POR Bibiano Moreno Montes de Oca
El nombre de Cross, la novela del escritor norteamericano James Patterson, se puede tomar de dos formas: por su traducción literal, que es cruz, o por un apellido de origen inglés. Cualquiera que se prefiera de los nombres, no hay pierde: es la historia de Alex Cross que, en efecto, tiene que cargar con una pesada cruz a todo lo largo de la intensa trama policiaca.
Antes de entrar de lleno en Cross, es bueno hacer notar que se trata de una novela relativamente reciente, pues existen otras en las que aparece el mismo protagonista en una etapa más madura. Lo interesante es que esta novela, que es más reciente, cuenta la historia de los inicios de Alex Cross, en tanto que en las anteriores él ya rebasa la edad media.
De hecho, hay por lo menos dos películas en las que el papel protagónico está a cargo del actor negro Morgan Freeman, en las que ronda los 60 años y ya no cuenta con su familia. En Cross, por el contrario, la historia inicia precisamente en los felices tiempos en los que él está casado con María Simpson Cross y ella espera al primero de los tres hijos que ambos procrean durante el tiempo que dura su matrimonio.
La felicidad no dura mucho: la bala de un francotirador siega la vida de la joven madre que muere en los brazos de su esposo. Es el año de 1993 y Alex Cross se convierte, de golpe y porrazo, en padre y madre de tres hijos pequeños, aunque es apoyado por su abuela (la de Alex, no de los niños), una mujer fuerte que ya antes se había hecho cargo del nieto cuando éste se quedó sin padres.
La novela es sobre Alex Cross, pero lo cierto es que existe otro personaje mucho más interesante que se roba la historia (que corre paralela a la del protagonista): Michael Sullivan, un tipo de origen irlandés al que apodan El Carnicero. La historia de este asesino brutal, empleado como sicario por la mafia (los Maggione, padre e hijo) de la ciudad de Nueva York para eliminar a los contrincantes del clan, es demasiado intensa como para pasar inadvertida.
Michael El Carnicero Sullivan es hijo de un verdadero carnicero que abusa de él repetidas veces cuando era un niño, lo que habrá de marcarlo para siempre hasta convertirlo en un peligrosísimo sujeto al que sus propios jefes, que lo emplean desde muy joven para eliminar a los competidores incómodos, se ven en la necesidad de tratar de deshacerse de él, aunque infructuosamente.
Los pasajes en los que aparece Michael El Carnicero Sullivan –en cine serían secuencias— son los más atractivos de la novela, pero ello obedece a una razón elemental: es seguro que habrá algún asesinado o una mujer violada. Lo más probable que las dos cosas, una después de la otra. En lo primero lo apoya su amigo Jimmy Sombreros Galati; en lo otro, se las arregla solo.
El personaje resulta todo un caso –sobre todo clínico—, pues por lo general los encargos que le hacen en la mafia están relacionados con otros criminales, entre los que se encuentran asesinos, narcotraficantes, proxenetas y algunos de esos que se dicen víctimas del llamado síndrome de Lolita. En este sentido, no faltarán los que a Michael El Carnicero Sullivan hasta lo podrían ver como una especie de ángel vengador.
Es más: aparte de su padre al que se despacha al otro mundo por su criminal y abusivo comportamiento –apoyado por dos amigos—, cuando contaba apenas con 18 años, Michael El Carnicero Sullivan acaba también con dos pederastas, uno de ellos un cura al que nadie le había podido hacer nada.
Bueno, los sentimientos que despierta Michael El Carnicero Sullivan se dividen a partes iguales: si bien mata a buena parte de la escoria que la mafia le ordena desaparecer de este mundo, también tenemos a un desquiciado que gusta violar a hermosas mujeres, a quienes persuade de no delatarlo con argumentos muy convincentes, al mostrarles fotografías con los cuerpos destrozados de aquellas que no le hicieron caso y soltaron la lengua.
Esta última actividad no le resulta demasiado difícil: es un tipo de buen aspecto; vamos, de más joven aseguraba que se dedicará a la carrera de actor en Hollywood, aunque obviamente tuerce el camino. En otros casos, cuando no es suficiente el físico para conquistar a la ingenua chica que cae rendida, Michael El Carnicero Sullivan emplea la táctica más común que existe hasta la fecha: ofrecer una buena suma de dinero, donde obviamente caerá aquella a la que pierde la codicia y la ambición.
Pero en una historia policiaca no sólo hay malos: también están los buenos. El chicho de la novela es Alex Cross, que poco después de haberse quedado viudo tiene un extraño encuentro con su némesis en su propia casa. Es claro que el sicario actúa por su cuenta y va decidido a acabar con el policía al que se cree que le mató a la esposa. Pero su reacción es desconcertante: al encontrarlo cambiándole pañales al más pequeño de los hijos, decide retirarse del lugar, no sin antes hacer una teatral reverencia, que es su sello personal.
¿Por qué no asesina el sicario al policía en su casa? Por los hijos pequeños del que también tiene conocimientos de sicología. Así, pues, ese es otro rasgo de la compleja personalidad de Michael El Carnicero Sullivan: protege a los niños porque no quiere que les suceda lo que él le tocó vivir (de los seis a los once años de edad) con su padre. A sus propios hijos, que también son tres, los ama más que a su vida.
Más de diez años después del asesinato de su esposa, Alex Cross recibe la noticia de su antiguo compañero del FBI, John Sampson: existe la posibilidad de saber quién es el hombre que mató a María. Todo apunta a que fue Michael El Carnicero Sullivan, pero tampoco existe una certeza.
En el climático final, como en todo excelente thriller que se precie de serlo, el protagonista de la novela Cross (y el lector que no ha podido soltar el ejemplar desde el vertiginoso arranque de la intensa historia) se enterará de un importante secreto que desvelará todo el misterio.
Pero mientras eso llega a suceder, James Patterson nos introduce por los laberínticos vericuetos de una trama –y su subtrama— con la destreza del que tiene pleno control sobre el tema, llevándonos por la costa Este de Estados Unidos, donde se encuentran las ciudades de Nueva York (el distrito de Brooklyn, básicamente), Baltimore, Washington, DC, entre otras importantes urbes.