POR Bibiano Moreno Montes de Oca
El escritor norteamericano Michael Connelly creó al detective ficticio Harry Bosch, que ahora ha llegado a la TV a través de una serie, lo que indica que ya es famoso. Antes de que llegara a las series ya había pasado por la pantalla grande, pero en esta columna de cuto hoy me voy a centrar en tres de las novelas en las que aparece el sabueso de la ciudad de Los Ángeles. Esta semana inicio con Larubia de concreto. Sale y vale.
La rubia de concreto / Michael Connelly (I)
La detención de Norman Church, un asesino y violador serial al que se conoce mediáticamente como El fabricante de muñecas, es el detonante de una novela muy propia de lo mejor del género negro que cultiva con mucha precisión el escritor Michael Connelly, que de nuevo incluye como su protagonista a Harry Bosch, detective de la ciudad de Los Ángeles, California.
El momento de la detención, al inicio de la novela, es clave en el infierno que se desencadena para el policía angelino, que se verá acusado por la viuda del hombre al que mató al momento de la detención, cuando aquél se negó a permanecer quieto cuando se le estaba apuntando con una pistola, y tener que continuar con la investigación del mismo caso de los asesinatos, al aparecer en escena un imitador.
El asesino y violador en serie Norman Church es El fabricante de muñecas, pero a la muerte del sujeto a manos de Harry Bosch, surge el copión al que se le comienza a conocer como El discípulo. Ese es el verdadero calvario del detective: tener que defenderse ante el juez para poder demostrar su inocencia, pero al mismo tiempo seguirle la pista al imitador que comienza a hacer de las suyas por su cuenta y riesgo
Al momento de encontrarse frente a frente con El fabricante de muñecas, Harry Bosch había sido informado previamente por una prostituta del comportamiento extraño del hombre del que huyó ella, y al que él encuentra en una casa rentada. Así, cuando llega a punta de pistola y ordena al tipo que se encuentra sobre la cama que no se mueva, el detective le mete un balazo cuando el criminal hace un movimiento extraño con la mano, la que dirige hacia abajo de la almohada.
La mala suerte está del lado del detective: no es un arma por la que hurgonea el asesino debajo de la almohada, sino un peluquín que usa el tipo calvo que yace muerto frente a él. Pero Harry Bosch está seguro de haber eliminado al tipo correcto, pues entre las cosas que le encuentra hay bisutería propia para maquillar, que El fabricante de muñecas emplea siempre en sus víctimas ya muertas como tarjeta de presentación, todas ellas rubias.
La aparición de El discípulo da, pues, al traste con la tesis de que el asesinado sí es El fabricante de muñecas, por lo que el detective se sumerge en una historia de intriga, traición, corrupción y muerte, al tiempo que tiene que enfrentar a una abogada muy hábil que defiende los intereses de la viuda del asesino serial original, sospechar de algunos de sus colegas y de no percatarse de que al responsable lo tiene frente a sus propias narices (bueno, eso se conoce casi al final de una historia de 446 páginas que se leen fluidamente).
Pasado el tiempo del asesinato de El fabricante de muñecas aparece la rubia a que hace referencia el título de la novela, pues es encontrada enterrada en una loza de concreto de un establecimiento abandonado en la ciudad de Los Ángeles, que forma parte de la trama. Así, pues, por los análisis que se hacen del cuerpo, se descubre que el asesinato fue cometido después de haber sido eliminado Norman Church.
No hay duda, pues, que El fabricante de muñecas cuenta con un cómplice, un alumno aventajado, alguien que le rinde homenajes o un simple imitador (en inglés se le denomina copy cat, algo así como gato copión; de hecho, hay un filme así titulado, donde se recrean asesinatos de criminales famosos). Como quiera que sea, la bronca para Harry Bosch es tener que vérselas en el juicio con la durísima abogada Honey Chandler (la cual, por cierto, tiene una blonda cabellera) y poder encontrar a El discípulo, quienes en conjunto son responsables de una docena de rubias asesinadas y violadas.
A este respecto, es de destacar que la novela contiene información interesante que, aunque con personajes ficticios, nos lleva a una cruel realidad. En efecto, las investigaciones de las muertes llevan al lector a los estudios del cine porno de la ciudad de Los Ángeles que, si bien no está prohibido, sólo es legal mientras no sean utilizadas menores de edad.
Muchas jóvenes son atraídas hacia las luces y reflectores de la industria del porno. Por lo general, inician como bailarinas en algún bar de strippers para de ahí saltar al cine para adultos. Las más inteligentes logran combinar las dos actividades sin mayores contratiempos y hacerse de una buena fortuna, suficiente para poder retirarse a tiempo y vivir de sus rentas.
Lo malo es que son muy pocas las que logran cristalizar sus sueños; las más, por el contrario, caen en la drogadicción, para a la vuelta de pocos años terminar de putas barateras en alguna calle pobretona de la ciudad, cuidándose al mismo tiempo de los policías, de sus padrotes y de las infecciones. Así, muchas de ellas, sin siquiera alcanzar a llegar a treintañeras, terminan muertas, minadas por las enfermedades o por las drogas.
En ese ambiente es en el que varias de las rubias se desenvolvían antes de toparse con su verdugo, que lo mismo pudo ser El fabricante de muñecas o El discípulo, iguales de sádicos. Y un policía latino, experto en la industria del porno, parece saber más de lo que aparenta. Pero en el periódico Times de Los Ángeles hay un reportero muy persistente que sigue el caso de las víctimas, además de que un siquiatra hasta escribió un libro sobre el tema. La duda, pues, es obligada: ¿quién es el asesino copión?