POR Bibiano Moreno Montes de Oca
Farsa en un acto, dividida en ocho escenas.
Escena 1
Una cantina de mala muerte.
El lugar se encuentra repleto de parroquianos que liban ruidosamente entre nubes de espeso humo de los cigarrillos que se consumen. Al fondo se encuentran tres sujetos que hablan en voz baja, aunque en vano, pues nadie les presta la menor atención.
HUMBERTO (con síntomas de embriaguez): Les digo que sí se puede, chingado (¡hip!) El licenciado ya dio su aprobación (¡hip!) Todo es cuestión de hablar con los demás y explicarles el asunto en detalle (¡hip!).
JUAN JOSÉ: Pues yo creo que esto no hay que pensarlo mucho: es el todo o nada. Ya me cansé de tanto estarme chingando y sobando el lomo como un burro; y si se presenta la oportunidad así, pues órale. ¿Qué esperamos?
ARNOLDO (completamente borracho): ¡No mames, pinche Humberto! (¡hip!) ¿De cuál fumaste? Nadita que creo yo esas jaladas (¡hip!) Mejor vámonos con las putas (¡hip!).
Después de su intervención, Arnoldo intenta levantarse pero se tambalea, hace algunas gesticulaciones, se toma la panza y finalmente se vomita encima de sus dos acompañantes.
HUMBERTO (muy indignado): ¡Pendejo!
JUAN JOSÉ (también muy enojado y limpiando sus lentes): ¡Baboso!
HUMBERTO: Me desgraciaste la camisa dominguera.
JUAN JOSÉ: A mí también.
Con los gritos que provocan, la gente voltea a verlos. Al enterarse de lo ocurrido todos ríen divertidos del espectáculo que dan los tres sujetos. Uno de los parroquianos los reconoce.
PARROQUIANO (gritando): ¡Ahí están otra vez esos pinches maestros culeros! ¡Chinguen a su madre!
Risas de la concurrencia. Apenados por lo que sucede, los tres se levantan intentando salir de la cantina. Arnoldo avanza unos pasos y cae estrepitosamente al suelo. Más risas de la concurrencia.
Escena 2
La misma cantina, a mediodía.
Hay demasiada gente, ninguna mesa se encuentra desocupada. Algunas mujeres pasean por entre las mesas.
HUMBERTO (totalmente sobrio): …Y ese es el plan, muchachos. ¿Cómo la ven?, ¿le entran o no? A todos nos conviene. Pero pido mano: la rectoría es para mí, ya saben.
JUAN JOSÉ: Yo seré tesorero.
ARNOLDO: Yo la quiero de servicios educativos.
FERNANDO: Yo de director de servicio social.
ACOMPAÑANTE 1 (dirigiéndose a Humberto): A mí me las das de vicerrector y le entro.
ARNOLDO: Ese cargo no existe, pendejo.
ACOMPAÑANTE 1: Pues lo inventamos.
HUMBERTO: ¡Lo inventamos!
ACOMPAÑANTE 2: Yo la quiero de oficial mayor; si no, no cuenten conmigo.
HUMBERTO (enojado): Ya ni la chingas; pides buena chamba y tú no tienes ningún título profesional.
ACOMPAÑANTE 2: Y no me digas que tú sí, pinche Negro (así le dicen a Humberto). ¡Pa qué te haces! Tú y Fernando tienen títulos colorados. El pendejo Arnoldo no alcanzó título de licenciado y aunque sea se contentó con uno de profesor. ¡No se hagan, bueyes!
ACOMPAÑANTE 3: Ya, pues: mucha alegata y no se definen los demás cargos… Bueno, yo quiero ser secretario particular de Betito.
HUMBERTO: ¡Hecho, papacito!
ARNOLDO: Bueno, después de esta agotadora sesión de trabajo, ¿qué les parece si nos vamos con las putas?
TODOS A CORO: ¡Ya vas, barrabás!
Salen todos formados y tomándose de la cintura, semejando un trenecito, encabezados por Humberto.
TODOS A CORO: CHUCU-CHUCU CHUCU-CHUCU CHUCU-CHUCU PU-PU PU-PU.
Escena 3
Oficina de la rectoría de la universidad.
A la entrada de la oficina del rector se ve una secretaria que redacta un oficio. El rector, en tanto, lee unos documentos. En ese momento llega Humberto, Juan José, Arnoldo, Fernando y seis guaruras más. Todos van armados con metralletas, pistolas de grueso calibre y algunos con granadas en las manos. Van con cananas y con sombreros de charro. Uno de ellos toma por las orejas a la secretaria y la arroja al suelo.
