POR Bibiano Moreno Montes de Oca
Los escritores mexicanos José Agustín y Guillermo J. Fadanelli no tienen mucho en común: el primero es de una generación atrás que la del segundo y fue conocido como parte de un grupo al que se denominó de la onda –literatura de la onda, para ser más precisos–, junto con Gustavo Sáinz, Gerardo de la Torre y Parménides García Saldaña, entre algunos pocos más.
Si bien de generaciones distintas y de origen diferente (el primero, de Guerrero; el segundo, de Ciudad de México), los dos tienen algo en común: su estilo es de desmadre, directo y antisolemne. A José Agustín y su grupo se les conoció como escritores de la onda porque coincidieron en sus propuestas, es decir, reflejar la vida cotidiana de su entorno sin adornos; en especial, la de los jóvenes de los 60 y los 70 del siglo pasado.
Conocidos más o menos en el mismo tiempo y pertenecientes a la misma generación, el grupo de los onderos causó sensación en el mundillo literario de su tiempo, pues dejaban atrás los convencionalismos que regían en la literatura del momento. Vistos a la distancia (más de medio siglo después de ser lanzados a la fama), lo que hicieron los de la literatura de la onda hoy nos resulta infantil. No obstante, lo sobresaliente de la actitud de esos escritores es que comenzaron a manejar el lenguaje de la gente común: nada de hablar como europeos o como norteamericanos, sino como mexicanos de las clases popular y media.
La primera novela de José Agustín se titula La Tumba y está fechada en 1961, con dedicatoria a Juan José Arreola, que ya era un santón cuando ofrecía un taller de literatura en el que participó como su alumno el guerrerense. La novelita se lee de un tirón, pero no deja de tener algo interesante esa historia de un precoz escritor adolescente que se metía al hotel con sus novias ricas y clasemedieras en una época en la que todavía en las familias era una virtud que las mujeres llegaran vírgenes al matrimonio
Me resulta difícil creer que en los 50 o en los 60 –donde se ubica la trama de la novela— un muchachillo ojete e higadazo pudiera ligarse a varias novias y, en cuanto se presentaba la oportunidad, llevárselas a la cama como si tal cosa; pero supongo que eso precisamente debe haber sido lo que más interesó a los lectores de aquellos tiempos: conocer en la ficción lo que en la primera década del siglo XXI ya comenzaría a ser visto en la realidad como algo natural. Fuera de eso, La Tumba no contiene nada que hoy en día nos pueda resultar excepcional, puesto que desde hace varios años ya existen escritores que abordan sus historias con la misma o mejor solvencia que los de la generación del también autor de Ciudades Desiertas.
Dicen las malas lenguas que a la novela La Tumba le metieron mano varios escritores renombrados (entre ellos, el propio Arreola), pero no cabe duda que el protagonista es el propio José Agustín apenas disimulado.
Y un escritor que vendría a ser parte del relevo generacional de los de la literatura de la onda en los 60 y los 70 es ahora Guillermo J. Fadanelli, a quien se le denomina como el “creador de la literatura basura y promotor de la cultura subterránea” en nuestro país desde mediados de los 90. Y es precisamente de finales de esa década cuando el citado lanzó al mercado una novela singular que tituló irónicamente: ¿Te veré en el desayuno?
Escrita como rompecabezas donde las piezas van embonando perfectamente en la medida en que se avanza con la lectura, la novela de Guillermo J. Fadanelli recuerda la trama de las películas más exitosas de Robert Altman (en México las titularon como Vidas Cruzadas y El Ejecutivo), a la emblemática de Quentin Tarantino Pulp Fiction (que en México titularon con el chafa nombre de Tiempos Violentos) o la oscareada cinta Crash (no recuerdo qué nombre le impusieron en México al filme del canadiense David Cronnenberg, pero fue otro pinche fiasco, como de costumbre).
En ¿Te veré en el Desayuno? no aparecen jóvenes (como en La Tumba de José Agustín o en Gazapo de Gustavo Sainz), sino cuatro personajes en edad media. El propio autor dice al inicio de la novela lo que sigue: “La siguiente es la historia de cuatro personas cuyas vidas no merecían haber formado parte de novela alguna”. Por supuesto, tal afirmación no deja de ser una vacilada de parte de Guillermo J. Fadanelli, pues sin ellos simplemente no hubiera habido historia que contar. Que algunos de los personajes resulten patéticos, eso sí ya es otro boleto.
La estructura de la novela es atractiva –repito–, como de guion para una cinta con personajes desangelados pero interesantes que viven en el entonces llamado Distrito Federal, ciudad que el autor conoce tan bien por haber nacido ahí y pasar la mayor parte de su vida. Esos personajes son Cristina, una puta al acecho de algún cliente trasnochado; Ulises, empleadillo de una dependencia del gobierno federal; Adolfo, veterinario sin terminar la carrera y único amigo de Ulises, y Olivia, vecina y objeto de veneración de parte de Adolfo.
Si se llevara a la pantalla grande al guionista no le daría mucho trabajo armar una historia digna de la novela ¿Te veré en el Desayuno?, pues de alguna manera ya está resuelta la parte más difícil que es la de encajar a los personajes en el tiempo y en el espacio. Al final de cuentas, la película resultaría exitosa por el hecho de ser una historia con la que todo el mundo se puede identificar fácilmente; en especial, los millones que viven en Ciudad de México y toda el área metropolitana, donde abundan los mediocres sin futuro alguno, la violencia y la soledad en la urbe insensible.
Pero mientras no sea llevada al cine, la novela del también autor de La otra cara de Rock Hudson (por cierto, una historia medio policiaca y propia del tercer mundo) se puede leer sin prejuicio alguno, pues estamos ante un autor talentoso e inteligente que se solaza con los ambientes sórdidos de la capital del país, cercano en su estilo a Carver o al –casi desconocido— autor de culto llamado John Fante.
*Columna publicada el 8 de julio de 2021.