El apóstol número 13*

POR Bibiano Moreno Montes de Oca

Debido a la fecha que se celebra en esta temporada, por esta ocasión decidí publicar en esta columna de culto una trilogía sobre obras que abordan el tema de Jesús desde diferentes ópticas y de manera novelada. De hecho, las dos primeras son históricas. Así, durante este lunes 21, martes 22 y miércoles 23 de marzo de 2016, van las reseñas de las novelas El apóstol número 13, La Revelación y La Palabra. Buen provecho.

El apóstol número 13 / y 1

Varios autores han puesto en duda la divinidad de Jesús y hasta aportan testimonios en los que se confirma que desde el principio la antiquísima institución que hoy es la iglesia católica ocultó información que, de salir a la luz pública, podría haberla hecho cimbrar desde sus cimientos.

Así, hay quienes consideran que lo de los Evangelios fue una mera ocurrencia, de tal suerte que a Cristo se lo sacaron de la manga y lo inventaron; otros, en cambio, sostienen que María Magdalena era –y no San Pedro— la que debió haber continuado la obra del que fue crucificado, y hay hasta quienes dicen que hubo un decimotercer apóstol que fue borrado del mapa por no convenir a los intereses de la iglesia católica, pues igualmente negaba el origen divino del que es hijo putativo de San José y de la Virgen María.

Esta última tesis es la premisa en la que se centra la novela El apóstol número 13, del escritor francés Michel Benoit, quien no sólo sostiene que existió un personaje que es negado oficialmente por la iglesia católica, sino que aprovecha el viaje para aportarnos información sobre los templarios, los denominados Rollos del Mar Muerto, etcétera, todo ello envuelto en una inquietante trama que tiene lugar dentro de los muros de El Vaticano, un poco antes de la muerte del papa Juan Pablo Segundo.

La precisión histórica previa a la muerte de Juan Pablo Segundo no es casualidad: obedece al hecho de que hay un ficticio cardenal Catzinger, de origen alemán, que es una descripción fiel de uno verdadero cuyo apellido es Ratzinger, que no es otro que el que sustituyó en el puesto al papa polaco y varios años después renunciara al cargo.

Al igual que el real, el cardenal de ficción es hijo de un oficial alemán que asesinó brutalmente a civiles polacos y él mismo participó en las juventudes hitlerianas, de manera que tiene serias diferencias con un padre polaco que también sufrió de la barbarie nazi y que es seguidor ferviente de su paisano que en ese momento era guía del mundo católico.

Tan polémico como apasionante, el tema de la vida de Jesús y de los que lo rodearon resalta en esta novela por el hecho de haber sido escrita por alguien que fue monje benedictino durante veinte años.

Además, Michel Benoit preparó en la ciudad de Roma su doctorado en teología, lo que le permitió vivir durante varios años en la proximidad de El Vaticano y convertirse en especialista de los orígenes del cristianismo.

Esto último dato es de destacarse, pues la novela, que corre de forma paralela en el presente y en los tiempos de Jesús, contiene información muy interesante.

La historia continúa varios siglos más tarde para llegar a la Edad Media, en tiempos de los templarios, quienes conocieron del testimonio del apóstol 13 y con ello se hicieron de gran poder, hasta que el rey Felipe el Hermoso, aliado con la Iglesia, casi acaba con ellos.

Bien: el caso es que el apóstol 13 fue contemporáneo de Jesús y se le menciona sólo como el bienamado. Al contrario de sus colegas, él sí tenía un genuino respeto por su maestro, pero no lo quiso considerar como alguien de origen divino. Por esa razón, la existencia de ese testigo fundamental fue eliminada cuidadosamente de todos los textos del Nuevo Testamento, de los Evangelios, de las cartas de San Pablo y de los Hechos.

De acuerdo con Michel Benoit, los autores de los Evangelios conocidos hacen decir a Jesús lo que nunca dijo, es decir, que se consideraba el Mesías o, incluso, hijo de Dios. Sin embargo, con el fin de dejar testimonio de la verdad, el apóstol 13 escribió su propia versión.