RECTOR (sorprendido): ¿Qué pasa aquí?, ¿quiénes son ustedes?
HUMBERTO: No se la jale, pinche viejito persignado. Lo que sucede es que ahora mismo agarra sus chivas y se me larga mucho a chingar a su madre.
RECTOR: Pero esto es un atropello; ustedes no son nadie para correrme de un cargo en el que fui elegido por la asamblea del consejo universitario. Ni siquiera el gobierno federal, mucho menos el estatal o ustedes, puede hacer que deje el cargo de rector. Eso le corresponde exclusivamente al consejo universitario, que es la máxima autoridad dentro de la universidad.
Mientras sucede este diálogo, Fernando suelta una espesa baba al contemplar asombrado unos cuadros de Picasso que se encuentran colocados en las paredes de la oficina del rector.
FERNANDO (rascándose la cabeza): ¡Qué mariguanadas son éstas! No le entiendo ni madre. Deveras, no le entiendo ni madre.
ARNOLDO (con aire de perdonavidas): Cómo se ve que no fuiste a la escuela, Fernandito. Estos cuadros son de Pipino Cuevas, el famoso acuarelista chileno. ¡Qué nango eres, valecito!
FERNANDO (aceptando su incultura y reconociendo la sabiduría de Arnoldo): Ah.
RECTOR: Pero ¿saben ustedes realmente lo que pretenden hacer? No se me puede quitar de rector así nada más. Y aunque yo abandone estas oficinas y ya no cumpla con mis funciones, lo que hagan ustedes es totalmente ilegal y fuera de todo orden jurídico.
CORO DE PORROS: Sí se puede, sí se puede, sí se puede.
HUMBERTO: Mire, viejito, la mera neta es ésta: tenemos autorización del licenciado Porfirio para hacer la revolución en la universidad. Hay apoyo de muy arriba y ni usted ni nadie va a impedir que tomemos democráticamente las instalaciones de nuestra querida alma máter.
Resignado, totalmente derrotado, el rector recoge algunos documentos, guarda sus lentes y sale erguido. Todos lo miran admirados. Fernando vuelve a soltar una baba que llega casi hasta el suelo, pero hábilmente la eleva antes de que se ensucie con el polvo.
Escena 4
La cantina de siempre, a mediodía.
Hay mucho humo y gritos y maldiciones de los borrachos. Un enviado de Humberto echa unas monedas a la sinfonola y luego se escucha una canción del Charro Avitia. Arnoldo lanza un guaco.
HUMBERTO: Ya les digo: el gobernador está bien encabronado porque ni lo pelaron para pedirle su opinión respecto al cambio de rector. Pero a todos ustedes les consta que todo estuvo legal y que el pinche viejito se fue por su propia voluntad. Ni siquiera le dimos un solo chingadazo, así como para que se ande quejando.
JUAN JOSÉ: El problema más grueso es el de los estudiantes. Al enterarse de la situación se lanzaron a las calles a protestar. Hay mucha inconformidad.
ACOMPAÑANTE 1: Pero bien que nos dimos gusto agarrando a chingadazos a los cabecillas.
ACOMPAÑANTE 2: Y a otros no tan cabecillas.
ACOMPAÑANTE 3: Arnoldo se dio gusto con un pobre tipo que estaba en el suelo. ¡Nomás le llovían las patadas por todas partes!
ACOMPAÑANTE 4: Ahorita debe estar en el hospital ese pobre buey.
ACOMPAÑANTE 5: Pero no nada más ese: también otros cuatro o cinco deben estar ahora encamados.
JUAN JOSÉ: Ahora lo que se necesita es consolidarnos en la universidad. Los estudiantes que se nos opongan ya saben a lo que le tiran.
HUMBERTO: Dices bien, Juan José. Debemos consolidarnos, como universitarios auténticos que somos, en las graves y delicadas tareas que implica dirigir a nuestra máxima casa de estudios, ya que nos fueron encomendadas democrática y pacíficamente por nuestro estudioso pueblo…
ARNOLDO (enfadado): Ya, ya, Negro. Los rolos déjalos pa los borregos acarreados que te van a aclamar cuando el hache consejo universitario te nombre formalmente rector.
HUMBERTO (tratando de justificarse): Pero es que yo…
ARNOLDO: Nada, nada. Mejor, ¿qué les parece si nos vamos con las putas? Acaban de llegar unos forros…
TODOS: Aprobado, aprobado, aprobado.
