por Bibiano Moreno Montes de Oca
Desde la aparición del revolucionario artilugio al que conocemos como teléfono móvil (aunque se ha popularizado en México con el nombre común de celular), muchas leyendas urbanas se han forjado a su alrededor. Una de las más frecuentes es que su uso causa cáncer en pequeñas dosis, lo cual puede ser cierto, pero igual cualquier otra cosa puede provocarlo, pues esa enfermedad casi está presente en todo para desgraciar nuestras vidas.
A más de uno se le debe haber ocurrido alguna historia a partir del uso masivo del teléfono celular: a los japoneses, por ejemplo, se les prendió el foco con esa exitosa saga de cine titulada Llamada perdida (con sus correspondientes remakes gringos), pero el escritor Stephen King fue más allá al imaginarse la catástrofe mundial que provoca en la humanidad el uso de esos aparatos que, en teoría, no representan ningún peligro.
La novela Cell (quién sabe por qué le dejaron el título original en inglés, pues en español tendría que haber sido Celular) se mete de lleno en el rollo de los teléfonos móviles. Como pequeña broma del autor, en la segunda de forros de su libro (en la contraportada viene la foto del escritor, cuyo rostro patibulario no desentona con el de sus personajes) se lee: “Stephen King vive en Maine con su mujer, la novelista Tabitha King. No tiene teléfono móvil”.
A este respecto, la portada de este volumen lanzado en 2006 no pudo haber sido más explícita: al centro se observa un vaso desechable del que mana un charco de sangre que corre un poco más abajo, donde se encuentra un teléfono celular de concha abierto y de cuya pantalla también fluye más del espeso líquido. En la parte más amplia de la mancha roja se refleja la figura de un hombre que, evidentemente, avanza con paso torpe: un zombi.
La lectura de la novela nos remite de inmediato a filmes clásicos como La noche de los muertos vivientes y la gran cantidad de secuelas, imitaciones, series y hasta plagios, pero ello no es para nada gratuito: el libro de Stephen King está dedicado (además de a un tal Richard Matheson) al creador de esa cinta en blanco y negro de culto, George A. Romero, quien en la segunda parte de su famosa saga recurrió al apoyo del maestrazo Darío Argento.
Esta historia de Cell arranca de lo más normal con un Stephen King en plena forma: Clayton Riddell, artista de Maine, acaba de firmar un contrato con una editorial de la ciudad de Boston que publicará la novela gráfica infantil Caminante oscuro. El tipo está feliz porque con el anticipo recibido se puede dar el lujo de adquirir algunos regalos para su esposa y su hijo de doce años; entre otros, un teléfono celular.
No pasan ni cinco páginas de la novela cuando comienza un caos de la chingada, al iniciar lo que se conoce como El Pulso, que no es otra cosa que algo que afecta a las personas en el preciso momento en el que hablan desde su teléfono celular con alguien. Así, una especie de onda ataca a las personas, que de inmediato pierden el control de sus actos y se convierten en zombis o en muertos vivientes, igualito que los que hizo famosos el ya citado director de cine gringo, George A. Romero.
De igual forma, igual que en otras cintas en las que la catástrofe ha provocado que las ciudades queden desiertas y los autos se vean a media calle solos o chocados entre sí, la absorbente lectura nos hace visualizar el terrible caos en el que se envuelve la bella y cosmopolita ciudad de Boston, primero, y el resto de los poblados que recorre el personaje principal para llegar a su residencia en una población del estado norteamericano de Maine, después (con algunas libertades geográficas que se toma el autor en su ruta por esa región de Estados Unidos).
En el transcurso de la historia, Clayton Riddell conoce a varios personajes que, como él, no alcanzaron a utilizar sus teléfonos celulares en el momento del desastre por diferentes razones. Así, con una quinceañera llamada Alicia y un homosexual de nombre Thomas, el autor de la novela gráfica Caminante oscuro recorre un buen tramo de su país para poder encontrar a su familia; en especial, a su hijo de doce años que tampoco utilizó el artilugio por haberlo prestado a su mamá.
Como lo he mencionado reiteradamente, la novela tiene mucho de la cinta La noche de los muertos vivientes y secuelas; sin embargo, en este caso los zombis cuentan con un líder que pretende exterminar a los que han estado a salvo de la locura producida al momento de emplear el teléfono celular. Uno de los personajes ilustra al respecto:
“…Si haces o recibes una llamada, te envían una especie de… ¿de qué? De mensaje subliminal, supongo, que te vuelve loco. Suena a ciencia ficción, pero hace quince o veinte años los móviles tal como los conocemos hoy en día también debían de parecerle ciencia ficción a la mayoría de la gente”.
Por cierto, una de las grandes tragedias de los lectores en español son las traducciones que nos recetan las editoriales madrileñas (en este caso, Madrid es potencia mundial), pues, como en Cell, de pronto nos encontramos con verdaderos excesos, como el infame ejemplo que reproduzco a continuación:
“—Estás bien, Gunnah? –preguntó.
Clay suponía que así se pronunciaba Gunner en el sur de Boston.
–Joder, tío, estás sangrando como un cerdo, me cago en Dios, pensaba que estábamos muertos. –Se volvió hacia Clay–. ¿Qué coño miras?”
Con esa descarada traducción madrileña de un diálogo entre personajes norteamericanos, uno ya no sabe si reír, llorar o ponerse a rezar.
Por cierto, se hizo una versión para el cine que, aunque cuenta con buenos efectos especiales, no está a la altura de la novela, con todo y que son muy buenas las actuaciones de dos de los protagonistas, uno de ellos el cada vez más higadazo Samuel L. Jackson.