POR Bibiano Moreno Montes de Oca
No hay ningún mérito en una marcha cuya ejecución se ordena desde la cúspide del poder presidencial, como la que se dio este domingo 27 de noviembre para satisfacer el ego de un sujeto rencoroso, vengativo y ojete como lo es el inquilino del Palacio Nacional. De hecho, la marcha del ardor, que siguió a la organizada por la sociedad civil el domingo 13, puede definirse perfectamente como la que contiene las tres agravantes de la ley, lo que constituye la comisión de un delito en la jerga legal: premeditación, alevosía y ventaja.
¿Por qué premeditación? El creador de la marcha tuvo dos semanas previas para considerar realizarla; por tanto, hubo premeditación. ¿Por qué alevosía? El viejo instruyó a sus súbditos, entre gobernadores, presidentes municipales y su propio gobierno que encabeza, para que se llevaran a cabo las movilizaciones de los acarreados que arribaron a la Ciudad de México de todas partes del país. ¿Por qué ventaja? Porque el anciano demente y senil, al contrario de la oposición y de la sociedad civil, dispone de cash para pagar choferes de autobuses, regalar dinero a manos llenas, así como entregar alimentos y bebidas. Conclusión: la marcha del ego herido reúne los requisitos para la comisión de un delito.
Más allá de las evidentes violaciones a las leyes de nuestro país, recurrente con los cuatroteros en el poder (ya se la saben: “que no me vengan con eso de que la ley es la ley”, graznó el pajarraco del palacio virreinal, para dejarnos en claro otra realidad, es decir, que Luis XIV reencarnó en México), indigna saber la clase de individuo que es amlo, del que no se ve que vaya aceptar a la buena una derrota de su corcholata favorita en las elecciones presidenciales del 2024, cuando sea enviada al basurero de la historia por una alianza amplia y competitiva que haga morder el polvo en las urnas a los morenacos y sus compinches.
En la década de los 80 del siglo pasado, cuando los argentinos ya estaban hasta la madre de la dictadura militar que padecían desde varios años atrás, a los que asesoraban al tirano en turno, el general Galtieri, se les ocurrió la genial idea de proponer la invasión de las Islas Malvinas, pertenecientes al gobierno inglés, lo que despertaría el patriotismo del pueblo de Jorge Luis Borges, que se volcaría a favor del gobierno. El efecto fue positivo en principio: los argentinos apoyaron al régimen militar, que explotó la vena patriótica para mantenerse en el poder. Sin embargo, no contaban con una poderosa fuerza armada de la nación gobernada en ese momento por Margaret Thatcher, que a las primeras de cambio les partió la madre a los militares argentinos.
En el inter, los argentinos pedían unidad a los pueblos latinoamericanos, pero les respondieron con guante blanco: los de la tierra del churrasco siempre se creyeron europeos en un continente que no sentían suyo. Independientemente de que los argentinos tienen fama de pedantes, egocéntricos y mamones, en aquella ocasión les pegó más la legalidad y, claro, la democracia. Así, mientras Argentina era en ese momento una dictadura, Inglaterra era –es y seguirá siendo, espero— una democracia. Aprendida la lección, más adelante se convocó a elecciones y volvió la democracia al país, con su primer presidente, Raúl Alfonsín, que ni parecía argentino por lo simpático que era.
El ejemplo cundió regionalmente: en Chile, que también se padecía al dictador Pinochet, la gente también se quiso sacudir al tirano Pinochet. El dictador, con la presión popular, se sacó de la manga una especie de plebiscito en el que se votara por el SI o por el NO, es decir, si los chilenos estaban de acuerdo en que permanecieran los militares en el poder o si se retiraban a sus cuarteles. La derrota fue apabullante: el país pedía mayoritariamente que Pinochet dejara el poder que ejercía férreamente desde hacía más de una década. Así, pues, el dictador se fue y permitió el regreso de la democracia a Chile.
¿A qué viene todo esto? Pues nada menos que a lo siguiente: a pesar de haber sido dos dictaduras sanguinarias, represoras y totalitarias, las de los militares de Argentina y de Chile aceptaron el veredicto popular, se hicieron a un lado y dejaron el paso a la democracia, con elecciones libres. ¡Increíble! Los sátrapas Galtieri y Pinochet, mejor ejemplo de gobiernos condenados por todos los países libres y democráticos del mundo, tuvieron que aceptar a regañadientes su derrota y abandonar el poder para ser juzgados por sus atropellos cometidos en contra de los respectivos pueblos argentinos y chilenos.
¿Y en el México de amlo? Un vejete resentido, rencoroso, egocéntrico, ojetazo, desalmado, cruel y autocrático, que gastó cientos de millones en una marcha para descalificar la que realizó la sociedad civil en defensa del INE, deja entrever que no tiene muchas ganas de dejar el poder por las buenas, sino que hará todo lo que esté a la mano para salirse con la suya, lo que significa imponer a su corcholata a cualquier costo o, haciéndose la víctima, alegar cualquier cosa para continuar en el poder más allá del 2024, cuando constitucionalmente deberá irse ya a fines de septiembre de ese año.
Ni Galtieri, ni Pinochet ni amlo son demócratas, por lo que caben en el mismo saco. No obstante, los dos primeros aceptaron sus derrotas y se largaron a la chingada. ¿Lo hará el macuspano, en caso de perder su corcholata favorita –lo que es altamente posible—? Se me hace muy ojón para que sea paloma. Por lo pronto, el vejete, sus gobernadores y sus alcaldes cuatroteros violaron las leyes para celebrar de manera simultánea a partir de ahora, cada 27 de noviembre, el Día del Acarreado y el Día del Acarreador.