POR Bibiano Moreno Montes de Oca
En diferentes ocasiones he dedicado mi columna de culto a temas relacionados con los magistrados del Supremo Tribunal de Justicia del Estado. Lo he hecho por varias razones; entre otras, porque en los medios de comunicación es escaso o nulo el espacio que se les dedica a esos individuos, pero sobre todo porque también cuentan con altísimos ingresos, casi como el que perciben los diputados de la 58 Legislatura local.
Repito que he escrito mucho sobre el tema de los magistrados, pero mi intención por esta ocasión es hacer un resumen de todo lo ya redactado a lo largo de varios años, a fin de que también haya gente que se indigne con la privilegiada situación en la que se desempeñan esos sujetos que tienen el control del Poder Judicial en la entidad. Así, si hay enojo por los sueldazos de los legisladores locales, igual o más debiera haberlo por el de los magistrados.
Comienzo por el principio. En Colima son diez los magistrados del Poder Judicial (incluido el presidente, que se elige cada dos años), situación que debiera modificarse, pues para una entidad tan pequeña como la nuestra, donde apenas rebasamos el medio millón de habitantes, diez son demasiados. ¿Por qué son tantos diez magistrados del STJE en Colima? Porque nuestra población es reducida. Así, a menor población, menos magistrados.
Por citar un ejemplo, el estado de Jalisco cuenta con 34 magistrados del Poder Judicial (incluido el presidente), quienes están distribuidos en once salas especializadas. Dirá usted que son muchos magistrados, en comparación con los diez de Colima. Error: la vecina entidad jalisciense tenía una población, al inicio del 2015, de 7 millones 800 mil almas, donde predominan las mujeres. ¿Y cómo andamos en Colima?
En la misma fecha, de acuerdo con el INEGI, se tenía en Colima una población de 711 mil 235. Está claro que, proporcionalmente, a los diez magistrados colimenses les corresponde atender menos expedientes judiciales que a sus homólogos jaliscienses. Dirá usted lo siguiente: Bueno, pero al menos los magistrados del STJE le echan muchas ganas y hacen bien su trabajo. Pues bien, los diré que ni le echan ganas y ni les interesa si alguna resolución la hacen bien o mal, pues al final de cuentas nadie se da cuenta de ello, salvo los directamente involucrados.
Ahora bien, el magistrado no es el que hace el trabajo, sino un subalterno al que se le conoce como proyectista. Ojo: este personaje es fundamental a la hora de llevar a cabo una resolución, pues es el que realiza labor de investigación, recaba informes aquí y allá, redacta el proyecto –de ahí el título de proyectista—; en fin, es alma y corazón en cada resolución que emite su jefe, que lo único que hace es firmarlo. Así, entre uno y otro dictamen, el proyectista le chinga bien y bonito, mientras el magistrado se rasca los güevos sabrosamente.
Al final, uno podría concluir: Bueno, el proyectista es impecable en sus proyectos de resolución, pero al menos gana bien. Error: el proyectista gana mucho menos que el magistrado, cuando él es el que verdaderamente trabaja. Su desgracia es ser proyectista, no magistrado. Hay varios proyectistas que sueñan con algún día llegar a ser magistrados, a fin de cambiar los papeles; sin embargo, en lo que eso llega a ocurrir algún día –un día que casi nunca llega—, vuelve a su cruda realidad cotidiana.
Para llegar a magistrado no se requiere hacer campaña, como lo hacen los candidatos a diputados locales y federales, así como los que aspiran a senadores, gobernadores y presidentes de la República, donde se corre el riesgo de perder y no obtener el cargo deseado. No, para nada: al futuro magistrado le basta con que lo proponga, dentro de una terna, el gobernador en turno ante el Congreso local. A la fecha, por no haber sido reformada la Constitución local, así se hace aún.
De manera, pues, que una vez que los diputados locales le dieron el visto bueno al magistrado propuesto por el gobernador en turno, el feliz afortunado aterriza en su cargo no por tres, sino por seis años; más aún, si en el mismo Congreso local se llegan a descuidar y no ponen la debida atención en los que están por terminar su periodo, se pueden convertir en inamovibles, como a inicios del presente año ocurrió con el caso de Miguelito García de la Mora.
El magistrado Miguelito García de la Mora es un tipo que llegó a esta capital, procedente de Manzanillo, con una mano atrás y otra adelante: pero a base de un extraño manejo en sus relaciones públicas, hoy es ya un pedante magistrado inamovible que hasta se da el lujo de tener chofer particular. A estas alturas, no debe extrañarnos que, cuando se descomponga el aire acondicionado de su lujosa oficina, ponga a un negro –eunuco, de preferencia— para que lo abanique con una palapa.
Este sujeto, aprovechando que todo Colima tenía puesta la mirada en la elección extraordinaria de gobernador del estado, soterradamente semblanteó su caso. Vio, por ejemplo, que nadie se ocupaba de él porque todos andaban muy ocupados en saber el resultado de los comicios; por tanto, su entusiasmo creció al ver que el gobernador en funciones no envió una terna al Congreso local con su propuesta, lo que en automático hizo que Miguelito García de la Mora, muy sabrosamente, se volviera en inamovible.
Por otro lado, contrario a lo que se cree, un magistrado gana muy bien. Vamos: nunca va a aceptar que le va de maravillas, pues prácticamente no tienen que rendirle cuentas a nadie. En su oportunidad, un diputado local me manifestó su asombro cuando, a la hora de aprobar la pensión a la viuda de un magistrado, con un diez por ciento menos del sueldo que él tenía en vida, se le autorizó a la mujer un monto de más de 90 mil pesos.
O sea que si a la viuda del magistrado le autorizaron más de 90 mil pesos por representar el 90 por ciento del sueldo mensual que ganaba el marido en vida, significa que el cien por ciento del salario mensual rebasa los 100 mil del águila. Ah, claro, sin contar el resto de las canonjías que recibe un magistrado, como viáticos y otros premios, y que ya no se suman al salario nominal.
En resumen: los sueldazos de los diputados locales ofenden a los colimenses; pero también debiera ofenderlos la privilegiada, casi regalada, situación de los diez magistrados del STJE, la mayoría de ellos inamovibles, lo que quiere decir que seguirán con sus grandes beneficios de ciudadanos de excepción por el resto de sus vidas. Los diputados al menos se van en tres años –o seis si ahora logran la reelección—; los magistrados, en cambio, son eternos, pues en las pensiones de sus viudas –o viudos— logran la reencarnación.
Por ello, con sumo placer, los diez magistrados del estado, encabezados y entonados por Miguelito García de la Mora, gritan muertos de la risa: ¡No te acabes, Poder Judicial!
*Columna publicada el 28 de julio de 2016.