POR Luis Fernando Moreno Mayoral

Hace varios siglos la Iglesia Católica quemaba a los que, a su ver y entender, eran herejes. Más claro: aquellos que, teniendo una opinión diferente a la de los representantes de Dios en la Tierra, externaban sus opiniones y, como pago a ese grave pecado, eran arrojados vivos al fuego.
Las razones eran por demás infantiles: decir que la Tierra era redonda causó, en ese entonces, una polémica por parte de muchos sectores; la Iglesia no se quedó atrás y condenó que se atreviera a decir eso públicamente porque, según los estudiosos del tema, si la teoría de Isacc Newton fuera verídica los océanos se caerían por los lados.
Más tarde, pues, se tuvo que reconocer que, en efecto, la Tierra era redonda; se tuvo que acomodar esa realidad a los intereses de la Iglesia porque, de lo contrario, quedarían desfasados. Lo mismo sucedió con la vida extraterrestre: siempre dijeron que fuera de este mundo no había otro tipo de vida; después tuvieron que enviar un comunicado aceptando que podría haber seres en otro mundo. Claro: la modernidad los rebasaba y, por eso mismo, tenían que estar al corriente con lo que trascendiera.
Pero si decir que la Tierra era redonda o sospechar que una mujer, sólo por utilizar hierbas para curar alguna enfermedad, era bruja, decir, entonces, que lo que se escribió en la Biblia no es cierto debe ser, por supuesto, digno de una crucifixión. Son varios los libros que, luego de que la industria editorial les diera la libertad a sus creadores para cuestionar lo que consideraran pertinente respecto a la Iglesia, ponen en duda la teoría de que Jesús resucitó a los tres días de haber sido clavado en la cruz.
El evangelio del mal, del francés Patrick Graham, es, sin lugar a dudas, un ejemplo digno de análisis para los que consideran que los supuestos representantes de Dios en la Tierra ocultan situaciones que el mundo, por mera cortesía, debiera conocer.
Teoría: el francés, que es muy cercano al Vaticano por cuestiones profesionales, señala que, efectivamente, sí existió un Jesús que causó revuelo entre la gente por sus dotes mágicos para curar a los enfermos y predicar la palabra de Dios; no se diga su proclamación como Rey y su pretensión de, al igual que David, serlo llegando montado en un burro. Pero señala que, a diferencia de lo que dicen las Sagradas Escrituras, no resucitó. La razón es muy sencilla: se tiene registrado que Jesús fue condenado a la cruz, que los romanos lo castigaron hasta saciar su sed de malicia y, desde luego, que murió luego de renegar por haber sido abandonado por su Dios; lo que ya no se tiene registrado es lo que sucedió durante los tres días que transcurrieron desde que murió en la cruz. Y eso, ciertamente, deja entreabierta la puerta para que todo aquel que quiera opinar haga sus conjeturas.
En El evangelio del mal se dice, por ejemplo, que un grupo de personas que supieron del lugar donde iba a ser sepultado Jesús se llevó el cadáver para que, cuando se percataran de que estaba vacía, la gente pensara que había resucitado de entre los muertos. Fue desde ahí que los impulsores de la Iglesia, como Pedro, fundaron esa doctrina haciendo creer a la sociedad en general que Jesús había muerto por la salvación de la humanidad y que, por tanto, habría que seguir predicando su palabra.
La historia, aunque se basa en teorías razonables, le añade, para su éxito, cuestiones inverosímiles; por ejemplo, que el Papa tiene en su escritorio el cráneo de Jesús con la corona de espinas.
Pero esta novela no es la única que trata de desmentir las teorías de la Iglesia Católica; también está El código Da Vinci, de Dan Brown. Ahí se dice que María Magdalena no es la prostituta que la Biblia señala, sino que, por el contrario, era la esposa de Jesús. Y que, por si fuera poco, era ella la que debía fundar la Iglesia y no Pedro, que se arrogó ese derecho para no permitir que una mujer fuera la que predicara la palabra de Dios.
Creíble, hasta cierto punto, esa teoría, pero destaca, además, el hecho de que la Iglesia emprendió una campaña de difamación en contra de María Magdalena para que no siguiera los pasos de Jesús. Entendible porque, desde sus inicios, las mujeres nunca tuvieron un papel transcendente en la Iglesia Católica; siempre fueron las amantes de los sacerdotes que caían en la tentación o, como en el caso que nos ocupa, una prostituta que quiso corromper a Jesucristo.
Pero si bien estas dos novelas tratan de desmentir algunos pasajes de la Biblia, El apóstol 13 y La revelación, de Michel Benoit y Gerald Messadié, respectivamente, tocan una fibra muy sensible de la historia de las Sagradas Escrituras.
El apóstol 13, en primer lugar, menciona que existió un apóstol muy cercano a Jesús. Él sabe que no es divino ni que resucitó de entre los muertos; tampoco que fue Judas el traidor sino Pedro. Y, desde luego, basa su teoría en algo muy concreto: de saberse que Jesús no es Dios ni resucitó sino que, por el contrario, fue un hombre con virtudes y defectos como todos, peligraría, por principio de cuentas, la fe católica; también la religión de los musulmanes porque, siendo el Corán un libro que desmiente la divinidad de Jesús, quedarían al mismo nivel que los católicos, que creen fervientemente en la divinidad de Cristo. Es decir: para los musulmanes sería desastroso que los católicos reconocieran que Jesús no fue divino porque el Corán, que toda la vida se ha opuesto a la teoría de la Biblia, ya no tendría razón de ser.
