector Christian Torres Ortiz Zermeño declaró, en entrevista con medios de comunicación, que cuando se dio a conocer que el huracán cambió de categoría 2 a 5 los estudiantes ya estaban allá. Pues sí: ellos estaban desde el martes por la mañana, cuando ya se hablaba que el impacto sería de “pesadilla”; sin embargo, no vieron la necesidad de pedirles que se regresaran.
Lo que sucedió a las nueve de la noche del martes y la madrugada del miércoles fue el caos total: los edificios colapsaron y las ventanas no soportaron los 270 kilómetros por hora de los vientos que golpearon de forma criminal las estructuras de hoteles y casas.
Las siguientes 24 horas, en tanto, reporteros que acudieron a Acapulco a informar lo que sucedía narraban cómo veían, mientras transitaban por las derruidas calles del municipio, cadáveres tirados sin que nadie los levantara.
Hasta el corte de este lunes había 48 muertos y decenas de desaparecidos, de acuerdo a la cifra oficial. Pero el Instituto de Investigaciones Geológicas y Atmosféricas A.C informó, a través de sus redes sociales, que “la CFE realizó un sobrevuelo para verificar el estado de las líneas de transmisión eléctrica, pero también captó la devastación en la zona alta e interior del Estado de Guerrero tras el impacto del huracán #Otis. Estimamos que la cifra de fallecidos ascienda a cerca de 3 mil”.
Los estudiantes de la Universidad de Colima no acudieron a refugio alguno porque la autoridad no los habilitó; estuvieron cerca de Fernanda Familiar, que describió el terror que se vivió durante la noche del martes 24 y el miércoles 25, además de lamentar la ausencia total de la autoridad municipal de Acapulco y estatal de Guerrero.
¿Qué hubiera pasado si, entre esos 3 mil muertos que estiman en el Instituto de Investigaciones Geológicas y Atmosféricas, hubieran estado los universitarios colimenses? El rector, como el principal responsable de la integridad de todos los alumnos de la Universidad de Colima que salen de la entidad a actividades inherentes a la institución, sería el culpable y, por tanto, tendría que haber puesto su renuncia inmediata por incompetente.
La suerte estuvo de su lado y afortunadamente nada de eso sucedió. Los alumnos se protegieron como Dios les dio a entender, sin contar con refugio seguro, sin comunicaciones y sin alimentos y bebidas.
Christian Torres Ortiz Zermeño pudo regresar a los estudiantes a tiempo, pero prefirió mantenerlos allá con todo el riesgo que eso significaba.
Así es la estatura de quien tiene bajo su responsabilidad la seguridad e integridad de todos los alumnos de la Universidad de Colima: resultó un enano en toda la extensión de la palabra.
Y ahora quedó demostrada su incompetencia y mediocridad ante una crisis.