Denegri: periodista al servicio del sistema (II/II)*

POR Bibiano Moreno Montes de Oca

Carlos Denegri, periodista mexicano

La segunda parte del análisis a la novela El vendedor de silencio, del escritor Enrique Serna, concluye hoy en mi columna de culto. El protagonista de esta historia es un periodista corrupto que, sin embargo, es admirado secretamente por algunos que fueron sus detractores y que ahora, reunidos en algún lugar ultraterreno, siguen yendo por las tortas y los cigarros por encargo de Denegri. Aquí mi conclusión de mi texto iniciado la semana pasada.

De acuerdo con la novela El vendedor de silencio, la premisa de Denegri era la de cobrar muy bien por lo que publicaba, pero más por lo que se guardaba en el tintero. Pongo un ejemplo: en tiempos en los que México se aliaba con los países que estaban en contra de las fuerzas del Eje, Máximo Ávila Camacho, hermano del presidente Manuel, al que despectivamente apodaba El Mantecas, tenía en su residencia una enorme foto de Benito Mussolini en pleno saludo fascista. Dar a conocer esa bomba noticiosa hubiera sido un éxito internacional, pero el periodista decidió ponerse a las órdenes del siniestro personaje.

Hay un dato que me llama poderosamente la atención: un periodista de Colima, Sóstenes Aguilar, fue incorporado como reportero a su exclusivo servicio, con la promesa de ayudarlo a incorporarse más adelante a Excélsior. El tipo estuvo bajo sus órdenes por cerca de 20 años, ayudando a enriquecer el archivo que Denegri tenía y del cual se sentía orgulloso. El rompimiento fue porque el periodista fue hallado culpable del robo de cubiertos de plata de la residencia del vejete milloneta Juan Sánchez Navarro (que llegaría a convertirse en el líder moral de los empresarios mexicanos).

Con todo el resentimiento que le causó ese bochornoso episodio, Denegri echó a patadas a su subalterno, lo que le valió una demanda laboral que tuvo que pagar porque se topó con un presidente de conciliación y arbitraje que le tenía coraje al influyente periodista. Lo echaron del cargo, pero el funcionario al menos tuvo el tiempo para ir a echarle en cara que el fallo había sido a favor del despedido. Ni hablar: fue de esas veces en las que ni todas sus influencias valieron para ser salvado de desprenderse de una buena cantidad de dinero, pues 80 mil pesos en ese tiempo era mucha lana.

Mi duda es si en verdad era colimense ese periodista o si sólo se lo sacó de la manga el autor de la novela para darle cohesión a la historia con un personaje salido de la ficción.

A propósito de periodistas, hay descripciones de dos muy importantes en los respectivos momentos en los que les tocó vivir. Uno de ellos es Jorge Pasquel, dueño del periódico Novedades, entre otros muchos negocios, si bien su fuerte era la fayuca que podía pasar de Estados Unidos a nuestro país por las diferentes aduanas, con la bendición de Hacienda. Por un paro que le hizo Denegri se inició una ventajosa amistad, al grado de que el magnate (un tipo que, además, era todo un dandi con mucho pegue con las mujeres) le llegó a ofrecer la dirección de su rotativo. La negativa era por obvias razones: Excélsior le daba una reputación y lectores que jamás tendría en Novedades.

Con el otro periodista, Piñó Sandoval, Denegri sostiene una larga charla en la que se va tejiendo parte de los escándalos en la vida del protagonista de la novela de Enrique Serna, donde el primero es como una especie de conciencia que le hace notar todos sus vicios y defectos, sin dejar de reconocerle sus virtudes como un profesional de la noticia. De hecho, el pretexto es ir a pedirle un favor, después de un homenaje por un aniversario de la muerte de Rodrigo del Llano, donde se cruza con su antípoda, el Mirlo Blanco, que aún no llegaba a la dirección del diario.

La razón por la que busca Piñó Sandoval expresamente a Denegri es porque éste tenía muchos lectores entre la clase política, lo que lo hacía un periodista muy poderoso frente a sus competidores, que sí eran leídos, pero por la gente de a pie. Un periodista con lectores con poder era el vehículo que facilitaba la solución a algún problema de gobierno. Quién lo dijera: el periodista independiente, que atacó en su revista al gobierno de Miguel Alemán, ahora le pedía un favor a un colega corrupto. Bueno, Piñó Sandoval ya nunca pudo levantar cabeza, hasta que en el gobierno de Díaz Ordaz obtuvo una chamba burocrática.

En Noctámbula, una revista que Denegri sacó por su cuenta para seguir en el negocio, la portada se las hacía el legendario cartonista Ernesto El Chango García Cabral, que con su humor y talento atraía a los lectores como el imán a los objetos metálicos.

En una encerrona con putas del famoso burdel de La Bandida, en la que se encontraban Alfonso Reyes, José Vasconcelos y Denegri, a éste se le ocurre ofrecerles dinero a las muchachas (a los 30 años ya eran jubiladas y sustituidas por otras más jóvenes) como informantes de los secretos de los políticos que lo frecuentaban (por ahí solía caer el ya poderoso dirigente de la CTM, el sempiterno Fidel Velázquez), propuesta que fue rechazada por las espantadas mujeres, pues de llegar a enterarse, La Bandida misma se encargaría de fusilarlas antes de llegar a traicionar a su selecta clientela.

