POR Bibiano Moreno Montes de Oca
El reciente lanzamiento del documental de la plataforma Netflix, titulado Red Privada: ¿Quién mató a Manuel Buendía?, no pudo haber sido más oportuno en estos momentos en los que el gobierno mexicano enfrenta a periodistas como si ambos bandos estuvieran en igualdad de condiciones. Así, con todo el poder del Estado, que representan tener a su servicio todo el aparato de prensa, radio, TV y redes sociales manejadas por la pedorra 4t, amlo encara al periodismo crítico como si él fuera un simple ciudadano y no el presidente más autoritario desde hace un siglo.
El autor de la columna Red Privada, Manuel Buendía Tellezgirón, asesinado el 30 de mayo del orwelliano 1984, representaba un importante sector de la sociedad bien informada desde la segunda mitad del siglo XX. Ciertamente, no era alguien que estuviera en contra del sistema imperante en esos momentos –del que más bien se llegó a beneficiar—, pero al menos abordó en sus numerosos textos periodísticos temas que nadie más trataba o, en su defecto, sólo lo hacían muy por encimita. Así, pues, si algo caracterizó al influyente columnista mexicano, fue que atacaba de manera contundente, directa, precisa y con un irónico sentido del humor, algo no tan común en el medio.
Desde los créditos del documental de Netflix sobre Manuel Buendía, formados con los lingotes en el linotipo (esa reliquia –una especie de máquina de escribir gigantesca— que se convirtió en pieza de museo desde hace casi medio siglo), el trabajo del director Manuel Alcalá pinta bien, pues incluye diferentes testimonios, aborda el caso desde diferentes perspectivas y nos deja en claro que los culpables del asesinato del columnista de Excélsior se vinculan con el entonces incipiente poder del narcotráfico, el gobierno mexicano (por conducto de la desaparecida Dirección Federal de Seguridad) y el gobierno de Estados Unidos.
Cuando asesinaron al autor de Red Privada, que se publicaba en Excélsior y en una treintena de periódicos del interior del país (en Colima los derechos los tenía el periódico El Comentario), de inmediato surgieron varias hipótesis sobre los posibles responsables. Como en todo crimen que se comete, siempre se debe voltear a ver a quién beneficia. En este caso, habría que ver quiénes eran los personajes o grupos políticos que eran atacados con cierta regularidad por el bien informado columnista, que indudablemente les resultaba muy incómodo por sus punzantes señalamientos en un medio de gran influencia.
Obvio: abundaban los candidatos; entre otros, el grupo ultraderechista de los Tecos de la Universidad Autónoma de Guadalajara (UAG), que contaba con sus propios medios propagandísticos, proclives al fascismo, como la revista Réplica y el diario Ocho columnas; el ex gobernador de Guerrero, Rubén Figueroa Figueroa, un viejo cacique de talante muy folclórico, que en el impresentable Félix Salgado Macedonio tendría hoy a su más representativo exponente; la CIA, la agencia norteamericana de inteligencia que en tiempos de Buendía era golpista, si bien es cierto que en la actualidad ya no es ni la sombra de lo que fue.
Según uno de los periodistas que dieron su testimonio sobre el caso del asesinato de Manuel Buendía, el propio columnista confesó alguna vez que no tenía problemas en atacar a los Tecos, a Rubén Figueroa, a la CIA y a políticos poderosos de su tiempo, pero que en el caso del narcotráfico sí se la pensaba por el peligro que desde entonces representaban. Una de sus últimas columnas del periodista se refería, precisamente, a un desplegado de prensa firmado por varios obispos del sur de país, donde los prelados se quejaban del fenómeno del narco, que ya comenzaba a permear por aquella región.
Es curioso lo anterior, pues desde hace años el problema del narcotráfico no se encuentra en el sur del país, sino más bien en el centro y norte, con entidades muy bien ubicadas; por ejemplo, Michoacán, Jalisco, Guanajuato, Sinaloa, Tamaulipas, etcétera. Bueno, si mucho me apuran, también podemos incluir a Sonora, las dos Baja Californias, Chihuahua, Coahuila. En el sur, ciertamente, los estados que están fuera de control son los de Quintana Roo, Guerrero, Chiapas y Oaxaca, infestados por ese fenómeno hasta el tuétano.
