Una muy interesante teoría sobre el Área 51*

POR Bibiano Moreno Montes de Oca

Todos los seres humanos por lo menos alguna vez en la vida hemos escuchado hablar del Área 51; en especial, aquellos amantes de lo que se relaciona con los extraterrestres, pues se supone que, en ese lugar, ubicado en un lugar remoto en el estado norteamericano de Nevada, hay gente que se dedica de lleno al estudio del mentado fenómeno.

De hecho, Área 51 es sinónimo de ovnis; al menos, eso es lo que se percibe en la mayoría de los casos cuando se escucha ese nombre. Sin embargo, ¿qué tal que esa Área 51, que existe en realidad, fuera el santuario que oculta un secreto mucho más interesante y que tiene qué ver con la vida y la muerte de los casi 8 mil millones de seres humanos que poblamos el planeta entero?

Bueno, la extraordinaria novela La Biblioteca de los Muertos es la respuesta a todas estas inquietudes. Lanzada en 2009 al mercado de habla inglesa, esta historia es la primera en la que incursionó el entonces treintañero gringo de nombre Glenn Cooper, un típico yuppie harvardiano con dos carreras en su haber: licenciatura en arqueología, en la Universidad de Harvard, y otra de medicina en la Escuela de Medicina de la Tufts University.

Aunque las carreras aparentemente no guardan mucha relación con la de escritor, lo cierto es que Glenn Cooper se maneja como pez en el agua merced a sus otras actividades que sí tienen un estrecho vínculo con el arte de crear: la de guionista y la de productor, aparte de ser presidente de una empresa de biotecnología en el estado de Massachusetts.

Es más: dentro de la absorbente trama de Glenn Cooper existe un guion en el que los nombres de unos personajes que mueren en un atentado son los mismos de los que han muerto misteriosamente en una ola de asesinatos aparentemente cometidos por un asesino en serie al que el FBI identifica como el caso Juicio Final, pues las víctimas tienen una característica en común: recibieron una postal, procedente de la ciudad de Las Vegas, de un ataúd con la fecha de sus respectivas muertes.

Los asesinatos comienzan a ser investigados por dos agentes del FBI, Will Piper y Nancy Lipinski, hasta que topan con pared y no sólo reciben la orden de ya no seguir adelante, sino que se convierten en sospechosos cuando sus avances los llevan hasta el propio Pentágono. Por supuesto, se trata de ponerle mucha adrenalina al asunto, algo en lo que el autor resulta todo un experto.

Para ubicarnos en el contexto de la historia de La Biblioteca de los Muertos, el autor nos remite a la Edad Media, cuando en una abadía de un lugar llamado Vectis, en Inglaterra, nace el séptimo hijo de un hombre que también había nacido en el séptimo lugar, lo que trae consigo una maldición. Cuando el hijo crece y es adoptado por los frailes de esa abadía británica, comienza a escribir nombres y más nombres incansablemente.

Varios siglos después, poco después de terminada la Segunda Guerra Mundial, el interior de unas ruinas cercana de la abadía es localizada por militares ingleses. El propio Winston Churchill, al enterarse del contenido del hallazgo, se impresiona; por tanto, decide pedirle apoyo al gobierno de Estados Unidos.

Por su parte, Harry S. Truman gira instrucciones para que, en 1947, los archivos encontrados en Inglaterra sean trasladados al Área 51 en Nevada por ser “un sitio remoto y fácil de proteger”. Para el efecto, el gobierno se saca de la manga la historia del ovni de Roswell y deja correr la versión de que el Área 51 se había construido para la investigación del fenómeno.

El autor explica sobre el particular: “No podían (en el gobierno estadounidense) ocultar la existencia del laboratorio a causa de toda la gente que trabajaba allí, pero encubrieron su propósito. Hay un montón de tontos (la versión madrileña de la traducción dice “tontainas”) que todavía se creen esa vacilada (en la traducción madrileña dicen “choradas”) de los ovnis”.

Un tipo de nombre Mark labora en la biblioteca del Área 51, pero al mismo tiempo trabaja en un guion que envía a los estudios de Hollywood, donde los jefazos, generalmente judíos a los que les importa madre el talento de los autores, lo reciben con desdén. Aunque de aspecto inofensivo, el tal Mark es un genio que descubre el secreto y decide explotarlo en su provecho.

Así, lo cierto es que puede no haber realmente un asesino en serie que anda ejecutando a la gente por toda la ciudad de Nueva York, sino que podría tratarse del puro azar al que Mark sólo le está sacando provecho. Vamos: esta parte es un poco parecida a la saga de las películas Destino final, donde no hay nadie que se dedique a matar a la gente, sino que es la propia muerte la que se encuentra en plena acción, sin que para nada intervenga la mano del hombre.

Obviamente, el secreto es conocido por algunos miembros del gobierno de Estados Unidos y también lo aprovechan en su favor, aunque en este caso por razones diferentes. De acuerdo con el autor, por el secreto de la biblioteca del Área 51 se predijo la guerra de Corea, las purgas chinas del ojete Mao, la guerra de Vietnam, el brutal genocidio de Pol Pot en Camboya, las guerras del Golfo, las hambrunas de África, etcétera.

De hecho, se sabía lo de los atentados a las Torres Gemelas de Nueva York, pero no se conocía de qué forma ocurriría; la reacción de Estados Unidos, empero, fue muy rápida precisamente por eso. Lo peor de todo, según el autor, es que no se puede cambiar el curso de los acontecimientos. Sólo se pueden conocer, pero no se puede hacer nada por evitar las catástrofes.

Desentrañar la trama es responsabilidad de los dos agentes del FBI (los que, muy al estilo hollywoodense, terminan enamorados, pese a la diferencia de edades), que irán contra el propio sistema con tal de llegar a un final impredecible, si bien feliz.

*Columna publicada el 15 de diciembre de 2021.