Los Soprano: una serie de culto italo americana

POR Bibiano Moreno Montes de Oca


Una de las familias más famosas y disfuncionales de la TV es, a no dudarlo, la de Los Soprano, mafiosos que viven en Nueva Jersey, un estado norteamericano muy influenciado por el de Nueva York (sobre todo por la impresionante capital de los rascacielos), lo que se confirma con el inicio de la serie, donde Tony Soprano sale de la urbe de acero y de cristal y se dirige en una camioneta al lugar en el que ha vivido, junto con su esposa y sus dos hijos –además de la familia extendida— la mayor parte de su vida, cuando sus antepasados llegaron a Estados Unidos procedentes del sur de Italia, 

Por regla general, a todo italiano se le liga con la mafia en el resto del mundo, aun cuando eso sea cierto mínimamente. Eso pasa también con los mexicanos, a los que, por prejuicios, se les tiene por malvivientes, holgazanes, narcos y demás lindezas que se le atribuyen erróneamente, sobre todo en Estados Unidos. La familia que encabeza Tony Soprano, que interpreta magistralmente el actor de origen italoamericano James Gandolfini, en realidad sí pertenece a la mafia como parte de varias familias que se asientan alrededor de Nueva York, pero aparenta dedicarse a actividades que entran en el terreno legal. 

Dividida en un total de cinco temporadas en la plataforma de HBO, la serie Los Soprano fue un éxito en todos los sentidos y se centra en la vida cotidiana de los mafiosos de apellido Soprano, así como algunos de los familiares y los subalternos (a los que se llama capitanes) que le rinden cuentas al jefe de la familia, que en los hechos es Tony Soprano, que desde el inicio se queda con un cargo que le correspondía a su tío Junior Soprano (interpretado con eficacia por el actor Dominic Chianese).  

A partir de ese momento, los encuentros y desencuentros entre los parientes no se acaban. De hecho, ya en su demencia senil, el viejo Junor Soprano le dispara a su sobrino, que casi muere del balazo, pero cuya lucha entre la vida y la muerte nos sirve para que en varios episodios seamos testigos de los extraños y divertidos sueños (que se convierten en pesadillas) que tiene Tony Soprano mientras se encuentra en el limbo. 

Todo comienza cuando, después de una idílica escena en la que los patos que nadaban en su alberca emprenden el vuelo en busca de lugares reconfortantes, Tony Soprano es presa de una crisis nerviosa que lo lleva a sesiones de terapia con la siquiatra Jennifer Melfi (interpretada por la actriz Lorraine Bracco), lo que hace en secreto, pues el temor de los subalternos, sobre todo de los enemigos que tiene hasta entre su propia familia, es entendible: puede dar información que resulte comprometedora para las ilícitas actividades de los mafiosos, a los que el FBI les sigue los pasos constantemente. Hay, incluso, un complot entre su propia madre y su tío Junior para tratar de asesinarlo, aunque nunca llega a prosperar. La madre castrante, sin embargo, es razón principal de sus sesiones de terapia. 

Como se trata de una familia que evidentemente sí se dedica a las actividades ilícitas –con la fachada de los negocios legales—, en casa de los Soprano las películas favoritas son Buenos muchachos (Martin Scorsese, 1990) y la trilogía de El Padrino (Francis Ford Coppola, 1972/1974/1993). Es más: en el primer episodio de la serie hay una fiesta muy concurrida en una importante discoteca en NJ, con alfombra roja y toda la cosa, a la que asiste el mismísimo cineasta italoamericano Martin Scorsese, interpretándose a sí mismo.  

Al tratarse de un grupo de mafiosos, el ambiente que se vive entre ellos no deja de ser peculiar. Así, pues, el lenguaje empleado es brutal, pasando prácticamente literal al español –lo que se agradece—, que es como mayoritariamente se dio a conocer en México y países de habla hispana; se hacen burlas sangrientas entre ellos, las que llegan a ser causa de asesinatos brutales; casi todos son presas de una enorme codicia (incluida la esposa de Tony Soprano, Carmela Soprano, que interpreta Edie Falco, aunque ella por razones entendibles: busca asegurar su futuro por si su marido es encarcelado o asesinado), la que los lleva a cometer atracos (a veces entre ellos mismos) sólo para poder obtener unos dólares más, aunque tengan mal gusto para vestir y calzar, destacando solamente en sus elegantes y costosos autos, incluidos los deportivos. 

A uno de los mafiosos, en una reunión con todos los integrantes de la familia de NJ presente, se le ocurre hacer un chiste brutal sobre la esposa gorda del jefe de la mafia neoyorkina: todos lo festejan, pero no pasa mucho tiempo sin que llegue a oídos del afectado. Eso es suficiente como para que el jefe mafioso quiera matar al hocicón, lo cual es evitado por Tony Soprano (que, en secreto, también se burla de la mujer obesa). Sin embargo, al paso del tiempo, y cuando la actitud de ese capitán de la mafia ya resulta insostenible, es el propio Tony Soprano el que lo asesina después de una discusión que termina a chingadazos. 

