POR Bibiano Moreno Montes de Oca
Una de las más grandes virtudes de Mario Puzo, el autor de la novela –y de la saga cinematográfica con Francis Ford Coppola– El Padrino, fue el de haber profetizado en la ficción algunos sucesos que más tarde serían una terrible realidad; entre otras cosas, el de los atentados terroristas en suelo gringo, principalmente en las ciudades de Nueva York y de Washington.
En las novelas La cuarta K y en Omertá, Mario Puzo se adelanta a los hechos terroristas de septiembre del 2001, al vaticinar ataques a las dos ciudades citadas (curiosamente, las dos capitales de Estados Unidos). En la primera, incluso, el autor describe minuciosamente cómo vuela una parte del distrito de Manhattan, efectos devastadores que se resentirían en toda su descarnada magnitud con los dos avionazos a las Torres Gemelas.
Pero si en las dos obras citadas Mario Puzo advierte con años de anticipación sobre lo que representa para el mundo el fenómeno del terrorismo, en Omertá de nuevo se adelanta a su tiempo, al abordar la guerra desatada entre mafiosos italianos y sudamericanos (una clara referencia a Colombia, primero, y a México, después, aunque tamizada al cambiarse el nombre por el país real que es Perú) por el control de diez bancos, propiedad de don Raymonde Aprile, para utilizarlos en el lavado de dinero del narcotráfico.
Aunque ya se han destapado escándalos significativos de bancos que se dedican al lavado de dinero sucio, en la ficción el autor se adelantó a una realidad que apenas ha logrado salir a flote.
Pero en el caso de la obra póstuma de Mario Puzo (publicada en el 2000, un años después de la muerte del escritor), lo interesante es que se aborda de manera magistral el tema de los mafiosos metidos a banqueros dispuestos a corregirse, lo mismo de los que desean el control para continuar con sus actividades ilícitas.
En este sentido, Omertá es un testimonio ficticio pero puntual de lo que pudiera llegar a ser en la realidad, donde no falta ninguno de los elementos que hacen de esta obra una historia entrañable: mafiosos retirados que ahora están al frente de negocios lícitos, y capos de la droga dispuestos a todo con tal de quedarse con bancos en los que lavarían el dinero producto de su criminal actividad.
En medio del fuego cruzado, agentes del FBI y de la policía de la ciudad de Nueva York que no se tocan el corazón para quebrantar la ley y hasta para colocarse al mismo nivel de los que supuestamente combaten.
El de las mafias italianas –principalmente las sicilianas— es un tema en el que Mario Puzo se desenvuelve como pez en el agua. Buena parte de su obra está dedicada a un mundo que él conocía a la perfección.
Así, no sólo tenemos su obra maestra que es El Padrino, sino también El siciliano, El último Don y Omertá, cuyo significado, de acuerdo con el World Book Dictionary, es el siguiente: “Código de honor siciliano que prohíbe informar sobre los delitos considerados asuntos que incumben a las personas implicadas”.
Como en El Padrino, la novela emblemática que es un tratado de política, Omertá también ofrece a los lectores algunas enseñanzas prácticas, más allá de ser una novela de capos sicilianos, ítaloamericanos y sudamericanos. De esta manera, por voz de don Raymonde Aprile, ahora convertido en respetable banquero, el autor reflexiona así, aunque no sin cierto aire de soberbia y pedantería:
“El Don comprendió que la gloria de Estados Unidos residía en la aparición de grandes familias y sabía que la mejor clase social procedía de hombres que, al principio, habían cometido grandes crímenes contra la sociedad. Aquellos hombres que trataban de hacer fortuna habían construido también Estados Unidos y habían dejado que sus malas obras se fueran desintegrando hasta convertirse en polvo olvidado. ¿De qué otra manera se habría podido hacer? ¿Dejando las grandes praderas norteamericanas en poder de aquellos indios que ni siquiera podían imaginar una vivienda de tres pisos? ¿Dejando California en manos de los mexicanos, que carecían de conocimientos técnicos y no podían concebir los grandes acueductos para el riego de unas tierras que permitirían la prosperidad de millones de personas?”
Cuando el agente del FBI Kurt Cilke sostiene una entrevista con policías de Nueva York, su deducción es acertada: ellos simularán hacer algo pero no colaborarán, pues “habían sido sobornados” por los narcos. ¿Acaso no escuchamos eso cientos de veces en el anterior gobierno mexicano que libró una cruenta batalla contra los narcotraficantes?
Otra observación muy certera de Mario Puzo es cuando sostiene lo que sigue: “A Kurt Cilke le gustaban los perros porque no podían conspirar. No podían disimular su hostilidad, carecían de astucia, eran incapaces de tramar intrigas y no permanecían despiertos por la noche, planeando robar y asesinar a otros perros. La traición no entraba en sus planes…”
Uno de los capos de la droga financia científicos para que obtengan una fórmula con la cual atacar a Estados Unidos. A este respecto, Mario Puzo profetiza:
“El mayor peligro a corto plazo era el de que las organizaciones terroristas financiadas y apoyadas en secreto por alguna potencia extranjera introdujeran subrepticiamente un arma nuclear en Estados Unidos y la hicieran estallar en una gran ciudad. Probablemente en Washington o en Nueva York. Era inevitable que ocurriera…”
Otra frase célebre corresponde al mafioso Bianco, quien es objeto de un atentado y logra salir ileso. Cuando capturan a los agresores, con un rifle los elimina a todos –son cinco— sin decir una sola palabra. Después viene la “lección” a su compañero: “Cuando hayas decidido matar a un hombre, jamás hables con él. Resulta incómodo para él y para ti”.
Otra enseñanza, ésta de don Raymonde Aprile a su sobrino Astorre Viola, es la que sigue: “No cuentes con la gratitud por actos que hayas realizado a favor de la gente en el pasado. Tienes que procurar que la gente te esté agradecida por las cosas que hagas por ellas en el futuro”.
Como lo señalo líneas atrás, la novela póstuma de Mario Puzo es también un compendio de breves enseñanzas aplicables en la política, de la misma manera que lo es El Padrino.
*Columna publicada el 9 de octubre de 2014.