POR Bibiano Moreno Montes de Oca
Si las novelas Ángeles y demonios y El Código Da Vinci (de las cuales ya me he ocupado de analizar ampliamente en esta columna de culto) se pueden tomar como armas de efectos devastadores en contra de la Iglesia Católica y del propio Vaticano, la obra La Conspiración no se queda atrás en su severa crítica a la NASA, aun cuando el organismo espacial de Estados Unidos es reivindicado al final de la historia del célebre autor, el gringo Dan Brown.
La novela La Conspiración se sale un poco del apasionante tema de las otras dos historias del escritor norteamericano, relacionadas con teorías conspiratorias y organizaciones secretas milenarias. Si bien en español el título se refiere a una conspiración que, efectivamente, se vive en la trama (el nombre original es Deception Point), el autor en realidad se centra en una serie de hechos políticos y científicos que nada tienen que ver con los templarios, los iluminati, el Vaticano y Robert Langdon, su personaje ficticio experto en criptología.
En efecto: al contrario de las otras dos grandes novelas citadas, esta vez Dan Brown aborda en su historia una intriga política relacionada con la problemática reelección del presidente en funciones de Estados Unidos, un rarísimo ejemplar de político decente; la posible llegada a la Casa Blanca de su contrincante, un poderoso e inescrupuloso senador de la capital del país; un descubrimiento hecho por el ENOP, un organismo perteneciente a la NASA, que podría cambiar el curso de la historia, así como unos implacables asesinos dispuestos a llegas hasta sus últimas consecuencias, sin importar el nivel y el número de sus víctimas.
Como lo digo líneas atrás, la novela de Dan Brown basa buena parte de su apasionante trama en lanzar severas críticas a la NASA por parte del senador Saxton, quien toma como su principal bandera política en busca de la presidencia de Estados Unidos sus ataques al organismo espacial. Así, hace acto de presencia la FFE (Fundación para las Fronteras Espaciales), un organismo real que busca desde hace mucho tiempo la privatización del control del espacio aéreo en el vecino país del norte.
Cita la novela que integrantes del FFE habían publicado un manifiesto en el que a la NASA la califican de un “monopolio ilegal”, cuya habilidad para operar con pérdidas y continuar funcionando representa una “competencia desleal” para las empresas privadas. Según la FFE, siempre que la AT&T necesitaba que se lanzara un satélite de telecomunicaciones, varias empresas privadas se ofrecían a llevar a cabo el trabajo por un precio razonable. Sin embargo, la NASA ofrecía intervenir para lanzar el satélite por un precio de menos de un tercio, ¡a pesar de que en ello invirtiera cinco veces más!
De acuerdo con la versión recogida en La Conspiración por el novelista Dan Brown, los abogados de la FFE denunciaban que “operar un régimen de pérdidas es uno de los métodos que emplea la NASA para seguir manteniendo el control del espacio. Y que los norteamericanos se ven obligados a pagar esa política con sus impuestos”.
La novela está llena de ejemplos de que la NASA es un organismo oficial que hace una “competencia desleal” a las empresas privadas, razón por la cual la FFE siempre ha insistido en su privatización. Uno de estos casos es el siguiente: algunas empresas han ofrecido lanzar naves espaciales por cantidades que van de los 50 millones de dólares por vuelo, algo dentro de lo razonable. Sin embargo, el organismo espacial mejora la oferta por vuelo, a pesar de que su costo real cuesta más del triple.
Por conducto de uno de sus personajes, Dan Brown señala que esa es, de la NASA, “la aplicación exacta de la política de Walmart al espacio”, misma que consiste –como bien se sabe en el caso de la cadena internacional— en vender sus productos a precios más bajos del que hay en el mercado, dejando a la competencia sin volumen de negocio.
La argumentación en contra de la NASA llega a terrenos poco imaginables, como el de la propaganda favorable desde las películas hollywoodenses. Uno de los personajes de la novela señala lo siguiente: “¿Cuántas películas en las que la NASA salva al mundo de un asteroide asesino puede llegar a hacer Hollywood, por el amor de Dios? ¡No es más que propaganda!”
Al respecto, Dan Brown apunta que “la plétora de películas sobre la NASA hechas en Hollywood era simplemente una cuestión de economía. Tras el desmesurado éxito de Top Gun, un bombazo en el que Tom Cruise hacía las veces de un piloto de un reactor y que no era más que dos horas de publicidad para el ejército de los Estados Unidos, la NASA se dio cuenta del verdadero potencial de Hollywood como gran generador de opinión pública. La NASA empezó a ofrecer en secreto a las compañías cinematográficas libre acceso de filmación a sus increíbles instalaciones de entretenimiento. Los productores, acostumbrados a pagar altísimas autorizaciones por las locaciones cuando filmaban en cualquier otra parte, saltaron ante la oportunidad de ahorrarse millones en costos de producción al rodar thrillers sobre la NASA en localidades ´gratuitas´. Naturalmente, Hollywood sólo conseguía tener acceso a las instalaciones de la NASA si ésta aprobaba el guion en cuestión”.
A todas las críticas bien fundadas que se hacen a la NASA en La Conspiración, el mismo autor las responde con otra serie de señalamientos. Uno de los más interesantes es el de que, de garantizarse la privatización del organismo –mediante la modificación de la ley—, quedaría abierta la veta “a incontables abusos a ese conocimiento avanzado (el más común de los cuales es el trapicheo –sic— de información privilegiada), favoreciendo descaradamente a poderosos inversores privados en perjuicio de los honrados inversores públicos”.
Otro de los razonamientos a favor de la NASA es el siguiente, dicho incluso por uno de los personajes críticos del organismo espacial: “La privatización provocaría la huida de las mejores mentes e ideas de la NASA al sector privado. El grupo de expertos se disolvería. Los militares perderían acceso al espacio. ¡Las compañías espaciales privadas, en su afán por incrementar sus capitales, empezarían a vender patentes e ideas de la NASA a los mejores postores del mundo entero!”
Por cierto, ya dejando por la paz a la NASA, otro de los elementos que reviste gran importancia en la trama de La Conspiración es un fenómeno natural llamado megapluma, el cual se da en el fondo de los mares y suele causar calamidades mortales en los seres humanos. Lo que llama mi atención es que su existencia –el de las megaplumas— es una hipótesis muy popular con la que se intenta explicar científicamente el fenómeno del llamado Triángulo de las Bermudas, lo cual justifica la desaparición de barcos en esa zona.
En fin: como todas las novelas de Dan Brown, en La Conspiración hay todos los elementos necesarios para hacerla una historia atractiva desde el inicio, donde tampoco falta el romance entre personajes atormentados por traumas del pasado (como ocurre también con Robert Langdon, personaje recurrente en la mayor parte de su obra posterior); en este caso, con Rachel Saxton, hija del senador Saxton, quien pretende ser presidente de Estados Unidos a como dé lugar, así como con el investigador y documentalista Michael Tolland. Así, pues, a leer este intenso thriller.