HUMEBRTO (poniendo su mano derecha junto a la boca, de canto): Debemos cuidar nuestra imagen, muchachos. Ahora, pésele a quien le pese, somos universitarios de pura cepa (aunque ¡sepa la madre lo que sea eso!), y no podemos permitirnos el lujo de andarnos exhibiendo por ahí así nomás. ¡Épale, cabrón!
Fernando, que se había quedado dormido parado junto a Humberto, le embarró a éste de baba el hombro.
HUMBERTO (enfurecido): ¡Pinche Fernando, sácate de aquí!
ARNOLDO: Bueno, tienes razón, Humberto. Pero vamos haciendo una cosa: que sea ésta la última vez que vamos con las putas. Posteriormente mejor nos llevamos las viejas a la universidad.
En ese momento pasa una mujer, a la que Arnoldo sin ninguna gracia la toma por el trasero. Pero la dama voltea y le planta tremenda bofetada en la cara.
DAMA (muy indignada): ¡Idiota, animal, estúpido, cochino, asqueroso, marrano!
Risas de todos los concurrentes de la cantina.
HUMBERTO: Bueno, ya cálmense, ¿no? Mejor nos vamos con las putas.
CORO: Eso, eso, eso.
Salen todos formados, tomados de la cintura, semejando un trenecito.
CORO: CUCHU-CUCHU CUCHU-CUCHU CUCHU-CUCHU PU-PU PU-PU.
Escena 5
Oficinas del anterior rector, que ahora ocupa Humberto.
A diferencia del anterior rector, que tenía una estancia impecable y agradable, ahora todo es un desastre. Hay papeles regados por todas partes. En el escritorio hay algunos granos de maíz que son picoteados por dos pollos. Un puerco, amarrado de una de las patas del escritorio, chilla fuertemente porque no alcanza unos pedazos de tortillas duras. Un chivo, más al fondo, masca las sucias cortinas de los ventanales. El rector se entretiene jugando gatos con Juan José. Un par de espantadas gallinas vuelan sobre las cabezas de Humberto y Juan José, al momento de entrar bruscamente un grupo de estudiantes.
ESTUDIANTE 1: Queremos hablar con usted, señor rector.
CORO DE ESTUDIANTES: Sí, sí, queremos hablar.
HUMBERTO (limpiándose la cagada que le arrojó el perico que se columpiaba en un aro que está precisamente arriba del sillón): ¿Para qué soy bueno, jóvenes?
En ese momento entran Arnoldo y Fernando, vestidos con cananas y con sendas ametralladoras en las manos.
ARNOLDO: Tú dices si me los quiebro, Humberto.
HUMBERTO: Espérate, buey. (Se dirige luego al grupo estudiantil): ¿Son o no cuates?
ESTUDIANTE 1: Queremos dialogar con usted.
HUMBERTO: Esa palabrita, esa pinche palabrita. (Rectifica luego, aunque muy mal). Je, je, er, no se crean… ¿Qué me decían, muchachos?
ESTUDIANTE 2: Si no quiere que dialoguemos, mejor ¿qué le parece si transamos?
CORO ESTUDIANTIL: Eso, eso, eso.
JUAN JOSÉ (aparentando interés): ¿De qué se trata?
ESTUDIANTE 1: Miren, señores, no nos hagamos pendejos. Ustedes necesitan de nosotros (señala a sus compañeros) tanto como nosotros de ustedes.
JUAN JOSÉ (asombrado por la lógica del estudiante): Ah, chingado.
ESTUDIANTE 2: Queremos que nos den un buen subsidio a los líderes estudiantiles. Con ello podemos controlar a todos los estudiantes y ustedes podrán robar tranquilamente (cajum), podrán trabajar tranquilamente. Además, con el mismo subsidio nosotros podemos organizar buenas pachangas con pomos, mota, viejas y lo que Dios depare.
ESTUDIANTE 3: Amén.
HUMBERTO (rascándose la cabeza): me parece razonable lo que piden.
Saca un fajo de billetes del escritorio y lo arroja al grupo. Todos se abalanzan sobre los billetes, que se riegan por todas partes. Humberto, divertido, lanza otro fajo de billetes al suelo, donde se encuentran todos los estudiantes en cuatro patas.
ESTUDIANTE 1 (de rodillas): Vámonos con las putas.
CORO ESTUDIANTIL: Eso, eso, eso.
