POR Bibiano Moreno Montes de Oca
El escritor argentino Juan Sasturain es un tipo con prácticamente la misma facha de Karl Marx, pero con la enorme diferencia de que el latino cultiva el género policiaco, lo que de plano lo coloca en las Antípodas del barbón alemán del que líderes y gobiernos ojetes del mundo se colgaron para predicar erróneamente su filosofía de odio. Así, la novela a la que el autor tituló Manual de perdedores es todo un compendio de clichés, citas y homenajes a los grandes autores de la novela negra en el planeta.
De entrada, Juan Sasturain nos presenta a su personaje central, Etchenique, inspirado en otros clásicos de la literatura policiaca, incluido su acompañante, el gallego, una especie de Doctor Watson que acompaña la mayor parte del tiempo a su viejo amigo, un Sherlock Holmes latino al que nadie toma en serio al arranque de la historia. Pocos lo toman en serio precisamente porque se inicia en el mundo de la investigación como detective privado después de jubilarse como policía en la ciudad de Buenos Aires, Argentina.
Los conocidos, amigos, compañeros y demás fauna, se burlan del tipo (Etchenique) que, como si fuera personaje de Raymond Chandler, Daziel Hammett o James Ellroy, pretende resolver casos ya en su etapa de viejo pensionado en el ambiente de un Buenos Aires plagado de jerga en ocasiones casi inentendible. Y es que, al transcurrir la historia en la capital argentina y sus suburbios, los personajes no hablan el español latino o el de España (que tiene sus peculiaridades), sino el muy particular del país sudamericano, donde las palabras graves se vuelven esdrújulas y viceversa.
Así, por ejemplo, lo mismo latinos que españoles pronunciamos correctamente la palabra toma, pero el argentino la acentúa al final y se convierte en tomá. En cambio, si decimos correctamente vuélvete, los hijos de Perón la pronuncian sin la tilde: volvete. Y palabras como querés (por querer), decí (por decir), jodé (por joder), es apenas un catálogo mínimo de verbos que se transforman, si bien es cierto que el acucioso lector comprende sin problema alguno lo que aparece ante sus ojos.
El caso es que en un bar con espectáculo musical y toda la cosa arranca la historia del que se estrena en su nueva actividad, donde invita a un gallego a que colabore con él en su tarea que emprende como investigador privado. Al principio renuente, el tipo acepta integrarse al equipo, que se estrena en ese mismo momento con el asesinato de un cantante y se complica con la muerte de una mujer.
Así, las recomendaciones de buenos amigos, que recomiendan a Etchenique abrevar de Agatha Christie, de Chandler y de Hammett, pero también de los argentinos Tizziani, Sinay, Martini, Urbanyi, Feinmann, Soriano, así como de los cuentos de Piglia, muy pronto el personaje central de Manual de perdedores tendrá que poner en práctica todo lo que sabe en la pura teoría y adaptarse al medio latino en el que se desarrolla la trama.
En el estilo de los grandes autores de la novela negra clásica, el detective Etchenique se hace de su escudero (el gallego), pero al mismo tiempo cuenta con la amistad, la comprensión y hasta la protección de un jefe policiaco que lo saca de apuros en varias de las ocasiones en las que se mete en problemas por andar husmeando donde no debe, lo que incluso lo lleva hasta las más altas esferas de la política argentina, donde anda inmiscuido un sujeto que está a punto de llegar a ministro de su país, que apenas andaba en una incipiente democracia, tras años de feroces dictaduras militares.
La novela se desarrolla en la década de los 80 del siglo pasado (la primera edición data del año de 1988), ya en tiempos de democracia, pero también se alcanza a colar por ahí el tema del narcotráfico, que por esas fechas pegaba durísimo en países hermanos de Latinoamérica, pero muy especialmente en Colombia (donde Pablo Escobar tenía asolado a la nación entera), aunque la trama no avanza por ese camino, sino por el de la desmedida ambición que no conoce límites.
La historia de Manual de perdedores (que se publicó en la colección denominada Cosecha Roja, que hace honor a Hammett con el nombre de una de sus clásicas novelas en la que el detective gordo de La Continental arma un desmadre en una ciudad pequeña en la década de los años 30 del siglo pasado) viene con dibujos que hacen referencia a ciertos pasajes de la trama, lo que me recuerda al escritor norteamericano Ernest Heminway, que tiene un libro de narraciones cortas (Cuentos de guerra) donde también aparecen algunas ilustraciones alusivas.
De alguna manera, aunque sea irónicamente, la novela del argentino Juan Sasturain se convierte también en un pequeño homenaje a los personajes de comics infantiles y juveniles que se hicieron famosos en el siglo pasado, al aparecer unos tipos con las máscaras lo mismo del disneyano Pato Donald que El llanero solitario, que formaron parte de nuestra cultura popular en la infancia y juventud.
El caso es que Etchenique, junto con su amigo gallego, se introducen en un mundo oscuro plagado de traiciones, de golpizas, de secuestros, de ir y venir por toda la ciudad de Buenos Aires y toparse con la muerte a cada paso. Lo sorprendente de todo es que el personaje es constantemente tentado a dejar el caso, con ofrecimientos de buenas cantidades de dinero y, sin embargo, se mantiene firme en su afán de respetar a los clientes que han depositado en él toda su confianza.
Digo: en un medio en el que la corrupción hace presa fácil a los personajes de origen latino (como lo son los argentinos, aunque algunos suelen sentirse superiores por creerse europeos), resulta hasta conmovedor que el detective privado Etchenique prefiera que le dan unas palizas marca diablo antes de claudicar a sus principios de honestidad y respeto por la profesión.
Por supuesto, al final todo tiene su recompensa y se vislumbra la promesa de siguientes apariciones del detective que en su primera incursión en el mundo de la investigación salió indemne, aunque con varios golpes y cicatrices por varias partes de su humanidad. Bueno, como bien se dice, son gajes del oficio.