POR Bibiano Moreno Montes de Oca
Con esta entrega doy por concluido mi análisis a la trilogía Caballo de Troya, del escritor español J.J. Benítez, en el que se narran los últimos días de Cristo, así como su resurrección en el momento preciso y con un testigo del siglo XX. Así, esta es la sexta parte que termina con la novela Caballo de Troya 3, a propósito de la temporada de Semana Santa. Adelante con los faroles.
Caballo de Troya 3 / J.J. Benítez (VI)
Así, pues, en su resurrección, Jesús actúa, habla y se desenvuelve como cuando estaba vivo, es decir, es alegre y suelta sus peroratas a la menor provocación, lo que los evangelistas citan como parábolas. En realidad, como se puede apreciar en los mismos supuestos diálogos que sostuvo Jason con Jesús, reproducidos en los tres libros de los que me ocupo aquí, son afirmaciones que no fijan de forma clara una posición. O sea: las parábolas sólo son para eludir algún compromiso, si bien es cierto que existe una gran fe y devoción por su padre (el de Jesús en otro universo, no el terrenal llamado José).
El caso es que, ya resucitado, Jesús se aparece ante sus condiscípulos en un lago en el que la mayoría de ellos se dedicaban a la pesca. En alguno de los evangelios se cita el supuesto milagro en el que Jesús les dice que echen la red por el lado contrario de la barca en la que lo habían hecho hasta ese momento de manera infructuosa, dando por resultado una excelente captura de peces.
El milagro no es tal, según observa Jason, pues Jesús simplemente les dijo a los apóstoles que así lo hicieran porque se había percatado, a simple vista, que en el lugar indicado se encontraba un banco de peces. Eso era todo. Pero eso lo dijo Jesús ya resucitado, no antes de morir en la cruz, como lo dice en uno de sus pasajes el evangelista.
El mayor de la NASA hace notar también algo que sería fundamental para el nacimiento de la era cristiana: que Jesús jamás le encargó a Simón Pedro (después San Pedro) la jefatura y dirección del grupo apostólico. Dice que no hubo votación o maniobra alguna por parte de los evangelistas para su designación “como cabeza visible de los nuevos evangelizadores”. O sea: el carácter irascible del galileo se impuso a los demás, por lo que fue la piedra en la que se erigió el imperio de la Iglesia Católica.
Cuando el mayor, en su papel del comerciante Jason, se topa en el lago al que supuestamente había muerto en la cruz, se lleva una gran impresión. Escribe al respecto: “¡Dios santo! No cabía duda: ¡era Él! Lucía su habitual manto color vino, fajándole el fornido tórax, con aquella túnica blanca, de amplias mangas. ¡Qué difícil y apasionante reto para la ciencia y qué absurda posición la mía! ¡Yo, un científico, acababa de ser liberado de una red por un hombre resucitado! Porque, evidentemente, se trataba de un ser vivo…”
En uno de los diálogos que entabla Jason con Jesús, éste dice, a propósito de los milagros, que no existen. El diálogo es el siguiente:
“—A ti sí puedo decírtelo –susurró al fin—. Los milagros, tal y como los conciben muchos seres humanos, no existen. El poder de mi Padre es tan inmenso que no necesita alterar el orden de lo creado. El verdadero milagro es vuestra ciega creencia en los milagros.
–Sigo sin entender. Ese cadáver se esfumó.
Jesús sonrió, llenándome de confianza.
–¿Es que tus ángeles conocen una ´técnica´…?
–Tú lo has dicho. Pero, al igual que ocurre con vuestro código moral, el de estas criaturas a mis órdenes tampoco debe ser violado. Sé que lo comprendes. No es el lugar ni el momento para hacerlo.
–Disculpa mi curiosidad. ¿Tiene esa ´técnica´ algo que ver con la manipulación del tiempo que nosotros mismos hemos utilizado?
La sonrisa se acentuó. Fue la mejor de las respuestas Y con un cálido tono de reproche añadió:
–¿Cuándo comprenderéis que el tiempo es sólo la imagen en movimiento de la eternidad? ¿Cuánto más necesitamos para considerar que el espacio es sólo la sombra fugitiva de las realidades del Paraíso? Os enorgullecéis de vuestros hallazgos y pensáis que la Verdad absoluta está a vuestro alcance. No comprendéis que sois como niños recién llegados a un orden inmensamente viejo e inconcebiblemente sabio.
–¿Y tú, Maestro, ¿qué lugar ocupas en ese ´orden´?
