POR Bibiano Moreno Montes de Oca
Con todo y que en su momento le crearon mala fama sus enemigos, Arturo Noriega Pizano fue un político visionario, tanto como presidente municipal de Colima y, más tarde, como gobernador del estado. En su calidad de alcalde se encargó de reubicar la zona roja de la capital, que durante mucho tiempo funcionó por el barrio del Agua Fría; en especial, sobre la calle España, donde incluso se encuentra a la fecha un hotel de mala muerte en el que las prostitutas ejercían el llamado oficio más antiguo del mundo.
En esa calidad, Noriega Pizano también sacó del centro de la ciudad los bares y tugurios que en realidad eran burdeles disfrazados y, en fin, lo dejó limpio de plagas que representaban problemas de salud pública. Los vendedores ambulantes nunca fueron tocados, en tanto que los negocios en los que se le hacía la competencia a los que se concentraban en la zona roja o zona de tolerancia (vulgarmente conocida como los bules o la zonaja), simplemente se les reubicó también en aquél lugar.
En su momento, la zona de tolerancia quedó ubicada muy retirada de lo que hasta entonces era la mancha urbana de la ciudad, que apenas llegaba hasta la que se conoce como La glorieta del charro. Fue un problema menor la reubicación, pues por lo menos los amigos se cooperaban para pagar el taxi. Pero la gente estaba acostumbrada a ir caminando al barrio del Agua Fría, que ya se había convertido en un problema social por la confusión que se creaba entre las mujeres de la vida galante y las amas de casa que vivían por ese rumbo: los borrachos no distinguían entre unas y otras.
Así, en la primera mitad de la década de los 70 del siglo pasado, cuando Noriega Pizano era el alcalde de Colima, se dio solución a un problema social y de salud pública que representaba la zona roja dentro de la ciudad, cuando fue trasladada a su actual ubicación, donde ahora un presidente municipal fuereño y de filiación blanquiazul, Héctor El bienamado Insúa García, sin mayores trámites pretende desaparecerla como por arte de magia.
La intentona de desaparecer la zona de tolerancia es absurda, pues hasta ahora no ha salido una propuesta de la alcaldía capitalina para resolver el problema que se generaría con una acción tan drástica. El alcalde Insúa García más bien debe preocuparse por reubicarla, como lo hizo en su momento Noriega Pizano por las mismas razones que se esgrimen ahora: porque la zona de tolerancia ya volvió a quedar en medio de la mancha urbana.
Además de cerrar fuentes de trabajo (de las prostitutas, de los meseros, de los vendedores de alimentos, de los integrantes de los conjuntos musicales que ahí se emplean), eliminar la zona roja crearía un problema de salud pública: al no haber un control sanitario sobre las meretrices que ahí ejercen y que se tienen registradas, las enfermedades de transmisión sexual proliferarían por todas partes al ya no tener a las mujeres –y a los travestis— controladas.
Aunque es mucho pedir, El bienamado Insúa García haría bien en aprender de su antecesor en el cargo de alcalde capitalino de la época de los 70. Así, pues, la solución más práctica es reubicar la zona de tolerancia a un lugar que se encuentre retirado de la ciudad y que sea poco buscado para el crecimiento urbano, por lo que el lugar más adecuado sería hacia el sur, ya sea rumbo a la salida a Tepames o a la salida a Acatitán. O puede ser donde sea, pero sin que desaparezca, pues se trata de un mal necesario.
Como gobernador del estado, Noriega Pizano también fue un visionario al reubicar la Feria de Colima a sus instalaciones actuales, donde a la fecha sigue siendo un lugar adecuado para que siga funcionando ahí por varios años más, pues ahora cuenta con dos avenidas que desahogan la gran cantidad de vehículos que saturan los conductores en ciertos días en los que se celebra el máximo festejo anual. Así, las avenidas Niños Héroes y Gonzalo de Sandoval permiten mayor fluidez, aunque en su momento el traslado causó gran controversia.
Asimismo, es a Arturo Noriega Pizano al que se debe el inicio de la construcción de la entonces llamada Casa de la Cultura, mérito que todos le achacan (no sé si por ignorancia o de manera deliberada) a Griselda Álvarez, que fue sucesora de aquél. Pero aunque se jactaba de culta y de poseer una buena pluma que yo no veo por ningún lado, no fue gracias a la primera gobernadora de Colima que se construyó el recinto de la sede de la que hoy es la Secretaría de Cultura, sino al que popularmente se conoció como El diablo salsero.
Los recintos de los poderes judicial y legislativo, cabe aclarar, sí fueron gestiones de la ex gobernadora. Todos esos terrenos, pues, en su momento sirvieron para la instalación de la Feria de Colima, hasta que se reubicó a su lugar actual.
Por último, vale la pena hacer notar que en mi más reciente volumen de cuentos, titulado Preguntando se llega a Roma, viene uno que prácticamente es un estudio antropológico de lo que es la zona roja de Colima, donde por lo menos queda testimonio de 30 años de vida nocturna que nunca volverán.
*Columna publicada el 17 de junio de 2017.