Y para evitar problemas posteriores, Tony Soprano pide a su sobrino Christopher Moltisanti (el actor Michael Imperioli, autor de varios capítulos de la serie) que lo ayude a desmembrarlo, con lo que tenemos una de las escenas más bizarras de toda la serie, cuando el joven, queriendo coger de la cabellera al muerto para poder destazarlo, se horroriza cuando sólo se queda con su peluca, dándose cuenta de algo que ignoraban todos: que era completamente calvo. La salida para posibles preguntas sobre el paradero del muerto es comentar que se fue de viaje o que tal vez se acogió a un programa del FBI como testigo protegido. 

Las formas de desaparecer a los antiguos aliados, mismos a los que se descubre que son informantes o delatores, varían según sea el caso. A Salvatore Big Pussy Bonpensiero (interpretado por el entrañable Vincent Pastore) lo lleva Tony Soprano, junto con Paulie Gualtieri (Tony Sirico) y otro más, a dar un paseo en yate por la costa. Al principio, Big Pussy se siente relajado, pues lo agobia el tener que traicionar a sus amigos; sin embargo, en la medida en que se van poniendo feas las cosas, se entera amargamente que ya se sabe de sus tratos con el FBI. Y si bien es cierto que opone resistencia, al final es asesinado a balazos y echado al mar con bloques pesados para que se hunda en el inmenso mar. 

Más adelante, en un paseo por la costa en el mismo yate, cuando Paulie Gualtieri es presa de la paranoia: cree ver en la actitud de su jefe, Tony Soprano, toda la intención de aplicarle la misma receta dada al buen Big Pussy Bonpensiero. Por supuesto, a esas alturas ya cualquier cosa se podría esperar, cuando la traición se vuelve cotidiana entre muchos de los subalternos porque la rivalidad entre el nuevo jefe de la mafia neoyorkina y la familia de Nueva Jersey se pone en su punto más álgido.  

Justamente, cuando se cree que la serie terminará con el asesinato de Tony Soprano, reunido en un restorán con su esposa y sus dos hijos (que van creciendo en la vida real, comportándose acorde a sus respectivas edades, lo que incluye que el junior Soprano sea un suicida en potencia por herencia y por razones amorosas), el final se vuelve abrupto y anticlimático. 

Con todo, la serie de Los Soprano es magistral por toda la complejidad de sus personajes, prácticamente italoamericanos la mayoría de ellos, aunque cuentan con un amigo que es judío. Y a este respecto, hay una escena que me parece brillante por sus implicaciones políticas y religiosas que aquí no son tomadas en serio. A un judío le ponen soberanas palizas los subalternos de Tony Soprano. En un descanso que se toman, el descendiente de Moisés, molido a golpes, comienza a echar un rollo que se remonta a Masada, un hecho histórico real en el que el ejército romano cercó en esa montaña a casi mil judíos, quienes tomaron la decisión del suicidio colectivo antes de entregarse al Imperio de Roma. 

Como si ese hubiera sido un acto heroico, cuando realmente fue una monumental cobardía por parte del que tomó esa absurda decisión (un tal Eleazar) de sacrificar a 960, entre hombres, mujeres y niños, el judío machacado por la golpiza termina su relato y presume muy orgulloso su pasado histórico: 

—¿Y dónde están ahora los romanos? 

—Los tienes frente a ti –dice Tony Soprano con todo sarcasmo. 

La no corrección política de la serie es también algo que se debe agradecer a sus creadores. Es posible que el tema de Vito Spatafore (Joseph R. Gannascoli), un robusto mafioso dedicado a la construcción con tendencias homosexuales, en la actualidad (segunda década del siglo XXI) jamás se hubiera podido filmar. Y es que para el promedio de italianos e italoamericanos un maricón es despreciable, máxime si se dedica a mafioso, donde se supone que todos son heterosexuales y es hasta timbre de orgullo contar con numerosas amantes (en el transcurso de las cinco temporadas, Tony Soprano por lo menos tuvo 10, incluida la siquiatra que le da sesiones de terapia, aunque con ella el sabroso acostón es en un sueño. 

En varios episodios el brutal rechazo a la homosexualidad de Vito Spatafore es motivo de cruel escarnio de todos, incluido el primo de la esposa del maricón, Phil Leotardo (Frank Vincent), que es el jefe de la mafia de Nueva York, que incluso es el que lo manda asesinar por el “agravio” infligido a su pariente. Como una forma de tratar de empatar las cosas, al mafioso caído en desgracia, que debe huir a otro lugar para evitar enfrentar el escándalo de su mariconería, en el guion le crean un romance homosexual con el maduro dueño de una cafetería que en sus ratos libres también es bombero, aunque el amorío termina pronto por la falta de confianza por parte de Vito, que se hace pasar por escritor. 

En fin: hay muchas cosas más que se podrían escribir sobre la interesante serie de Los Soprano (incluso hay un libro, una película que es precuela, llamada Los santos de la mafia, así como cientos de reseñas que no he leído), pero con lo aquí expuesto creo que es más que suficiente para darnos cuenta que se trata de un programa de televisión excepcional que debe ver todo aquél que se precie de ser seguidor de todo lo que tenga relación con la mafia italiana.  

Debo decir que los italianos, desde mi óptica, son las personas más cálidas, alegres, amables y entrañables que existen en el mundo. Nada qué ver, claro, con la mafia, que es apenas un punto perdido en el horizonte, una gota en medio del Mar Mediterráneo.