–Soy un Hijo Creador.
Negué con la cabeza, dándole a entender que no podía seguirle.
–No pretendas atrapar lo que todavía es invisible a tus ojos de mortal. Te bastará la fe en la existencia del Padre. Muchas de mis criaturas, a pesar de haber traspasado la barrera de la muerte, tampoco están preparadas para enfrentarse, cara a cara, a la luz cegadora del Padre Universal.
Un torrente de preguntas empezaba a encharcar mi corazón. ¿El Padre? ¿La muerte? ¿Aquellas otras criaturas…?”
Por ahí se van los diálogos con Jesús, con su lenguaje críptico que no compromete mucho. Pero hay una frase que llama la atención al referirse a su padre, cuando afirma, tomando un puñado de arena, mostrando sobre su mano extendida lo negro granulado:
“¡Es tan inmenso que mide los mares en el hueco de la mano y los universos en la distancia de un palmo! Es Él quien está sentado a la órbita de la Tierra. Él quien extiende los cielos como un manto y los ordena para que sean habitados. Pero no te confundas: Dios es un mero símbolo verbal, que designa todas las personalidades de la deidad…”
Más adelante, refiriéndose a Dios, padre de Jesús, éste dijo la siguiente insólita declaración:
“El Padre Universal no es un ser humano, con largas barbas blancas, como a veces lo pintan sus criaturas. Pero el ejemplo es válido. Él es Dios de toda la creación. La ´causa-centro-primera´ de todas las cosas y de todos los seres. Debéis pensar en el Él como un creador. Después como un controlador. Por último, como un apoyo infinito. La verdad sobre el Padre Universal comenzó a despuntar sobre la Humanidad cuando el profeta dijo: ´Tú, Dios, estás solo y nadie hay a tu lado. Tú has creado los cielos y los cielos de los cielos con todos sus ejércitos. Tú los preservas y tú los controlas. Es por los Hijos de Dios que los universos han sido hechos. El Creador se cubre de luz como de un ropaje y extiende los cielos como un manto´. Todos los mundos iluminados reconocen y adoran al Padre Universal, el autor eterno y el sustento infinito de toda la creación…”
Total: después de haber convivido junto al lago con los apóstoles y con el Jason en su papel de narrador, éste indica que el nazareno desapareció ante los ojos de todos. Dice que ni la ciencia del siglo XX podría haber explicado esa desaparición. “Simplemente, Jesús –o lo que fuera— dejó de ´estar´. ¿Se aniquiló? Ni idea. De repente, insisto, los galileos, el ´ojo de Curtiss´ y yo dejamos de verle. Se disolvió sin ruido, sin rastro, sin destellos y sin la implosión que, lógicamente, debería haber provocado…”
Lo increíble del asunto fue cuando, entre el mayor y su hermano Eliseo, discuten sobre la posible “desmaterialización” de la forma humana (¿) del Renacido. Porque, “aun aceptando la difícil hipótesis de la aniquilación de la materia (porque aquel cuerpo estaba formado de átomos), ¿cómo admitir que dicha desintegración no hubiera provocado un holocausto termonuclear en la zona? Si el cuerpo fue ´liquidado´, siguiendo un hipotético proceso de fusión nuclear, el lago habría desaparecido…”
Pero algo más insólito es el estudio hecho al cuerpo de Jesús en la nave (o la cuna), donde hacen el sensacional descubrimiento de que no corresponde al de un ser humano. Explica el mayor que la masa encefálica del cráneo no existe como tal. Dice: “cerebro, cerebelo, duramadre, bulbo raquídeo, hipófisis, etc., habían sido sustituidos por un esferoide –una especie de ´súper-galaxia´–, luminiscente, en perpetua palpitación y conformado por trillones de ´circuitos´ de algo semejante a la sustancia blanca y gris con ´cuerpos celulares´, ´tallos protoplasmáticos´ y ´cilindro-ejes´… puramente atómicos…”
En fin, al que se conocía como El hijo de la Promesa, resultó un ser de otro mundo para todos los efectos prácticos. Una nave gigantesca apareció el día que fue crucificado (según se refiere en el primer libro de la saga), de naves más convencionales salieron personajes que no eran humanos para hablar con él en el Monte de los Olivos; en fin, todo apunta a que, de acuerdo con la misión Caballo de Troya, Jesús es un extraterrestre al que le interesaba llevar a su tierra los juegos que en nuestra época se conocen como las olimpiadas.