La polémica novela de Dan Brown (I/II)*

POR Bibiano Moreno Montes de Oca

Lo malo de una novela que va a ser llevada a la pantalla es que se anuncie con mucha anticipación quiénes van a ser los protagonistas, pues al leer la historia anteponemos los rostros de reconocidos actores de Hollywood a los personajes descritos en el libro. Tal ocurre con la sensacional trama del libro El Código Da Vinci, del escritor norteamericano Dan Brown, que luego de su éxito editorial en el año 2003, al poco tiempo pasó a convertirse en una cinta que llegó a las pantallas grandes a fines del 2005.

No es que esté mal que una novela sea adaptada para ser llevada a la pantalla grande –son incontables los casos que han sufrido esa metamorfosis—, sino que al lector lo prejuició el hecho de saber de antemano que el actor Tom Hanks sería el protagonista de la historia (Robert Langdon, experto en simbología), que está acompañado en el protagónico por el francés Jean Reno (el implacable Baze Fache, jefe de la policía parisina). Así, uno terminaba por imaginarse todo el tiempo el agrio rostro de Tom Hanks, en vez de haberlo visualizado de acuerdo a la descripción que de él hace Dan Brown.

No es, por ejemplo, el caso de la novela El Padrino (de la que hace poco hice un exhaustivo análisis en esta columna de culto) que, al ser llevada a la pantalla grande por Francis Ford Coppola, éste inmortalizó a los personajes con los inolvidables rostros de Marlon Brando, Al Pacino, James Caan, Robert Duval y Diane Keaton, de tal suerte que uno ya no los puede imaginar de otra manera. Sin embargo, con El Código Da Vinci nos prejuiciamos un poco porque con mucha anticipación ya se conocían los nombres de los actores participantes en una apasionante historia de sociedades secretas, intriga y misterios milenarios.

En estricto sentido, Robert Langdon es el personaje principal, pero hay otros cuya presencia es clave en una historia que se desarrolla a lo largo de 547 páginas que no tienen desperdicio. Así, aparte de un Robert Langdon con la cara de estreñido de Tom Hanks y la de un tipazo como la de Jean Reno encarnando a un poco ortodoxo policía francés, también está Sophie –protagonista femenina—, Jaques Sauniére (Gran Maestro de la sociedad secreta de los Templarios y abuelo de Sophie) y Sir Leigh Teabing, en un doble papel que no voy a revelar aquí.

De hecho, la historia inicia con el asesinato del curador del Museo del Louvre de París, Jaques Sauniére, junto con el de otros tres hombres más que resguardaban el secreto por el cual tiene lugar toda la apasionante trama. En el cine se le llama flash back a lo que vienen a ser los recuerdos (o hechos reveladores ocurridos en el pasado) de los personajes en la pantalla, lo que sirve para aclarar muchas dudas. En la novela es un recurso muy útil para ir arrojando luz a las dudas que se les presentan no sólo a los personajes de la historia, sino a los propios lectores que no despegan los ojos del interesantísimo texto que tiene en sus manos.

¿Qué es lo que se requiere para que una historia resulte interesante? Hay recetas que han probado su eficacia, aunque no siempre ha habido buenos resultados; sin embargo, en una novela en la que se habla de claves ocultas, sociedades secretas, crímenes cometidos en nombre de la Iglesia Católica, la participación del Vaticano y del involucramiento de una organización real como el fundamentalista y ultraderechista Opus Dei, no hay duda que tenemos los ingredientes necesarios para obtener un buen guisado que a todos dejará satisfechos. 

Y conste que en la novela no se incluye un elemento sustancial en toda trama que se respete: sexo, algo que está ausente por completo, incluso en el filme.

Soy un apasionante lector de los temas que abordan las teorías conspiratorias, las sociedades secretas y todo lo que se le relacione, pues en todo eso hay mucho de misterioso (y sin misterio no hay pasión). Por tal razón, la novela del talentoso semiólogo, filósofo y escritor Umberto Eco, El Péndulo de Foucalt, me resultó muy apasionante, aunque no se le metió tanto ruido como en su momento sí se le dio a El Código Da Vinci, pese a que se refiere a interesantísimas teorías que se parecen demasiado a las que aborda Dan Brown. 

Eso sí: el gringo tiene la virtud de utilizar un lenguaje bastante claro y ágil, en contraste con Umberto Eco, que es más denso.

La novela de Dan Brown es de esas que no dejan inconforme a nadie, aunque al final como que decae un poco, pues finalmente no hay una revelación sensacional que pudiera ser la causa del cambio en la historia de la humanidad, como se plantea desde el inicio de la historia. A cambio de esa omisión, el autor de El Código Da Vinci es generoso con los lectores (y la película con los cinéfilos), al compartir que nosotros muchos secretos que desconocíamos por completo, a pesar de que siempre estuvieron a la vista de todos.

Por hoy me limitaré a abordar sobre los misterios que vienen en las famosas pinturas del genio renacentista sobre el que gira la trama y cuyo nombre retoma el título de la novela de Dan Brown. En efecto: lo que me resulta más intrigante, pero que es algo totalmente cierto, es que en el cuadro La última cena, al contrario de otras pinturas sobre el mismo tema que se apegan fielmente a lo que es la tradición, aparece al lado derecho de Cristo nada menos que María Magdalena, la mujer que en realidad sería la esposa del judío llamado el Hijo de Dios.

La famosa pintura de Leonardo Da Vinci se encuentra en el Museo del Louvre de París. El original es apenas una tela de menos de un metro de largo, pero suficiente como para que se pueda apreciar que a la derecha de Jesús no se encuentra uno de los doce apóstoles que lo acompañaron en su aventura, sino la delicada figura de María Magdalena, con un San Pedro lleno de ira que la mira con odio, pues sabe que la obra de su jefe espiritual en la Tierra será continuada por ella, no por él, que en todo caso quedaría como segundón de una mujer.

En el cuadro hay detalles que lo dejan a uno estupefacto. Así, la que aparece a la derecha de Jesús es una mujer, cuando la tradición –promovida por la Iglesia Católica— ha sostenido siempre que el Hijo de Dios participó en La última cena acompañado sólo de los doce apóstoles. Sin embargo, en el cuadro de Leonardo Da Vinci se aprecian otros detalles, lo que sirve para reforzar la teoría ya existente que se tiene del italiano de la época del Renacimiento: pertenecía a una sociedad secreta, se burlaba de la Iglesia con sus pinturas y dejaba claves secretas sobre la verdadera identidad del Santo Grial, la gran obsesión de innumerables buscadores de tesoros en el mundo.

(En la primera parte de la saga fílmica de Indiana Jones, dirigida por Steven Spielberg, se supone que en Egipto es donde se encuentran los nazis con el Santo Grial. En tanto, en El rey pescador –filme al que los genios de México le impusieron el idiota título de El pescador de ilusiones—, dirigida por el inglés Terry Gilliams, ese artilugio supuestamente se encuentra en una gran mansión de la ciudad de Nueva York).

En la pintura La virgen de las rocas el inventor y beneficiario de su mecenas la Iglesia Católica (de la que se burlaba en sus claves secretas) da también algunas pistas, igual que en La última cena. Por lo que se refiere a El hombre de Vitrubio, otra de sus famosísimas obras, el autor de la novela dice que se le considera “el dibujo más perfecto de la historia desde el punto de vista de la anatomía”. Agrega que el esbozo consistía “en un círculo perfecto dentro del que había un hombre desnudo… con los brazos y las piernas extendidos”.

*Columna publicada el 16 de diciembre de 2020.