POR Luis Fernando Moreno Mayoral
A 7 meses de que concluya su mandato, el presidente Andrés Manuel López Obrador se ve más irritable, más intolerante y, por lo mismo, más peligroso.
En el 2006, cuando perdió la presidencia de la República contra Felipe Calderón, se conoció el verdadero AMLO: mandó al diablo a las instituciones.
Ya en su sexenio, cuando juró guardar y hacer guardar la Constitución y las leyes que de ella emanen, reiteró su desprecio al Estado de Derecho: “Y no me vengan con el cuento de que la ley es la ley”.
Este fin semana, conforme se acerca el ocaso de su gobierno, López Obrador de plano se descaró y dio a conocer su rostro autoritario, sectario y autócrata.
En medio de una serie de preguntas acerca de si se arrepentía de haber dado a conocer el número telefónico de la coordinadora de corresponsales de The New York Times en México, el presidente Andrés Manuel López Obrador dijo que no; incluso afirmó que lo volvería a hacer si se vuelven a meter con la investidura presidencial y con sus hijos.
Cuando la reportera le cuestionó qué hacer, entonces, ante la ley que protege los datos personales de las personas, AMLO respondió, tajante, envalentonado: “Por encima de esa ley está la autoridad moral, la autoridad política”.
Claro que, cuando se refiere a la autoridad moral y política, se refiere a la de él; confiesa y reconoce que se siente por encima de los ordenamientos legales porque sus adversarios, los que lo cuestionan y calumnian, no tienen esa autoridad que él sí.
Cuando un gobernante piensa así y asume que no debe responder ante la ley porque se siente por encima de ella, deja de existir el Estado de Derecho; la sociedad mexicana queda indefensa ante los abusos de los políticos y, sobre todo, del presidente de la República.
En su mañanera dijo que, si un periodista lo calumnia, en Palacio Nacional tendrán respuesta puntual y “con todo”. El problema, sin embargo, es que AMLO cree que pelea en las mismas condiciones. Y no es así: un reportero, por más influencia que tenga su medio y sus redes sociales, no se compara ni por asomo con el poder que tiene el presidente de México, con toda la maquinaria de propaganda a su favor y siendo el comandante en jefe de las Fuerzas Armadas.
López Obrador ve el final de su gobierno cada vez más cerca; no asume que su periodo está por concluir y que tendrá que pasar la estafeta a quien venga. A estas alturas, después de no haber cumplido con la abducción de los Poderes de la Unión, ya no tiene la posibilidad, aunque quisiera, de perpetuarse en el poder.
Por más que haya aduladores y serviles personeros con nexos con el crimen organizado que le pidan a AMLO que se reelija, como lo hizo el gobernador de Sinaloa, Rubén Rocha Moya, no tiene la fuerza ni los números para mantenerse en el poder; en especial, porque ya en MORENA están todos trabajando para que gane Claudia Sheinbaum.
La duda está, en todo caso, si gana Xóchitl Gálvez Ruiz la elección: ¿ahí sí establecerá el Estado de excepción, por motivos de seguridad nacional, para permanecer en el poder?
De acuerdo a las encuestas, eso se ve, en este momento, casi imposible; sin embargo, todo puede pasar.
Lo cierto es que Andrés Manuel López Obrador, a meses de que deje Palacio Nacional, se ve irritable, molesto y desesperado por no tener el control de la narrativa política nacional.
Y eso lo vuelve peligroso, muy peligroso.