A Denegri le tocó padecer también el rencor de sus colegas por lo ocurrido al periodista Carlos Septién, un católico de derecha (podría sonar a pleonasmo, pero también hay católicos de izquierda) cuyo comportamiento contrastaba con el del influyente columnista de Excélsior, que también profesaba la fe católica a su modo. El caso es que, enemistados por sus respectivos comportamientos, Septién decidió un día viajar en otro avión durante una gira presidencial para no tener que compartir asiento con su odiado rival, con tan mala suerte que perdió la vida al estrellarse la aeronave.

En pleno tiempo del gobierno alemanista, cuando el país se modernizó y la corrupción brilló en grande, una frase de Denegri se volvió muy famosa y hasta se llegó a publicar en algunos libros de historia: “En los años cuarenta la Revolución Mexicana se bajó del caballo y se subió al Cadillac”. Pero en los años cincuenta, en el de los tiempos de austeridad de don Adolfo Ruiz Cortines, a Carlos Denegri se debe otra famosa frase, no exenta de cinismo: “Todavía nos queda un recurso: enriquecernos lícitamente”.

Precisamente, en el gobierno de Ruiz Cortines, Denegri le hizo un gran servicio al país al exhibir a la siniestra URSS con sus intenciones de apoderarse del gobierno del guatemalteco Jacobo Árbenz, que finalmente cayó en manos de EU, que impuso ahí una dictadura. El favor al país fue que le dio oportunidad a México de abstenerse de condenar a Guatemala, como era la línea dada por los gringos en un foro latinoamericano que tuvo lugar en Venezuela.

Las democracias veían con más malos ojos a los gorilatos financiados por los gringos que a los peleles impuestos por los rusos, de manera que encuerar al gobierno soviético le valió ser visto como una bestia negra por sus colegas de izquierda, que a la postre nos han demostrado que, ya con el poder, son unos farsantes más afectos a las dictaduras que a la democracia, por mucho que se vistan de izquierdistas.

Aunque con trampas, al transcribir una conversación telefónica incompleta entre el embajador de la URSS con el presidente de Guatemala, Denegri le dio un buen golpe mediático al gobierno soviético en esa ocasión, lo que le valió una carta aclaratoria de la embajada de ese país en México que se publicó en la sección de correspondencia en el diario Excélsior. Por supuesto, con todo el respaldo del gobierno mexicano, el periodista se dio el lujo de responder la misiva soviética con el siguiente texto:

“Kulazhenko (el embajador de la URSS en nuestro país) no tiene autoridad moral para denunciar a ningún fisgón. En materia de espionaje, el régimen comunista se lleva la palma, pues todo el mundo sabe que la KGB interviene líneas telefónicas para intimidar a la población civil”. Ni más ni menos que fue machetazo a caballo de espadas.

Fue tanta la fama de Denegri que el conocido conductor de TV, Paco Malgesto, con su programa Visitando a las estrellas, entrevistó en su residencia a Carlos Denegri, que tuvo todo el tiempo a su lado a una de sus tantas esposas. Pero nunca dejó de ser un cómplice del sistema, como lo prueba el letrero que los estudiantes del 68 dejaron en el zaguán de su casa: “Aquí vive un periodista / con alma de granadero, / el marrano chantajista / más corrupto del chiquero”.

En el gobierno de Díaz Ordaz fue cuando comenzó el principio del fin de Carlos Denegri. Con Julio Scherer en la dirección de Excélsior, que tenía entre sus favoritos al higadazo y lamehuevos Vicente Leñero, así como a Miguel Ángel Granados Chapa, “un intelectualoide de barba y lentes”, según lo describe Serna. No hubo despido ni nada, pero el comportamiento de Denegri fue el que motivó al Mirlo Blanco a suspenderlo (lo que implicaba dejar de escribir las columnas con las que hacía negocios), pues en la balacera armada en su casa habían alcanzado a llegar algunas balas hasta la embajada de Polonia, que estaba cerca.

Así, sin llegar a ser echado del diario, Denegri comenzó a buscar nuevos aires, pero sin rebajarse a ir a buscar empleo en algún otro medio. Hubo respuesta a su estrategia: un capitán del Grupo Monterrey, Bernardo Garza Sada, le ofreció la dirección de un noticiero del Canal 8 de TV que le haría competencia a lo que antes era Televisa, con un sueldazo base y un pago por cada programa. Sin embargo, poco le duró el gusto: el rencoroso Luis Echeverría, ya con el poder que le había heredado Díaz Ordaz, hizo efectivo su disgusto ejerciendo presión para que no le dieran ese noticiero. El Poder, al que por años sirvió fielmente, le pagó con una patada en el culo.

Previsto su derrumbe, Denegri ya había quemado su archivo, que valuaba en millones, pues sabedor de que nunca podría emplearlo en contra de políticos del sistema al que siempre sirvió, prefirió destruirlo antes de dejarlo en manos de alguien extraño. De alguna forma, al quemar su archivo, debió sentir que se purificaba con el fuego liberador. (Concluye).

*Columna publicada el 19 de mayo de 2020.