Denegri: periodista al servicio del sistema (I/II)*

POR Bibiano Moreno Montes de Oca

Una historia excepcional que se lanzó al público el año pasado, autoría del escritor Enrique Serna, es la novela El vendedor de silencio. Por la importancia del tema y del personaje protagonista, dividí en dos partes mi columna de culto para analizar con mayor amplitud el extenso volumen. La segunda parte la publico el martes de la siguiente semana. Buen provecho.

La historia novelada se le da muy bien al escritor Enrique Serna, quien incursionó con buena fortuna con la novela histórica sobre Antonio López de Santa Ana, titulada El seductor de la patria. No obstante, su más reciente novela está basada en un hecho más próximo a nuestra era, que va de las primeras décadas del siglo XX a poco más de la segunda mitad del mismo, cuando tuvo su mayor auge y posterior caída, en 1970 el periodista Carlos Denegri, que en El vendedor de silencio protagoniza la que viene a ser su biografía no autorizada.

Un hecho histórico novelado siempre tiene sus riesgos, pues se citan los nombres reales de muchos personajes que existieron y que tienen descendientes que podrían pegar el grito por la forma en la que se les describe a sus familiares. Es un riesgo que, empero, corre Enrique Serna con su controvertido personaje, que despierta mi interés personal por describir la vida de un periodista excepcional por su capacidad, pero al mismo tiempo plagado de defectos que serían los que lo llevarían a la tumba antes de tiempo.

Al tratarse de un periodista al que le sobrevivieron muchos colegas de su tiempo varios años después (aunque todos ellos ya están muertos en la actualidad), uno se va enterando de ciertos secretillos que conocía de oídas sobre algunos colegas o, de plano, desconocía. Así, a lo largo de los 60 años nos enteramos que Denegri alcanzó a vivir sus mejores tiempos en el gobierno de Miguel Alemán (aunque había comenzado en el sexenio de Manuel Ávila Camacho) y continuaría en excelentes términos con los presidentes Adolfo Ruiz Cortines, Adolfo López Mateos y Gustavo Díaz Ordaz.

En plena transición de los gobiernos de Díaz Ordaz y de Luis Echeverría Álvarez, con el que Denegri no tenía buenas relaciones desde 30 años atrás, vendría el declive del periodista que sirvió fielmente a cinco presidentes, al grado de haber sido el vocero no oficial del poder. Un coscorrón, un jalón de orejas, una llamada de atención y hasta una sobada de lomo, a través de la influyente columna Fichero Político, que se publicaba cuatro veces a la semana en el periódico capitalino Excélsior, podían marcar la diferencia de la clase política de la segunda mitad del siglo pasado entre continuar en el candelero o sumirse en el ostracismo.

Por poseer el periodista Carlos Denegri una personalidad compleja e interesante, el autor de El vendedor de silencio logró meterse muy bien en la piel y en la mente de su personaje real. La mayoría de los personajes con los que convivió e interactuó son reales, pero los nombres de las esposas fueron cambiados para no ofenderlas por el trato abusivo y canalla al que las sometió el hombre que también incursionó en la televisión, con un programa de medianoche, con duración de 15 minutos, al que se conoció como Miscelánea Denegri.

Vamos: hasta una columna de sociales escribió los jueves, donde también le salieron imitadores; entre otros, el regordete Agustín Barrios Gómez. Por lo que se refiere a Jacobo Zabludowski, que la mayor parte de su vida la dedicó a echarle flores al gobierno en turno desde su noticiero de TV, fue otro de los que le tenían una profunda admiración a Denegri.

Si bien Denegri fue el precursor en los tiempos modernos del periodista vendido al poder, Enrique Serna tiene la virtud de no condenarlo, pues al final de cuentas esa sigue siendo una práctica vigente hoy en día, aunque con ciertos matices. Lo que sí es todo un caso clínico es el comportamiento personal del periodista, lo que lo llevó a ser odiado y temido por la mayoría de los colegas de su tiempo. En descargo de lo anterior, también tuvo otros compañeros que lo admiraban por su cultura e inteligencia, que lo hizo ser el reportero más exitoso por las entrevistas y reportajes que hizo para Excélsior desde el extranjero.

