Thriller de Fadanelli por los caminos de Michoacán

POR Bibiano Moreno Montes de Oca

En el año 2002, cuando se publicó Lodo, un thriller del escritor mexicano Guillermo Fadanelli, éste ya había madurado bastante en el cultivo del género negro. Por lo menos dos novelas anteriores (La otra cara de Rock Hudson, una de ellas) de corte policiaco que le había leído antes me parecieron un tanto fallidas, pero con la del nuevo siglo y milenio noté la diferencia. Entre las dos novelas anteriores, correspondientes a la década de los 90, y la que hoy ocupa mi atención, no sólo hay una diferencia notable por el número de páginas, sino por un contenido más audaz y profundo. 

La novela La otra cara de Rock Hudson quiso abordar la historia de un tipo duro que busca huir del entonces Distrito Federal a la provincia mexicana, pero lo cierto es que resultó totalmente infame, por decir lo menos. Salva a la novela su brevedad: apenas la mitad de las que contiene Lodo, pero cuyo contenido es mucho más estimable, al contarnos una historia redonda que inicia con el personaje central en reclusión, quien poco a poco nos va desvelando el misterio en el que quedó envuelto por culpa de una mujer. 

Pero vayamos por partes, como recomiendan los cánones de urbanismo y buenos modales que practicaba Jack el Destripador. La historia de su desgracia nos la cuenta el personaje central, un profesor de filosofía llamado Benito Torrentera, aunque por los muchos datos con los que salpica aquí y allá a la historia, también es ducho en los temas históricos, sobre todo del México de la conquista y de la colonia. Este es un sistema al que han recurrido otros autores por simple comodidad: la de abordar la trama desde la perspectiva de un personaje creado especialmente para que cuente los pormenores del caso en primera persona. 

El personaje se describe a sí mismo en las primeras treintaitantas de las 300 páginas de que está compuesta la novela, de manera que el autor (Guillermo Fadanelli, que no es filósofo, sino escritor) pone su mejor empeño para presentar su historia con influencias filosóficas –tal vez asesorado por un filósofo real—, que van desde los griegos hasta los de tiempos más cercanos, sin que falten Spinosa, Nietzsche y otros menos famosos. De hecho, la novela es un tanto nietzscheana desde el momento en el que para el personaje (Benito Torrentera, maestro de filosofía en la Universidad) toda la vida es una mierda. 

No es para menos que el tipo vea la vida de una manera pesimista, tomando en cuenta que a punto de entrar a los 50 años de edad ya se siente un viejo inútil que no ha hecho nada en todo ese medio siglo perdido. Y es que el tipo vive solo en su departamentito, gana un sueldo jodido que no le permite darse muchos lujos, de vez en cuando ahorra dinero para llevarse a una puta a su cama, con la que llega a durar algunas dos o tres semanas como máximo, como un premio extra que se pueden dar mientras aguantan los dos: ella y él. 

La vida miserable y mediocre del tipo da un giro brusco cuando aparece en su vida una guapa mujer llamada Eduarda, un nombre poco común en la vida real. La primera vez que ambos tienen contacto visual es en un Seven Eleven (una cadena de tiendas de convivencia del tipo Oxxo o Kiosko, estos últimos sólo con presencia en Colima y el sur de Jalisco), el cual no resulta agradable para el viejo –así se siente y lo manifiesta todo el tiempo— profesor de filosofía, de tal suerte que hasta se olvida de ella por algunos días, hasta cuando se vuelven a topar al término de su turno por la noche.  

Coinciden al caminar por la acera, ella en dirección a la estación del metro y él a su departamento, que se encuentra cerca. El caso es que la siguiente vez que se vuelven a encontrar los dos es en el departamento de él, donde ella le hace una oferta extraña: le paga porque le permita pasar esa noche en su departamento. Al amanecer ella se irá a casa de su mamá, con la que vive, ubicada por el municipio (antes delegación) de Iztapalapa, que suena a que está hasta la quinta chingada con relación al lugar en el que trabaja. 

Por supuesto, el tipo acepta que ella se quede en su departamento, pero sin cobrarle nada. Pero pasar una noche se transforma en muchas noches (y días) en casa del profesor de filosofía que escucha la música de Silvestre Revueltas (al que, sin embargo, no considera un clásico, pero sí a Carlos Chávez), por lo que al final brota la verdad: en realidad, ella asesinó a su compañero del Seven Eleven por robarse miserables 2 mil 200 pesos, cantidad no es nada en comparación a lo que se roban los políticos mexicanos, reflexiona Benito Torrentera. 

A este respecto, es conveniente hacer notar que Torrentera tiene un hermano, Esteban, que es como las Antípodas, es decir, es exactamente todo lo contrario de lo que ha sido él toda su vida. Así, tenemos que Esteban es un abogado priista que ha avanzado políticamente en las administraciones federales, está casado y con tres hijos, vive una vida de lujos y comodidades; en fin, es un corrupto de siete suelas del que Benito abomina. Un fraterno corrupto que, sin embargo, es el que le echa la mano en varias ocasiones a ese filósofo de mierda que se cree que vive casi en olor de santidad. 

La posible persecución de la asesina motiva a la pareja a abandonar por un tiempo la Ciudad de México (que por esos tiempos aún no se llamaba así) y dirigirse al estado de Michoacán, cuya geografía van recorriendo, lo que en cine sería una road movie. La idea es llegar a un pueblito michoacano en el que no tiene el filósofo una idea clara de por qué va ahí, pero que sirve para que la historia se desarrolle en Morelia, en Pátzcuaro, etcétera, lugares en los que queda claro que la maldición que le pudo caer encima a Torrentera fue haber conocida a esa mujer llamada Eduarda. 

Aunque Michoacán es un estado con mucha historia, la cual se conoce al dedillo el autor de Lodo, no pudo haber escogido entidad federativa peor para realizar un recorrido de película. Plagada de narcos desde mucho antes de fines de los 90, con policías corruptos (con doble profesión: la de guardianes del orden y de distribuidores de drogas) que imparten la justicia convenientemente, las tierras tarascas es la peor opción que pudo haber escogido Torrentera para poner a salvo a una mujer que no es asesina, pero que a él si lo convierte en uno, aunque tiene que pagar por un crimen que ni siquiera cometió. 

Un buen ejercicio de lectura resulta la novela de Guillermo Fadanelli, al que le hace falta la novela con la que dé el estirón definitivo que lo consagre como el autor interesante que es.