Novela sobre el infierno de los acusados injustamente

POR Bibiano Moreno Montes de Oca

Si la frase de “una vida robada” se justifica y cabe perfectamente en alguna historia, ese es el caso de Matt Denver, personaje central de la novela Donde los ángeles no duermen, lanzada al mercado en 1999 bajo la autoría de María Teresa Colominas. Así, un joven abogado con un promisorio futuro, miembro de una reconocida y rica familia de la ciudad de San Francisco, California, muy pronto mira –bueno, eso es un decir— cómo su vida da un brutal giro de 180 grados y se encauza hacia el mismísimo infierno en la tierra. 

El joven abogado, de apenas 25 años de edad y asociado en un bufete jurídico con su cuñado Mike, sólo tiene un “defecto”: es ciego de nacimiento, problema que no le tocó padecer a su hermano gemelo Dan, que también cursó la misma carrera y logrará llegar a convertirse en el fiscal general de Estados Unidos. El padre de ambos también es un exitoso abogado, de tal suerte que la pasión por los asuntos legales la llevan en la sangre. 

El ser ciego de nacimiento tiene ciertas “ventajas” para Matt: al nunca haber visto el mundo tal como lo conocemos el resto de los mortales que no somos invidentes, el color de las cosas es secundario: más bien, las cosas se conocen por su textura al contacto de las manos. De manera, pues, que la vida se puede seguir adelante con el desarrollo de los otros sentidos, a falta del de la visión. 

El infierno para Matt Denver, empero, rápido adquiere forma en la figura de su pequeña sobrina de seis años, Linda, que un mal día acusa a su tío de haber sido ultrajada. A raíz de una acusación que constituye un delito grave, el declive del abogado llegará a extremos nunca antes vistos por el autor de esta columna de culto en historia anterior alguna. Basada esta novela en hechos reales, quiere decir que la ficción –como siempre sucede— fue superada ampliamente; sin embargo, el tratamiento dado por María Teresa Colominas es de un rigor que resulta conmovedor. 

Imposibilitado de poder demostrar su inocencia, sobre todo por el entorno familiar donde el sentido de justicia es muy estricto, el joven abogado rápidamente es acusado y sentenciado a diez años de prisión en Black Island, una de las cárceles más duras de Estados Unidos. No está por demás señalar que el caso contra el supuesto violador Matt Denver es llevado nada menos que por su propio hermano, Dan, que de esa manera comienza una carrera política ascendente como fiscal. 

La novela Donde los ángeles no duermen es muy dura, tanto en algunas de sus descripciones como en su lenguaje y, como toda buena obra que se respete, cuenta con varias vueltas de tuerca que la hacen entrañable. Desde la llegada del reo a la prisión donde pasará los siguientes diez años y hasta el final de la historia, las desventuras de Matt Denver son algo así como una especie de prueba en esta vida de parte de una entidad superior, pues parece que la mala suerte se ha cebado en él, cuando existen tantos personajes (en la vida real o en la ficción) que merecerían padecer al menos la mitad del castigo infligido a ese pobre hombre ciego. 

He leído algunas historias con temática carcelaria (unas han sido llevadas a la pantalla grande), y casi todas coinciden en lo duro que resulta vivir en ese sórdido ambiente. Bueno, lo sorprendente de la novela de María Teresa Colominas es que el fresco que nos presenta es de una crueldad insuperable: si bien en todas estas tramas abundan los abusos de los celadores con los prisioneros, así como el sadismo con el que los más fuertes tratan a los más débiles, en este caso lo inusual es que se centra en la forma en que el ciego es degradado por la maldad de otros de sus compañeros. 

Ciertamente, ya en otras historias se ha abordado el tema de la violación de que son objeto los reos que fueron encarcelados precisamente por haber abusado de sus víctimas, máxime si éstas fueron niñas; pero lo destacable de esta novela es que va hasta sus últimas consecuencias, de tal suerte que no sólo se describe ese tipo de degradación a que son sometidos los débiles (ante la complacencia de los celadores, que también tienen sus orgias particulares), sino que se llega más lejos: al de ver a Matt Denver convertirse en un desesperado drogadicto que acepta ser sodomizado por cualquiera a cambio de una dosis de heroína. 

O sea que el tema de la violación aquí no es un simple cliché literario, pues al final de cuentas se va a fondo y se hace la diferenciación de que una cosa es ser homosexual y otra es que se obligue a un hombre a prostituirse, ya sea forzado o por la vana recompensa de una dosis para un drogadicto desesperado. Esa misma tesis aplicará más tarde, cuando Matt Denver cumple su condena y, ya libre, continúa con esa misma actividad en la ciudad de Nueva York. 

Fuera de la cárcel las cosas cambian un poco para Matt Denver, aunque no precisamente para mejorar: al final, sigue siendo esclavo del vicio de la droga, lo que lo encadena a la actividad de prostituirse por medio de una agencia que se encarga de proporcionar placer a toda esa clase de libertinos que abundan en la cosmopolita ciudad estadounidense. De esa manera, sin ser homosexual, el personaje central de Donde los ángeles no duermen comienza una vida en la que la premisa es complacer a todo el que esté dispuesto a pagar por un buen rato de sexo. 

En ese ambiente Matt Denver conoce a personajes admirables, lo que de pronto hace que se semeje más a una novela y no a la descripción de una historia realista. Pero hay dos puntos que al lector lo remiten a sendas películas clásicas por la similitud de parte de las tramas abordadas: Perdidos en la noche (con las extraordinarias actuaciones de Dustin Hoffman y Jon Voight) y Cruissing (donde Al Paccino realiza un papel sobresaliente). 

La novela nos trae a la memoria, primero, a Perdidos en la noche, pues esa parte de la trama es prácticamente la misma, es decir, la desdichada forma en que se ganan la vida los hombres que se dedican a la prostitución. Por cierto, la escena en la que el personaje de Dustin Hoffman le practica una felación a un sujeto en un cine que proyecta cintas pornográficas, es casi idéntica a otra que contiene la historia de María Teresa Colominas. 

Respecto a Cruissing, cinta del mismo realizador de El exorcista (William Friedken), se recuerda que el policía que interpreta Al Paccino tiene que hacerse pasar por un gay para poder atrapar en su propio ambiente al tipo que se dedica a asesinar a los maricas que ligan en los bares de homosexuales. En el caso de la novela no hay necesidad de que un policía haga lo mismo: el ciego Matt Denver es obligado a servir de señuelo de un asesino que también se dedica a matar a los del tercer sexo y que, además, son drogadictos. 

El lenguaje crudo de la novela me llamó la atención, pues la autora es mujer. En este punto me apresuro a aclarar que no es que una mujer no pueda echar mano del lenguaje rudo que se emplea en Donde los ángeles no duermen, pero los lectores estamos más acostumbrados a verlo en los autores varones. De cualquier manera, aquí queda bien comprobada una cosa: una buena historia la puede escribir por igual un hombre o una mujer, siempre y cuando no esté escaso el talento.