Hay que destacar que el éxito de Denegri fue haber llegado a un periódico de la talla de Excélsior, al que sólo se le acercaba El Universal, que hoy en día es el mejor de los que hay en el país, incluso por encima de Reforma, un diario destinado a los ricos. Por tal razón, hay que desmitificar ese hecho de que Excélsior fue un medio que alcanzó su grandiosidad en la etapa en la que fue dirigido por Julio Scherer, el Mirlo Blanco, al que Denegri mandaba por las tortas y los cigarros cuando el periódico ya era influyente bajo la dirección de Rodrigo del Llano, apodado El Skipper por sus subordinados.

Por tanto, la honestidad de la novela de Enrique Serna echa por los suelos esa prolongada succionada de huevos a Julio Scherer que representa ese embuste de novela llamada Los Periodistas, del lamehuevos Vicente Leñero, donde éste pone al Mirlo Blanco como el paladín de la libertad de expresión que colocó a Excélsior en los cuernos de la luna en Latinoamérica y en el mundo entero. Eso es falso: el periódico ya era muy poderoso desde los tiempos de Rodrigo del Llano (que también era corrupto y, por tanto, se entendió muy bien con Denegri) y lo siguió siendo con Manuel Becerra Acosta (padre de otro de igual nombre que fue su subdirector y después dirigió unomásuno).

Cuando Julio Scherer llegó a la dirección sólo le tocó cosechar los laureles que ya adornaban al diario desde décadas atrás. Pero no sólo eso: contrario a esa patraña que es la historia novelada Los Periodistas, después de la salida de Julio Scherer y sus amigos, Excélsior siguió siendo el más importante e influyente medio del país, ya bajo la dirección del “espurio” Regino Díaz Redondo, que lo mantuvo en todo lo alto hasta su salida. Algún tiempo la cooperativa dio tumbos, hasta que lo adquirió la familia Vázquez Raña, que ya no lo pudo levantar, a pesar de modernizarlo y darle una excelente presentación.

No se ignora que Julio Scherer tuvo el buen tino de contratar a periodistas y escritores que enriquecieron las páginas del diario (como el mismísimo Octavio Paz), pero al precio de descuidar a los trabajadores cooperativistas, que en realidad eran los que hacían el trabajo pesado. Pero ya que hablo de personajes que dieron lustre a las letras mexicanas, en su etapa de director de Revista de Revistas, de la cooperativa Excélsior, Carlos Denegri logró obtener nada menos que las colaboraciones de don Alfonso Reyes y de José Vasconcelos, que no necesitan tarjeta de presentación.

En sus inicios, junto con periodistas como Jorge Piñó Sandoval y Alfredo Kawage Ramia, surtía de información a Salvador Novo, que escribía una columna anónima en la revista Hoy, titulada La semana pasada, donde el famoso maricón atacaba al régimen del general Lázaro Cárdenas. Con el tiempo, sin embargo, ambos se distanciaron. Dado el temperamento venenoso que poseía Novo, éste escribió una obra de teatro llamada A ocho columnas, donde refleja el periodismo corrupto que ejercían en Excélsior Rodrigo del Llano y Carlos Denegri, que ni siquiera se dieron por aludidos.

Cabe señalar que Salvador Novo era el ajonjolí de todos los moles en su tiempo, igual que lo fue años después otro destacado maricón, Carlos Monsiváis, aunque éste nunca se abrió de capa ni se aceptó como tal. El otro era un descarado al que se le permitían libertades que no tenían otros de su misma inclinación por el talento del que hacía gala, según lo describe Enrique Serna. Pero la Monsi, en su papel de adversario opositor de izquierda, también se beneficiaba de los gobiernos neoliberales con becas y formar parte de diversos consejos administrativos, lo que le permitió tener influencias que aprovechó para su harem de sobrinos con el que contaba. (Continuará).

*Columna publicada el 12 de mayo de 2020.