Un crimen que conmovió al Colima de 1909 (II/II)*

POR Bibiano Moreno Montes de Oca

Es notable la forma con la que ha pasado el tiempo desde cuando se cometió el crimen, que es de poco más de un siglo. En aquella época no había más transporte que a caballo (o en diligencias, jaladas por caballos, aunque por acá más bien lo que rifaban eran las carretas), por lo que se hacía más de una hora para llegar al primer río que conduce hacia aquella zona (supongo que se refiere el autor al río El Salado). Por ahí se encuentran los policías de Colima con los hermanos de Mauricio Anguiano, que también participan en la reyerta, lo mismo que los de “la acordada” de Tepames.

El plan era que un albañil, que trabajaba en casa de Bartolo y Marciano Suárez, narcotizara a los hermanos para que no pudieran defenderse cuando llegaran por ellos. Así, una vez en el pueblito, la policía derribó una barda para meterse al jacal en el que se encontraba la familia Suárez, que también incluye a la mamá de todos ellos y al hijo más joven de todos, Gonzalo. Nunca se hace mención del padre de los Suárez: sólo de la mamá, que adquiere relevancia después del asesinato de sus dos hijos.

La idea de Mauricio Anguiano era matar a la familia entera, pero hasta el mismo Darío Pizano tenía sus escrúpulos sobre realizar una carnicería con toda la familia política del que repartió 3 mil pesos y parte de las tierras de sus cuñados. Al final, matan sólo a los dos jóvenes (¡apenas eran de19 y 20 años de edad!), uno de ellos en brazos de su madre y otro ante la presencia del presbítero del pueblo, Daniel Negrete, que más adelante testifica muy indignado en contra de los verdaderos asesinos.

El padre de los hermanos Anguiano había sido ejecutado por el gobierno por sus crímenes horrendos, de tal suerte que de los tres hijos no se podía esperar nada bueno. El autor de El crimen de Los Tepames dice al respecto: “Mauricio, Fermín y Onofre Anguiano, son descendientes de ese bandido, y no es extraño que hayan heredado de aquél sus instintos sanguinarios y depravados, porque de mala simiente no sale buen fruto”.

Después de la masacre, en la que se dieron cerca de cien tiros de diversas armas, se hizo la faramalla de armar expedientes con testigos comprados (a 50 pesos, una cantidad con la que se podía comprar una vaca, pero también diez pesos). Al menor de los Suárez, Gonzalo (de 12 años en ese momento), se lo trajeron detenido a Colima, amenazado con ser ahorcado si no declaraba que los hermanos Bartolo y Marciano habían respondido la agresión, cuando los pobres habían sido sorprendidos dormidos. El niño dijo que prefería morir antes que mentir sobre los hechos.

La prensa tapatía –insisto— fue el detonante para que se rectificara una injusticia en Colima. La más importante participación fue la de los directores de los periódicos El Kaskabel, El Correo Francés (dirigido por el autor de la novela, Emilio Rodríguez Iglesia), El Combate y El Globo. La razón más importante de que así ocurriera fue porque el propio Darío Pizano se trasladó a Guadalajara a tratar de acallar a los periodistas, amenazándolos con demandas. Así, ante tales amenazas, el gremio tapatío se dirigió al presidente Díaz para pedir su intervención.

Las cosas no se quedaron en simples desplegados y artículos de prensa, sino que los periodistas tapatíos trasladaron a Guadalajara a la mamá de los hermanos Suárez para que diera testimonio de lo que había ocurrido en Tepames, en lo que hoy podría denominarse una rueda de prensa. A continuación, en un acto digno de un gremio unido y fuerte, el director de El Kaskabel se llevó a la madre de los Suárez a la capital del país, donde la recibió el viejo dictador, lo que bastó para que las cosas cambiaran su curso drásticamente.

Cabe señalar que los medios locales que había entonces en la ciudad de Colima, los semanarios La Semana y El Progreso Colimense, sólo dieron a conocer la versión oficial, es decir, se aliaron del lado de los asesinos. A los medios de Guadalajara era más difícil controlarlos, de ahí que fue gracias a la prensa tapatía que el asunto se clarificó. Al final, los responsables de los asesinatos pagaron por sus crímenes, pero ya con el juez Díaz de León, aunque no fueron ejecutados, como se estilaba en ese tiempo, sino encarcelados.

Con el tiempo, al ya adolescente Gonzalo Suárez, formando parte de las tropas revolucionarias leales a don Francisco I. Madero, fue al que le tocó ejecutar a Darío Pizano, que por ese entonces trabajaba para el gobierno del usurpador Victoriano Huerta. O sea: de porfirista, el jefe de “la acordada” había pasado a ser huertista. No cabe duda que pasan los tiempos pero algo sigue siendo igual: los políticos (y Darío Pizano lo era) se alinean con el que tiene el poder, sea del partido que fuere.

Por otro lado, es de hacer notar que este proditorio crimen cometido a fines del porfiriato fue abordado en otro libro histórico (digamos que de manera más formal, es decir, con cierto rigor de investigación), autoría del doctor Servando Ortoll, del cual se dice que permaneció congelado buen tiempo por instrucciones del ex presidente Miguel de la Madrid Hurtado, a la sazón director del Fondo de Cultura Económica (FCE), por salir muy mal parado en la trama su pariente, el aún gobernador porfirista Enrique O. de la Madrid.

Puede que así sea el asunto, pero por mucho rigor histórico que le haya impreso a su libro, dudo mucho que el libro de Servando Ortoll sea tan entretenido como la novela histórica de Emilio Rodríguez Iglesia (con todo y que su prosa está muy influenciada por la literatura decimonónica, es bastante legible), pues la del autor español goza de una ventaja fundamental: la proximidad de los acontecimientos en los que se basa.

Más aún: se sabe que la novela El crimen de Los Tepames es la versión con más aceptación entre la opinión pública; al menos, de la gente que vive en ese pueblo y que todavía recuerda lo ocurrido con los hermanos Bartolo y Marciano Suárez (habría que incluir a Leonardo Suárez, asesinado por el mismo autor material e intelectual, Mauricio Anguiano) en su humilde vivienda un marzo de 1909.

*Columna publicada el 8 agosto de 2018.