Volviendo al documental del autor de Red Privada, diré que no todos los testimonios de los periodistas fueron interesantes; de hecho, hay algunos que hasta salen sobrando. Así, por ejemplo, nada aporta Carmen Aristegui, que ni conoció a Buendía, aunque se incluyó tal vez sólo por izquierdosa. La escritora Elena Poniatowska, en cambio, sí convivió mucho con el columnista de Excélsior, pero dijo puras pendejadas. Los que sí resultan imprescindibles son los periodistas Raymundo Riva Palacio, Luis Soto, José Reveles, Félix Fuentes, Rogelio Hernández, Jorge Meléndez e Iván Restrepo. El mamón es Sergio Aguayo, higadazo a más no poder.
El asesino intelectual de Buendía fue José Antonio Zorrilla, al mando de la DFS y a las órdenes de Manuel Bartlett Díaz, a la sazón secretario de Gobernación. La responsabilidad de esos personajes es indiscutible, pero el problema es que el único que pagó años de cárcel es el peón. ¿Qué santo protege a Bartlett, involucrado en el narco y sin poder ingresar a Estados Unidos, donde sería detenido de inmediato por su responsabilidad en el caso del agente de la DEA, Enrique Kiki Camarena? Es un misterio muy misterioso.
Del asesinato de Manuel Buendía a la fecha, hace 37 años, ha cambiado mucho la forma de hacer periodismo. En los tiempos del columnista de Excélsior no se daba la confrontación que existe hoy, donde amlo arremete sin compasión en contra de los periodistas que le son incómodos y se queda tan campante, como el miserable tirano que es. Pero los tiempos también son irrepetibles: nunca volverá a haber un columnista igual que el autor de la Red Privada, pues la dinámica de hoy es completamente diferente a la de más de tres décadas atrás. Ahora hay herramientas que pueden ser utilizadas por cualquiera que se diga periodista.
Por cierto, la única vez que vino a nuestro estado, invitado por la Universidad de Colima Oficial, Manuel Buendía ya se encontraba en la cúspide de su carrera como periodista, de manera que la conferencia que ofreció tuvo una nutrida concurrencia entre colegas locales, académicos, estudiantes, políticos. Por esos tiempos estaba reciente el encontronazo del columnista contra los empresarios mexicanos, a los que encabezaba Manuel Clouthier del Rincón, que en un desplegado de un octavo de plana publicó la siguiente frase acusadora contra Buendía: “¿Quién le paga a Manuel Buendía?”
Al abandonar el lugar donde se llevó a cabo la conferencia, muchos de los asistentes, incluidos los periodistas, lo acompañamos a la explanada que conducía al área de estacionamiento que había en ese tiempo. A su lado, por el costado derecho, me las arreglé para preguntarle a botepronto:
—¿Cómo van sus pleitos con Manuel Clouthier?
—Bien, muy bien –dijo con una leve sonrisa cómplice que se dibujó en su adusto rostro.
No hubo manera de seguir con el tema, pues en ese momento, con voz impostada y una actitud teatral, el higadazo Juan Diego Suárez Dávila, funcionario de la casa de estudios en ese tiempo, espetó la misma frase de Clouthier:
—¿Quién le paga a Manuel Buendía?
Ahí terminó todo, pues en eso un espontáneo, salido de quién sabe dónde, comenzó a perorar contra el capitalismo, los explotadores, el imperialismo gringo, etcétera, lo que distrajo la atención de Buendía, de tal suerte que ya no lo soltó hasta que llegaron a rescatarlo algunas autoridades universitarias en un vehículo. De cualquier manera, era evidente que Buendía no tenía intenciones de declarar nada, pues creía que con la conferencia magistral ofrecida momentos antes era más que suficiente.
En cuanto al documental de Netflix, no hay duda que cada vez se supera a sí misma esa plataforma con su producción para el entretenimiento y la reflexión.
*Columna publicada el 21 de julio de 2021.