POR Bibiano Moreno Montes de Oca

Por tradición, los mejores autores de novelas policíacas son los ingleses. El detective británico por antonomasia es Sherlock Holmes, creación de sir Arthur Connan Doyle, pero obviamente no se trata del único personaje surgido de la imaginación de un flemático paisano de Winston Churchill. Lo que más bien quiero enfatizar es que la novela negra es para Inglaterra lo que las hamburguesas para Estados Unidos; o bien, el chile para los mexicanos, aunque suene muy alburero.
Las mejores historias policíacas, pues, son provenientes de Inglaterra: toda la obra completa de Connan Doyle sobre su célebre detective y su amigo el doctor Watson (que en algunos casos es también el que narra la historia), pero también la excepcional Agatha Christie o hasta el delirante Chesterton con la insuperable El hombre que fue jueves. Pero si en la Gran Bretaña nacieron los talentos destinados a hacer florecer la novela negra, el resto de Europa no se quedó atrás, lo mismo que Estados Unidos.
Es decir, la novela policíaca ha prosperado enormemente en los países anglosajones, sin que ello signifique que es exclusivo de esas latitudes. Así, pues, aunque no con la misma intensidad que en otros lados del planeta, en América Latina también se ha desarrollado el género, aunque adaptado al entorno y a las circunstancias que imperan en cada región. De igual forma, en el habla portuguesa se ha hecho famoso un detective Pepe Caravalho, que actúa de acuerdo a las necesidades que exige la idiosincrasia de pertenecer a un país tercermundista.
En México no nos es ajeno el tema de la novela policíaca. Destacan en el género con sendas obras clásicas los escritores Rodolfo Usigli (Ensayo de un crimen) y Rafael Bernal (El complot mongol), ambas llevadas a la pantalla grande con desiguales resultados. Los dos autores mexicanos ya son clásicos y son, asimismo, referencia obligada cuando se trata de hacer un recuento (todavía no muy extenso) de los autores que han cultivado el género negro en nuestro país.
A fines de la década de los 70 y bien entrada la de los 80 surgió un detective mexicano que tiene como campo de acción las calles del entonces llamado Distrito Federal, nacido de la imaginación del escritor español (sus padres son de España) Paco Ignacio la Morsa Gachupina Taibo II. Sí, así con ese pinche nombre mamón que lo distingue del de su padre, que por lógica es Paco Ignacio Taibo I. A estas alturas ya está listo el Paco Ignacio Taibo III y no tarda en aparecer el Paco Ignacio Taibo IV. Y así, hasta el infinito.
El caso es que el hecho de ser los Taibo de origen español influyó para que el segundo de la generación que llegó a México huyendo del franquismo le pusiera a su detective no unos apellidos mexicanos, sino gachupines: Héctor Belascoarán Shayne. Y si bien el tipo se mueve y actúa como el más mexicano de los de la tierra de José Revueltas y Juan Rulfo, a su creador se le hizo natural bautizarlo con esos apellidos que nos suenan extranjeros, aun cuando los Sánchez, Pérez, Martínez, Rodríguez, González y prácticamente todos los que abundan en México también tienen su origen en España. En todo caso, los apellidos Belascoarán Shayne no es de los que se escuchan todos los días en Tepito y puntos circunvecinos.
En fin: fueron varias las historias que protagonizó Belascoarán Shayne a lo largo de las décadas de los 70 y los 80, mismas que casi de inmediato fueron trasladadas al cine, la razón por la que más gente se enteró de la existencia de la creación de la Morsa Gachupina Taibo II. La trilogía del detective mexicano fue abruptamente interrumpida con No habrá final feliz (antes aparecieron Días de combate y Cosa fácil). Sin embargo, como los toreros, los luchadores, los futbolistas y tantos políticos mexicanos, el investigador privado regresó porque el público lo pidió (claro que sí: lo que tú digas, mi pinche cacachuate de tres bolas).
La explicación que da la cama de agua Taibo II para que Belascoarán Shayne regresara a la acción (pese a que en la última novela de la serie “la lluvia caía sobre su cuerpo perforado”, según lo describe el autor) resulta conmovedora: un auditorio reunido en la ciudad de Zacatecas, a donde el autor acudió a dar una charla, aprobó casi por unanimidad (sólo un voto en contra) que resucitara el detective que ya había muerto en No habrá final feliz. De manera, pues, que el resultado de tal petición, que se repitió convenientemente con otros auditorios de la República Mexicana, fue la siguiente novela del kilométrico nombre que reza así: Regreso a la misma ciudad y bajo la lluvia.
Al autor de esta columna de culto le llamó la atención esta novela de extenso nombre, pues en ella reaparece un Belascoarán Shayne que ya había fallecido en la anterior novela de la saga. Y en virtud de que me apasiona el género negro, decidí hincarle el diente a esta obra que fue lanzada al público en 1989, un año después de la polémica elección presidencial en la que le arrebataron el triunfo al michoacano Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano los priístas de entonces, con el pelón Salinas a la cabeza.
La observación es importante, pues el autor no niega la cruz de su parroquia perrediana de ese tiempo –ahora es morenaco—, al poner a su detective a investigar un supuesto golpe armado que está en preparación y que darán mercenarios reclutados por la CIA (entre otros, un cubano que parece salido de una película de Juan Orol), para posteriormente culpar a los seguidores de Cárdenas Solórzano, si es que salen mal las cosas para la causa tricolor. Por supuesto, la conspiración es parada a tiempo por Belascoarán Shayne, quien es ayudado por sus amigos de siempre, pero también por un hermano, por una misteriosa mujer y por un periodista gringo con contactos de alto nivel en Washington, D.C.
Aunque la novela es cien por ciento mexicana, la trama empleada para el retorno de Belascoarán Shayne no está a la altura de otros autores de origen anglosajón contemporáneos de la Morsa Gachupina Taibo II. Vamos: Regreso a la misma ciudad y bajo la lluvia ni siquiera está al nivel de la novela con la que inicia la serie, Días de combate (con su correspondiente asesino serial), que, si bien es un tema ya muy trillado, al menos tiene lugar en nuestro propio terreno y no en el ajeno.
*Columna publicada el 29 de diciembre de 2021.