Adiós a Villalba*

POR Bibiano Moreno Montes de Oca

Este lunes acompañamos al amigo y colega César Villalba Arceo a su última morada. Previo a ello, en la misa de cuerpo presente oficiada en el templo del barrio de El Salatón, hubo dos sentidas intervenciones para darle la despedida al periodista: la de Carlos Valdés Ramírez, director de El Noticiero, y la de David Martínez Mora que, junto con César y Heriberto Estrada, formaba una tercia de epigramistas legendarios en Colima.

Más tarde, al pie de la tumba de Villalba Arceo, Benjamín Velasco Briceño dio lectura a otro ensayo relacionado con la trayectoria del periodista fallecido de un infarto fulminante, donde hizo mención a los tres grandes del epigrama en Colima, de los que ya sólo queda David. El colaborador de El Noticiero, incluso, dio lectura a un epigrama del propio César que alcanzó a rescatar en alguna reunión a la que asistió con el grupo denominado Los espesos.

Muchos saben que Villalba Arceo tuvo su etapa de alcohólico, la que superó al tiempo y en la que ya no cayó en lo que le restó de vida. Entre las tantas historias contadas por el narrador nato que fue César, está una que influyó en mí y en varios de mis amigos, al grado de saludarnos siempre con la misma festiva frase. Así, si a mí me encontraba en algún lugar, me decía: “¡Bibiano es un santo!” La frase podía variar a: “¡Bibiano es un sabio!”

Por esa razón, uno de mis cuentos de mi libro Preguntando se llega a Roma está dedicado así: “Para César Villalba Arceo, que es casi un sabio y es casi un santo”. Bueno, pero ¿por qué esas expresiones entre nosotros? La historia la contaba a sus amigos cada vez que había oportunidad de hacerlo.

A la cantina El Taurino solían acudir conocidos amigos del medio ya fallecidos: Jesús Luna González, Salvador La Fisga Jaime Méndez, Eduardo El Güero Wilson Jaime Méndez, Damarmo, El Lobito, etcétera. De vez en cuando llegaba el clásico borracho marro que, a los primeros tragos, gritaba eufórico, según al contertulio que tuviera enfrente: “¡La Fisga es un santo!” En otra ocasión podría ser: “¡El Güero Wilson es un sabio!”

Al respecto, en un ambiente ya muy animado, El Güero Wilson no dejaba de manifestar su enojo por las efusivas muestras de amistad del borracho martillo. Así, ante los gritos destemplados del beodo, argumentaba:

— ¡Traigo kilómetros y kilómetros de nervios, y tú con tus gritos! ¡Bájale, mano!

El aludido no se acobardaba. Insistía afectadamente:

—Permíteme saludarte, oh ilustre Güero Wilson.

Por fortuna, de los gritos no llegó a pasar la cosa. Con el tiempo todos nos olvidamos del autor original de la frase, pero el saludo desde mucho tiempo atrás siempre fue el mismo: ¡Villalba es un santo! Descansa en paz, amigo.

*Columna publicada el 15 de marzo del 2016.

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