POR Bibiano Moreno Montes de Oca
Hoy analizo en mi columna de culto la tercera novela de la tetralogía dedicada al famoso detective Harry Bosch, creación literaria del escritor gringo Michael Connelly. Esta vez le toca el turno a la historia El vuelo del ángel. Anteriormente me referí a La rubia de concreto y a El observatorio. Adelante con los faroles.
El vuelo del ángel / Michael Connelly
Toda novela del género negro que se respete (en cine se conoce como film noir, es decir, cine negro) debe tener un buen arranque para atrapar al lector desde el principio. Si no ocurre así, se corre el riesgo de que el que está decidido a hincarle el diente a un ladrillo de 400 o 500 páginas se arrepienta porque la trama no pinta como esperaba. Puede haber autores reconocidos que, por el puro hecho de serlo (como el maestro italiano Umberto Eco), se pueden dar el lujo de comenzar a poner buena su historia como a la mitad o hasta el segundo tercio, pero son pocos los que se encuentran en esas condiciones.
La novela El vuelo del ángel, del escritor gringo Michael Connelly, cumple al pie de la letra con las expectativas que se tienen de una trama del género negro, en su momento extrañamente ninguneada por la crítica que se dice seria, cuando su elaboración exige en los autores un esfuerzo intelectual mayor que en cualquier otro caso de la literatura, sobre todo porque los rasgos psicológicos de los personajes son de gran profundidad e, incluso, hasta llegan a ser entrañables.
El autor de El vuelo del ángel aborda la historia, influenciado por los escritores del género negro que vivieron y tuvieron como escenario a la ciudad norteamericana de Los Ángeles (recordemos a James Ellroy, autor de clásicos como La dalia negra y L.A. Confidencial, ambas llevadas a la pantalla grande con cierta fortuna). Así, aunque originario de la ciudad norteamericana de Filadelfia, Michael Connelly se fue a radicar varios años a la californiana metrópoli a fin de ubicar en ese lugar varias de las historias que salieron de su imaginación.
Su estancia en el periódico angelino Los Ángeles Times resultó fundamental para los propósitos de Michael Connelly, ya que, al cubrir las noticias policiacas, en su faceta de reportero que también es, logró compenetrarse en las entrañas del lado más sórdido y oscuro de la ciudad, que fue de donde salieron las novelas El eco negro, El hielo negro y La rubia de concreto, así como otro número de volúmenes ya dedicado de tiempo completo como escritor. De hecho, así fue como nació su personaje más interesante, protagonista de la mayor parte de su obra: el detective Harry Bosch.
El haber trabajado varios años como reportero del periódico Los Ángeles Times permitió al autor conocer muy bien el tejemaneje entre policías corruptos y periodistas sin escrúpulos que actúan como auténticos buitres. Así, cuando Michael Connelly describe las conferencias de prensa a cargo de los jefes policiacos, lo hace con mucha maestría y con gran derroche de recursos, pues todo lo que tenía que hacer era recordar las veces en que los escenarios fueron reales a consecuencia de los robos y asesinatos que nunca faltan en la ubre californiana, lo mismo que los disturbios por razones raciales.
Al autor de esta columna de culto le llama la atención un hecho en El vuelo del ángel, que inicia con el asesinato de un abogado negro y una mujer latina arriba de un funicular. Los dos personajes no tienen ninguna relación: ella fue ejecutada por encontrarse en el lugar equivocado (el clásico “daño colateral”), pues el objetivo era el otro. Pero en lo que se desarrolla la historia, que está dentro de los cánones que exige el género negro, de pronto, en la última cuarta parte de la novela, ya muy aventajada, hay una endemoniada vuelta de tuerca que cambia por completo el escenario que se nos había presentado desde el inicio.
Así, aunque la historia transcurre normalmente, con las investigaciones de rigor, sus protagonistas existencialistas desembocan en otro asunto que tiene que ver con la corrupción policiaca, impunidad de personajes que se creen intocables por poseer grandes fortunas y una red que se relaciona con pederastas, algo que en el mismo México es cosa de todos los días.
Como toda novela que se inspira en una ciudad importante que sirve como telón de fondo para la historia, Michael Connelly nos ofrece algunos datos interesantes de la metrópolis angelina, como una especie de cronista no oficial. Así, acerca de un edificio denominado Bradbury (“con sus suelos de baldosas mexicanas, sus adornos de hierro forjado y pintoresco buzones de correos”, según describe), mismo al que consideran monumento histórico las autoridades de Los Ángeles, el autor nos explica lo siguiente:
“El Bradbury, pese a su esplendor, había sido proyectado por un delineante que cobraba cinco dólares a la semana. George Wiman no estaba licenciado en arquitectura y no había diseñado ningún edificio cuando esbozó el proyecto del edificio en 1892, pero su diseño se plasmó en una construcción que había de perdurar más de un siglo y despertar la admiración de numerosas generaciones de arquitectos. Lo más curioso del caso era que Wiman no volvió a proyectar ningún edificio importante, ni en Los Ángeles ni en ninguna otra ciudad”.
Otro pasaje que vale la pena rescatar de la novela es lo siguiente, cuando Michael Connelly dice: “A (Frank) Sinatra le habían jugado una mala pasada. Hacía unas décadas, la Cámara de Comercio de Hollywood decidió colocar su estrella en la acera de Vine Street, en lugar de hacerlo en Hollywood Boulevard. Sin duda pensaron que la estrella de Sinatra constituiría una atracción turística, que la gente bajaría del boulevard para contemplarla y tomar fotografías. Pero el plan no dio resultado. Frank se hallaba a solas en un lugar al que acudían más fanáticos que turistas. Su estrella estaba situada entre dos estacionamientos y junto a un hotel donde uno tenía que convencer al guardia de seguridad para que le abriera la puerta del vestíbulo si quería entrar”.
Con 548 páginas que se leen sin ningún problema, Michael Connelly nos esboza en El vuelo del ángel una historia intrigante e interesante. Es más: la traducción no abusa de los modismos del habla de España, aun cuando este país europeo (y la madre patria de México) tiene el monopolio de las traducciones del español de todos los libros extranjeros. Así, pues, a leer sin falta.