Todos salen de rodillas, tomados de los hombros, haciendo trenecito.
CORO ESTUDIANTIL: CUCHU-CUCHU CUCHU-CUCHU CUCHU-CUCHU PU-PU PU-PU.
Escena 6
Calles de la ciudad.
Se ven grupos de jóvenes que son perseguidos por porros que andan armados de garrotes, manoplas y pistolas. Los que son alcanzados son golpeados despiadadamente. Algunos, casi niños, también son víctimas de los golpeadores, así como también jovencitas universitarias.
Escena 7
Lujoso restaurante de la ciudad. Humberto y sus más allegados comen ruidosamente, beben sin moderación y lanzan fuertes eructos. Ahora a todos ya se les ven voluminosas panzas. El más panzón de todos es Humberto, quien se monta las gafas para poder leer el periódico de su propiedad.
ARNOLDO: Dveras que ya somos bien chingones.
FERNANDO: Y respetables.
JUAN JOSÉ: Y nos la pelan todos.
HUMBERTO: Es cierto. Ya tenemos diputados federales, diputados locales, presidentes municipales…
JUAN JOSÉ: Y en cualquier rato nos dan la gubernatura.
FERNANDO: Y ¿qué tal la presidencia de la República?
HUMBERTO: No seas pendejo. Hasta allá no podemos llegar.
JUAN JOSÉ (haciéndose el interesado): ¿Cuándo es la fecha de tu tercera reelección?
HUMBERTO: Dentro de tres días.
Escena 8
Oficinas de Humberto, por la tarde.
Todos los más cercanos colaboradores de Humberto festejan la reelección de éste y, a la vez, los nombramientos que se autodesignaron en los cargos más importantes de la universidad. Algunos tienen sentadas en sus piernas a guapas mujeres.
JUAN JOSÉ (tomando un vaso con tepache y haciendo una extraña mezcla con champán importada): Brindamos por nuestro rector, al que Dios guarde por muchos años.
Todos alzan sus vasos. Algunos derraman el contenido en las cabezas de otros.
CORO: Salud, Humberto.
HUMBERTO (limpiándose las lágrimas que le resbalan por los cachetes y sonándose la nariz estruendosamente con la manga izquierda de la camisa): Gracias, gracias, muchachos. No esperaba menos de ustedes. Todo salió a la perfección y la comunidad estudiosa me brindó nuevamente su apoyo. ¡No merezco que me quieran tanto, por Dios!
LAMBUSCÓN 1 (de rodillas): ¡Ay, licenciado, usted es nuestro guía!
LAMBISCÓN 2 (también de rodillas): ¡Es usted nuestro sendero luminoso!
JUAN JOSÉ (dando un golpe a éste último): ¡Cómo serás pendejo: ese sendero luminoso es un grupo de terroristas fedayines!
LAMBISCÓN 3: Con usted, rector, hasta donde quiera.
LAMBISCÓN 4: Siempre estaré con usted.
ARNOLDO (enfadado): ¡Ya, ya, chingado! ¡Déjense de mamadas, bola de ojetes! Mejor, ¿qué les parece si nos vamos con las putas?
Una lluvia de golpes y mentadas de madre caen sobre la humanidad de Arnoldo.
ARNOLDO: ¡Oh, pues, es la costumbre!
En ese momento empieza a escucharse un ruido que va creciendo más y más, a medida que se va acercando. También se siente un ambiente muy desagradable.
HUMBERTO (moviendo las narices): Snif, snif. ¿No te huele a algo raro, Juan José?
JUAN JOSÉ: Sí, pero no sé con certeza qué es.
En eso comienza a inundarse todo.
HUMBERTO: ¡Es mierda!
ARNOLDO: ¡es cagada!
FERNANDO: ¡Es excremento!
JUAN JOSÉ: ¡Ya nos chingamos!
Rápidamente se llena todo de mierda. Se escuchan maldiciones e imprecaciones. Pero nadie logra salvarse, a pesar de que tratan de nadar contra la corriente. Humberto, en un último intento, abre la boca para jalar aire, pero se le tapa con un fenomenal pedazo de endurecido detritus de recién purgado. La última imagen que se ve es la de un tranquilo mar de color ocre en cuya superficie flota, como una balsa maltrecha, una águila de cartón que en sus costados tiene un letrero que reza:
UNIVERSIDAD DE COLIMA—ESTUDIA, LUCHA Y TRABAJA.
*Último día de julio. 1985.