Harry Bosch y el supuesto terrorismo*

POR Bibiano Moreno Montes de Oca

El detective creación del escritor Michael Connelly, Harry Bosch (su nombre es Hieronymus, como un pintor del Renacimiento), es ya una leyenda que en varias ocasiones ha incursionado en el cine y, ahora, hasta en las benditas series de TV que son la nueva sensación de fines de la segunda década del siglo XXI. Vamos, hasta el maestro del genero del terror, Stephen King, tiene una opinión harto positiva sobre el rudo policía: “Harry Bosch es el mejor detective de ficción que se haya creado jamás”.

Un tanto exagerado el novelista gringo sobre el detective de su colega Connelly, pues de tajo y de manera arbitraria deja fuera a otros detectives de ficción que son fundamentales en el género de la literatura negra, como Sherlock Holmes (sir  Arthur Connan Doyle), Arsenio Dupin (Edgar Allan Poe), Hércules Poirot (Ágatha Christie), etcétera; sin embargo, en descargo de la opinión de Stephen King, habrá que decir que Harry Bosch es un personaje imprescindible, como el Harold Hopkins, de James Ellroy.

La novela El observatorio, lanzada al mercado en 2006 por el autor, aborda un tema relacionado con el terrorismo (el lanzamiento no está lejano del 2001, fecha en la que las Torres Gemelas de Nueva York sufrieron un atentado), pues al puro iniciar la historia, Harry Bosch recibe una llamada en la que se le asigna la investigación de un asesinato ocurrido precisamente en el lugar conocido con el título que lleva, El observatorio, en las colinas de la ciudad de Los Ángeles, donde tienen sus residencias algunas de las celebridades de Hollywood.

Las investigaciones llevan a la identidad del asesinado, encontrado en su auto cerca de las colinas de la ciudad californiana, en la que el detective creado por Connelly se mueve como pez en el agua. Así, resulta que la víctima es un médico físico que trabaja para un hospital en el que se manejan materiales radiactivos con los que, en pequeñas dosis, se da tratamiento en el útero a mujeres con cáncer, pero que, con algunos otros ingredientes, se pueden fabricar armas con las que se pueden llevar a cabo actos terroristas.

En este sentido, al tratarse de un médico físico que maneja ese tipo de materiales, el personaje se encuentra en la lista de personas a las que el FBI tiene bajo una vigilancia especial, pero no tanto por representar un peligro para la seguridad nacional de Estados Unidos, sino por ser blanco propiciatorio de los terroristas, que por conducto de esas mismas personas podrían hacerse de todo el material necesario para fabricar armas de destrucción masiva. Así, es en ese momento en el que entra en escena la corporación federal gringa, donde trabaja una antigua conocida de Harry Bosch: la agente Rachel Walling.

La intervención del FBI, por conducto de una Unidad de Inteligencia Táctica, es obligada no sólo por ser el terrorismo un asunto federal, sino porque casi año y medio atrás se habían robado de un hospital varios tubos de un radioisótopo llamado cesio 137, un producto derivado de la fusión del uranio y el plutonio. Para darnos una idea de lo que hablamos, habrá que señalar que era cesio el material que se dispersó en el aire cuando ocurrió la tragedia rusa de Chernobyl. Ese material radiactivo viene en polvo o en forma de metal gris.

La situación podría hasta aprovecharse políticamente, con algo de exageración en el tema, como bien lo define el jefe del detective Bosch, en referencia al gobierno del entonces presidente Bush (aunque sin ser mencionado), al dirigirse así a su subalterno

“… Ha de entender que al gobierno federal le viene de perlas que este asunto del mirador forme parte de una trama de terrorismo. Una amenaza nacional bona fide iría muy bien para desviar la atención pública y facilitar la presión en otras áreas. La guerra se ha ido al cuerno, las elecciones fueron un desastre. Está la de Oriente Próximo, el precio de la gasolina por las nubes y los índices de aprobación del presidente por los suelos. La lista sigue y sigue, y aquí habría una oportunidad de redención: una ocasión para enmendar errores del pasado, de cambiar la opinión y la atención de la población”.

Para ponerle más dramatismo al asunto, surge la figura de un norteamericano de origen árabe, un tal Ramin Samir, que desde antes de los atentados del 19 de septiembre del 2001 en Washington y Nueva York había hecho una campaña en contra de la política exterior de Estados Unidos, por lo que, tras los atentados, más argumentos tuvo para oponerse a la política estadounidense contra los países del Medio Oriente (lo de Oriente Próximo es una expresión más bien española, no mexicana).

Por ahí aparece también el nombre del mexicano (oaxaqueño, más precisamente) Digoberto Gonzálves, un indocumentado al que se involucra con el asesinato y la supuesta participación terrorista, pero que en realidad es un humilde hombre que trabaja en el servicio de recolección de la basura, al que le toca encontrarse con el material radiactivo robado.

En fin: todo gira en torno a una supuesta amenaza terrorista, pero ¿qué tal que esa sólo sea una estrategia distractora para otro tipo de delito perpetrado por alguien del que no se hubiera sospechado? La trama de El observatorio, pues, es una asegurada lectura llena de intensidad.

*Columna publicada el 1 de octubre de 2018.