POR Bibiano Moreno Montes de Oca
Nadie se muere la víspera, dice un refrán que hace notar que ninguna muerte es inesperada, es decir, que se muere el que ya está destinado para morirse. Pero los verdaderos problemas se generan cuando el que repentinamente se vuelve difunto es nada menos que el presidente de la República Mexicana.
Inmersos hasta las cejas en los problemas de inseguridad y crisis económica, a muchos mexicanos se nos suele olvidar que existen otros que no se deben soslayar, si bien en siglo y medio no se han hecho presentes; por ejemplo, el de la muerte del titular del Poder Ejecutivo en funciones, cuyo caso está previsto en un artículo constitucional, el 84, que era totalmente obsoleto hasta entonces.
(Curiosamente, por las fechas en las que apareció la novela –2012—, en la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión se aprobó la reforma del citado ordenamiento constitucional. No obstante, la historia ficticia de Alfredo Acle Tomasini fue el detonante para que a nuestros padres conscriptos federales se les encendiera el foco y repararan su omisión sobre un artículo que resultaba inaplicable en la actualidad).
Así, pues, La inoportuna muerte del presidente es de las que le apuestan a la temática novedosa, aun cuando ello implique correr riesgos. Y aunque se trata de ficción, la hipótesis es pertinente; por tanto, la premisa de Acle Tomasini se puede inscribir en el apartado del thriller futurista, del mismo modo que lo es La Victoria, novela de Jaime Sánchez Susarrey que especula sobre el gobierno que hubiera tenido México, después del 2006, de haber ganado la elección el perredista Andrés Manuel López Obrador.
No son muchos autores los que se atreven a especular sobre el futuro, así como lo han hecho Sánchez Susarrey y Acle Tomasini; caso especial el de éste último, si tomamos en cuenta que incursiona por primera vez en el terreno de la novela, pues si bien escritor, su fuerte son algunos textos más bien técnicos, como el titulado Planeación estratégica y control total de calidad. Un caso real hecho en México, texto pionero en este campo basado en su experiencia como director general del Consorcio Minero Benito Juárez Peña Colorada.
El caso es que La inoportuna muerte del presidente aborda hipotéticamente un tema que podría ocurrir en la realidad, mismo sobre el que gira toda la trama. El autor recuerda que el último caso de un presidente muerto en funciones fue el de Benito Juárez (en 1872), quien en ese tiempo tenía su residencia oficial en Palacio Nacional. El presidente de ficción, por su parte, muere en Los Pinos y no hay rasgos que lo equiparen con alguno de los que lo precedieron en el cargo.
El presidente de la novela de Acle Tomasini resulta excepcional: al renunciar a su partido después de haber rendido su primer informe de gobierno provoca una reacción en cadena, pues muchos diputados lo imitan en el Congreso de la Unión, con lo cual se ven frenadas muchas iniciativas ante la falta de consenso. Así, como en la vida real, la clase política se responsabiliza mutuamente de la parálisis reinante a causa de la decisión del titular del Poder Ejecutivo.
Cuando el presidente fallece en su cama de la residencia de Los Pinos, las pasiones se desatan entre los que sienten que lo pueden sustituir una vez que se sabe de su muerte. Lo más importante del asunto es que pareciera que la historia está tomada de la vida real, pues los rasgos psicológicos de los personajes están muy bien delineados; tanto así, que es seguro que los políticos de carne y hueso reaccionarían exactamente igual en circunstancias similares.
Convocados por un habilísimo secretario particular del ya difunto presidente, a Los Pinos llegan algunos de los personajes más cercanos a él en vida; pero también otros que tienen que estar presentes por ser candidatos naturales a suceder al muerto en el cargo, así fueran enemigos irreconciliables, siempre en base con el obsoleto –en ese momento— artículo 84 constitucional.
El autor se desenvuelve con naturalidad en un tema muy sensible, ya que precisamente en lo que dice el artículo constitucional está la clave de todo: la inoportuna muerte ocurre cuando no está muy claro si el presidente aún no cumple los dos primeros años de gobierno; o bien, si ya rebasó dicho periodo, lo que a los involucrados les ahorraría muchas molestias.
Veamos: si el presidente murió antes de cumplirse los dos primeros años, tendría que nombrarse un presidente interino y convocarse a elecciones; si la muerte ocurre después de ese periodo, el Congreso de la Unión designaría al sustituto que terminaría el sexenio.
Esto último es lo que le interesa a algunos políticos y empresarios ambiciosos que son fielmente retratados en esta absorbente historia de Acle Tomasini; sin embargo, el secretario particular del difunto presidente de ninguna manera les va a facilitar las cosas a los que presumiblemente forman parte de una conspiración, es decir, de un complot.
Por cierto, cabe destacar un hecho que es aclarado por el propio autor de la novela: el nombre del personaje central La inoportuna muerte del presidente es Axkaná Guzmán, igual que en la novela política La sombra del caudillo, del maestro Martín Luis Guzmán, aparece un personaje que responde al nombre de Axkaná González.
Es evidente la fuerte influencia guzmaniana en Acle Tomasini. Así, pues, Axkaná (nombre de origen maya) es por el alter ego del propio Martín Luis Guzmán en su obra maestra, y Guzmán es precisamente por el apellido del también autor de El águila y la serpiente.
*Columna publicada el 13 de septiembre de 2014.