POR Bibiano Moreno Montes de Oca
La corrupción es un mal atávico que viene desde antes de que los españoles colonizaran lo que hoy es México. En todos los niveles, desde los más altos y hasta llegar a los casos más humildes, la corrupción está presente en nuestra sociedad. Ni modo: estar a la altura de los suecos o los suizos, cuyas poblaciones son de las menos corruptas del mundo, es algo que se podrá conseguir tal vez allá por el tercer milenio, si es que para entonces aún existe nuestro planeta.
Hay casos de pillos simpáticos que, por supuesto, cultivan la corrupción al nivel en el que se desenvuelven dentro de la sociedad. De manera, pues, que traeré a cuento un caso verídico de un personaje que, más adelante, se involucró en nuestra vida familiar, pues se trataba de uno de esos individuos de profesión de albañil a los que en algunas obras de grandes dimensiones se les adjudica el nombramiento de contratistas.
Un contratista se encuentra en una escala superior del albañil, pues al contrario de éste, aquél se encarga de asignar tareas a los demás, donde por supuesto se incluye a los chalanes, mazahuales o ayudantes. Así, en la construcción de lo que hoy es la cárcel de la capital del estado, junto a la entonces lejana población de La Estancia, el contratista de nuestra historia hizo de las suyas a dios dar.
El tipo tenía un gran parecido con Cantinflas, el comediante más exitoso del país. Era igual de payaso el contratista, pero no tan simpático como el mimo mexicano. Eso sí: era muy bueno para hacerse de recursos destinados a una obra de las dimensiones de la penitenciaría, donde varias veces se tuvieron que suspender los trabajos por falta de recursos.
Así, pues, una vez que Arturo Noriega Pizano, a la sazón gobernador del estado, realizó una visita para saber cómo iba la obra, varios de los albañiles y demás empleados aprovecharon la ocasión para acusar al citado contratista de todo tipo de tropelías cometidas en perjuicio de la construcción, pero también de sus intereses como trabajadores. Frente a la mirada severa del mandatario, el sujeto sólo atinó a decir:
–¡Puras calurnias, señor gobernador! ¡Son puras calurnias!
(En su temor de recibir un castigo ejemplar por sus actos, el tipo empleó la inexistente palabra calurnia en lugar de calumnia, si bien no andaba tan lejos de lo que realmente pretendía decir, como todo cínico que se precie de serlo).
Aunque desconozco la reacción del entonces gobernador a las acusaciones que se hicieron en contra del contratista sinvergüenza, lo cierto es que las cosas mejoraron cuando fue sustituido en el cargo. El tipo, empero, sí era un corrupto en toda la extensión de la palabra. Y no sólo por lo cometido en la obra de la cárcel de La Estancia, sino también por lo que pasó tiempo después.
Resulta que mi mamá conocía el tipo desde sus tiempos juveniles. Por las fechas en las que se encontró con el contratista, mi madre estaba decidida a reconstruir una casa que tenía pegada al arroyo El Manrique, al que se le ganó un tramo del cauce para echarle unos cimientos de más dos metros de altura, a fin de darle a la finca cierta solidez.
El contratista fue el encargado de llevar a cabo la obra. Debo admitir que hizo un trabajo aceptable, pues los cimientos quedaron bien firmes. Sin embargo, el tipo comenzó a pedir dinero de más, al grado que ya no correspondía lo pagado con lo realizado. Al final, como era de esperarse, se tuvieron que prescindir sus servicios, quedando a deber dinero extra que nunca retribuyó. De su mala fama supimos poco después, pues lo del CERESO ya había ocurrido varios años atrás.
La casa la terminaron de reconstruir otros albañiles, ellos sí gente honrada. Eran dos cuñados: uno era el jefe, al que le decían El chino, pero el otro era velocísimo para pegar ladrillos y levantar bardas en un santiamén. Del contratista, con parecido a Cantinflas, nunca volvimos a saber nada nunca más, aunque su hijo pintaba para superarlo en eso de lo chueco o tranza, pero con la desventaja de ser un perfecto higadazo.
No obstante, la frase del contratista no se me olvida. Dentro de algún tiempo, ¿cuántos tratarán de defenderse con su mismo argumento? ¿Cuántos van a negar toda responsabilidad con la frase del Cantinflas albañil de esta historia: son puras calurnias, señor gobernador? En fin.
*Columna publicada el 26 de diciembre de 2013.