Por azares del destino, esa versión fue a dar a la biblioteca de Alejandría, donde permaneció dos siglos, hasta que aparece en escena un personaje llamado Orígenes.

Este tal Orígenes era algo así como un maestro (la novela lo denomina enseñante), de manera que no dudaba en emplear textos prohibidos por la iglesia. Antes de ser expulsado de Egipto por Demetrio e ir a dar a Palestina, el buen hombre se aprendió de memoria lo escrito por el apóstol 13.

Cuando Alejandría cayó en manos de los musulmanes en el año 691, la famosa biblioteca fue incendiada y perdido para siempre el testimonio del bienamado (además, claro, de tesoros invaluables de literatura e historia), pero no el de Orígenes, que lo transcribió de memoria.

Entre 1307 y 1314, en el ocaso de la Edad Media, aparecen los templarios, quienes conocen el testimonio del apóstol 13 (en la versión de Orígenes) y hacen suya la doctrina de que Jesús no tenía origen divino y, por tanto, se negaban a llamarlo Cristo.

Esa fue razón más que suficiente para que gobierno y clero persiguieran a los templarios (fue precisamente un viernes 13, fecha que también cita Dan Brown en El Código Da Vinci) y casi fueran liquidados, pues además se habían convertido en poderosos.

Los templarios habían logrado conseguir el testimonio del apóstol 13, del cual el autor de la novela refiere lo siguiente: “La carta proporcionaba la prueba indiscutible de que Jesús no era Dios. Su cuerpo nunca había resucitado, sino que había sido enterrado por los esenios en algún lugar en los confines del desierto de Idumea. El autor decía que rechazaba el testimonio de los Doce y la autoridad de Pedro, acusado de haber aceptado la divinización de Jesús para conquistar el poder”.

El testimonio del apóstol 13, junto con otros documentos, fue encontrado en una cueva cercana al Mar Muerto poco después de finalizada la Segunda Guerra Mundial. Según la teoría de Michel Benoit, el testimonio se encuentra en El Vaticano, junto con otros de suma importancia, en un lugar que ni siquiera forma parte de la biblioteca de los textos prohibidos, sino de uno del que no existe referencia alguna.

Y no es para menos, pues ahí están los testimonios que ponen en evidencia que la sede de la iglesia católica conocía de la existencia de los campos de concentración de los nazis y hasta de su descarada colaboración con los alemanes.

En la intriga armada por el autor de la novela El apóstol número 13 participan por igual un personaje judío y uno palestino, que representan a las otras dos importantes religiones que existen en el mundo, aparte de la católica.

La presencia de ambos tampoco es casual: conocen el secreto, igual que el protagonista (un monje francés llamado Nil, que es el alter ego del propio Michel Benoit) y les conviene también no difundirlo. El razonamiento del judío es contundente:

“Si la Iglesia Católica pusiera en cuestión la divinidad de Jesús y reconociera que nunca fue sino un gran profeta, ¿qué nos distinguiría de ella? El cristianismo convertido en judío, volviendo a sus orígenes históricos, se tragaría al judaísmo de un bocado. Que los cristianos veneraran al judío Jesús en lugar de adorar a su Cristo-Dios, sería para el pueblo judío un peligro que no podemos permitirnos afrontar. Con mayor razón aún, porque inmediatamente afirmarían que Jesús es más grande que Moisés, que con él la Torah ya no vale nada, aunque él enseñara, al contrario, que no había venido para abolir la Ley, sino para perfeccionarla…”

La novela El apóstol número 13 es una historia que no se debe perder ningún lector, pero muy especialmente todo aquel que se considere a sí mismo un católico, pues definitivamente se va a enterar de muchas cosas que ha ignorado toda su vida.

Es decir, esta novela también podría haber llevado por título algo así como lo siguiente, al estilo Woody Allen: Todo lo que usted quería saber sobre la iglesia católica, pero que los curas nunca se lo dijeron. ¿A poco no?

*Columna publicada el 21 de marzo de 2016.