POR Bibiano Moreno Montes de Oca
De la cuarta y última novela de la tetralogía dedicada al escritor italiano Umberto Eco, Número Cero, me ocupo hoy en esta columna de culto. Sale y vale.
Número Cero / Umberto Eco (4)
No cabe duda: Umberto Eco es el rey de las conspiraciones, sean falsas o verdaderas. Casi toda su obra novelística gira en torno a ese tema que a más de uno le resulta fascinante. Así ocurre, por ejemplo, en El Péndulo de Foucalt o en El cementerio de Praga. Por tato, para no ser menos, de nueva cuenta el autor italiano nos lleva en su novela Número Cero al centro mismo de la conspiración, tomando como pretexto la creación de un nuevo periódico a inicios de abril de 1992 en la ciudad de Milán (los italianos le dicen Milano).
Está claro que sacar a la luz pública un periódico serio no es cualquier cosa; mucho menos si se trata de uno en la importante y bella ciudad al norte del país de la bota. Eso sí: la rutina es la misma aquí y en Italia o en China: se debe comenzar con números de prueba, que en el caso que nos ocupa se denominan número cero (como el título de la novela), que para el efecto se consideran doce a lo largo del año: uno por mes, es decir, cero / uno, cero / dos, etcétera.
El arranque del proyecto no tiene mayores incidentes: un tal Simei, que se presenta como el director del periódico que se llamará Domani, contrata a siete periodistas de diversas especialidades, uno de los cuales es el protagonista y narrador, Colonna, que es contratado para hacer las veces de jefe de redacción, aunque con una misión oculta: escribir una novela sobre la aparición de un periódico que jamás saldrá a la venta, para lo cual se basará en su propia experiencia personal, aunque invirtiendo los papeles.
La idea es que Colonna, que es escritor y periodista, haga un texto acerca de un Simei decidido a hacer todo por la defensa de la libertad de expresión, esforzado, sacrificado; en fin, un hombre valiente que está dispuesto a dar la cara en nombre de la verdad, cuando en realidad su comportamiento en la elaboración de los números cero proyectados para el año no pasa de ser el del típico periodista cínico, bribón, que busca no enemistarse con nadie y hasta tratar de sacar raja en algunas circunstancias, como ocurre en la vida real con el director de un diario en cualquier parte del mundo.
Es obvio que el diario de marras para el que trabajan Simei, Colonna y los seis restantes periodistas nunca va a salir, pero sí van a sacarle provecho los dos primeros: por un lado, Simei que, en su calidad de “autor” de un libro que escribirá otro, podrá negociar con algún interesado si se publica o no; por el otro, Colonna con un buen sueldo de millones de liras mensuales durante un año (hay que recordar que la historia ocurre en 1992, cuando aún no circulaba el euro), aparte de otra cantidad similar por la cesión de los derechos de la novela de la que hará de negro, fantasma o amanuense, según se prefiera.
La vida en la redacción de Domani transcurre igual que en la de cualquier otro periódico del mundo en sus primeros dos meses, donde de los otros personajes sobresalen dos, que son claves en el desarrollo de la intriga: Maia, la única mujer del grupo; pero sobre todo Braggadocio, que es el que inicia una investigación periodística que conducirá a todos a la conspiración que lleva a cancelar el proyecto del periódico –y, obvio, del libro— antes de tiempo, poniendo paranoicos a todos los periodistas, a excepción de un soplón que se les había colado (igualito que en la vida real).
Las órdenes de trabajo, como en cualquier redacción del mundo, son similares en Domani, si bien algunas exageradas. Así, por ejemplo, se habla de que los periódicos educan a sus lectores (bueno, al menos en la década de los 90 eso parecía ser cierto, pues en la actualidad las redes sociales han ocupado su lugar, desplazándolos cada vez más, hasta llevarlos casi a su extinción), de manera que la idea es ofrecerle cosas digeribles, incluidos los horóscopos en los que se hablará sólo de cosas agradables, pues a nadie le gusta saber que se va a morir de cáncer el próximo mes.
Son curiosos también los debates en la redacción sobre los temas que se deben tratar en los números proyectados para el periódico, pues sólo con la diferencia de nombres, resulta que son universales: corrupción en el gobierno, atentados contra funcionarios públicos –ahí está el caso del juez Falcone—, los crímenes de la mafia, el lavado de dinero sucio al que se dedican los bancos (que es, además, su mejor negocio), los abusos de los curas de la Iglesia Católica, los conspiradores que le ocultan la verdad al mundo, etcétera.
Obvio: todos estos temas son aprobados por su cínico director, a condición de ser tratados con mucha cautela, sin ofender y sin enemistarse con alguien en particular, lo que ciertamente convierte a Domani en lo que se conoce como un periódico “decente”, entendiéndose por un periódico más bien dado al chantaje, a meterle a alguien por ahí un poco de calambres pero sin llegar a mayores, así como algunas otras cosas por el estilo.
El detonante de Número Cero (fatalmente apenas de poco más de 200 páginas, cuando Umberto Eco nos tiene acostumbrados a volúmenes de entre 500 y 600 páginas) es, pues, la investigación periodística que hace Braggadocio acerca de un tema que no resulta para nada descabellado, que aquí resumo en unas cuantas líneas:
El dictador Benito Mussolini, que oficialmente fue ejecutado en 1945 y depositado su cuerpo, junto al de su amante Claretta Petacci, en la Plaza Loreto de Milán, no habría sido el verdadero, sino un doble. El Duce real, ya muy acabado al final de la Segunda Guerra Mundial, habría sido conducido a vivir a Argentina (como dicen que también lo hicieron con Hitler), donde esperaría el momento en el que, como símbolo del fascismo, reaparecería en el momento en el que se preparaba un golpe de Estado en Italia.
Creo que con eso es suficiente. Hay mucha más información sobre el asunto, pero lo mejor es hincarle el diente a la breve novela de Umberto Eco. No obstante, a propósito del dictador alemán, aliado de Mussolini, el autor cuenta un chiste que es imposible pasarlo por alto. Así, pues, estando en Argentina, también siendo convencido para reanudar la lucha, Hitler advierte:
–Bueno, pero esta vez en el bando de los malos, ¿eh?
(¡El cabrón creía que había estado en el bando de los buenos!).