POR Jorge Octavio González
Una característica palpable de este gobierno es la mentira; las dicen con todo el cinismo del mundo, y cuando los descubren simplemente lo admiten y a lo que sigue.
La salud del presidente Andrés Manuel López Obrador ha sido centro de discusión desde que le dio un infarto en el gobierno de Peña Nieto y se tuvo que atender en una clínica privada.
A falta de información oficial, entra la especulación; a falta de certeza sobre la salud del opositor más férreo de los últimos 15 años, la desinformación.
Hoy, como presidente de México, AMLO ha sido contagiado tres veces por COVID-19; las tres ocasiones ha dominado el hermetismo en la narrativa presidencial.
Las primeras dos veces se dijo algo pero después, gracias a los documentos hackeados a la Secretaría de la Defensa Nacional, se pudo saber la gravedad de la enfermedad, además de otros males que lo aquejan y que nunca se dio a conocer a la opinión pública.
Pero fue en este tercer contagio que la sociedad exigió, a través de todos los medios, saber sobre la salud del presidente. En Mérida, en una gira de trabajo, tuvo el desvanecimiento que los voceros y oficiosos de este gobierno negaron una y otra vez; cuando el vocero Jesús Ramírez desmintió la especie y dijo que no se cancelaría la gira, el propio AMLO escribió en sus redes sociales que se había enfermado de coronavirus y que había suspendido la gira para devolverse a la Ciudad de México.
Como no hubo un comunicado oficial ni un video ni nada, comenzó la especulación acerca de la salud de López Obrador. Normal cuando no hay quien dé certeza sobre el hecho; los vacíos informativos se llenan, aunque muchas veces con datos falsos o no concluyentes.
Hubo quienes, de acuerdo a fuentes de Palacio Nacional, aseguraron que había tenido un desmayo que se complicó por el COVID; otros señalaron que había tenido un derrame cerebral y que se trataba de ocultar a toda costa la verdad.
Los aplaudidores de AMLO, rabiosos hasta la náusea, comenzaron a atacar con saña a todo aquél que señalara que el presidente se había desvanecido; los tacharon de mala entraña y de desear la muerte del primer mandatario.
Ayer mismo, sin embargo, López Obrador publicó un video de 18 minutos en donde confirma que, en efecto, tuvo un desmayo en una reunión; indicó que lo quisieron trasladar de emergencia en camilla y llevarlo a un hospital, pero que se negó rotundamente.
El protocolo así lo marcaba: ante un episodio de malestar del presidente, lo conducente es abordarlo al instante y llevarlo al hospital para su atención inmediata. El problema con AMLO es que, con tal de que no se publicara una foto de él en camilla siendo trasladado de emergencia, decidió tratarse en el lugar, para que, una vez estabilizado, fuera trasladado a la CdMx.
Bien que López Obrador se haya recuperado del desvanecimiento y no haya tenido la necesidad de ser trasladado de inmediato. ¿Pero qué hubiera pasado si, por quedarse y evitar la foto, se complicaba su salud? Por su terquedad, por su vanidad, estaríamos contando otra historia.
Lo cierto, pues, es que fue el propio presidente de la República el que confesó haber tenido un desmayo que originó la reacción inmediata de su personal para atenderlo.
No le costaba nada a AMLO hablar con la verdad y ser transparente. Nada pasaba si admitía que se desvaneció y que tuvo que cancelar su gira para ser atendido. Es humano como cualquier otro.
Ahora que reconoció su afección, esperemos que se recupere y siga en lo suyo.