Pero lo más interesante es el papel que jugó Judas en todo esto: según el escritor, es Pedro el que, previo acuerdo con Caifás, le pide a Judas que delate a Jesús. Le dice, para que no se alarme, que todo estaba planeado para que, cuando fuera arrestado por los romanos, fingieran la empresa para después soltarlo. Judas, que se creyó al pie de la letra lo dicho por Pedro, decide, al final de cuentas, delatar a Cristo. El hecho, ciertamente, cambia totalmente el desenlace: Caifás, confabulado con Pedro, hace que Jesús muera en la cruz. Judas, en cambio, es muerto por el mismo Pedro; sólo que, según El apóstol 13, nunca se advierte que el supuesto traidor se haya colgado sino que fue destripado con un cuchillo.
La historia es la que todos conocemos: Judas delató a Jesús y es, en todas las referencias que se hacen sobre su persona, el símbolo de la traición. En la divina comedia, incluso, es el que recibe el castigo más despiadado: es devorado por un monstruo y, luego de volverse a reintegrar, es vuelto a atacar por el demonio…hasta la eternidad.
En La revelación, por el contrario, hay un ligero cambio en la procesión de la crucifixión de Jesús: Judas es advertido por Jesús que lo tiene que delatar ante las autoridades porque sabe que es su fin. Porque, dice Cristo, las Sagradas Escrituras contemplan un sacrificio para que la humanidad se salve de las tragedias que estaban por venir. Pero Judas, que es retratado como el apóstol más fiel de Jesús, se niega en reiteradas ocasiones a hacer lo que le pide su mentor. Pero Jesús, persuasivo como es, le dice, al final, que no hacer lo que le pedía sí sería, en efecto, traicionarlo; ahí ya no tiene otra opción más que advertir a Caifás dónde se encuentra el Mesías para que se cumpla lo que dicen las Sagradas Escrituras.
Todo lo demás sucede tal y como lo dice la Biblia…hasta el momento en que, para todos los presentes a la crucifixión, Jesús muere. Los seguidores de Cristo, contrario a lo que dice el libro sagrado para los católicos, lo desclavan de la cruz y lo llevan a una tumba para lavarlo y cumplir el rito del entierro. Lo interesante es que en el camino se dan cuenta de que Jesús no muere sino que se va recuperando poco a poco. Y, para sorpresa de sus apóstoles, Jesús se molesta porque no cumplió lo que decían las Sagradas Escrituras: llevar a cabo el sacrificio.
Cristo es escondido, luego de salir de la tumba acompañado por sus seguidores, en un lugar lejano. Para entonces la gente que fue a verlo en la tumba se da cuenta que ya no está el cuerpo del Mesías y decide correr el rumor de que había resucitado. Es así como, dada la coyuntura, Pedro aprovecha para predicar la palabra de Dios diciendo que Cristo murió por la humanidad y que había que seguir el ejemplo de su sacrificio.
La muerte de Judas, según La revelación, es parecido a lo que dicen las Sagradas Escrituras: lo encuentran colgado en un árbol. Pero, previo a eso, Gerald Messadié menciona que seguidores de Jesús, enfurecidos con Judas por haber sido el traidor, lo matan con un cuchillo y después lo cuelgan; de esa manera la gente creería que se suicidó y no que fue asesinado por el fanatismo de los seguidores de Jesús.
Jesús dice, cuando se entera de la muerte de Judas, que ese era el sacrificio que debía realizarse para Yhavé.
Al final del libro, en el epílogo, Gerald Messadié hace un espectacular ejercicio analítico en torno a las contradicciones de los Evangelios de Marcos, Tadeo y Lucas. El evangelio de Mateo dice, en torno a Judas, que “llegada la tarde, (Jesús) se puso a la mesa con los doce discípulos, y mientras comía dijo: `En verdad os digo que uno de vosotros me entregará`. Muy entristecidos, comenzaron a decirle cada uno: `¿Soy acaso yo, Señor?`. El respondió. `El que conmigo mete la mano en el plato, ese me entregará. El Hijo del Hombre se va, según está escrito de Él; pero ¡ay del hombre por quien el Hijo del Hombre será entregado!, mejor que le fuera no haber nacido`. Tomó la palabra Judas, el que iba a entregarle, y dijo: ´¿Soy acaso yo, Rabí?`. Y Él respondió: `Tú lo has dicho`(26, 20-25).
El autor de La revelación dice, al respecto, que “si nos conformamos con la hipótesis oficial de la traición y hacemos abstracción del Evangelio de Judas, esos versículos resultan todavía más enigmáticos; en su omnisciencia, Jesús sabe que Judas Iscariote va a traicionarle; no obstante, no toma ninguna medida para neutralizarlo y, más extraño todavía, los Apóstoles tampoco. Sin embargo, habría resultado sencillo apartarlo del grupo, si no someterlo a la custodia de una persona de confianza”.
Luego transcribe otro pasaje que dice: “cuando llegó Judas, uno de los doce, y con él una gran turbada, armada de espadas y garrotes, enviadas por los príncipes de los sacerdotes y los ancianos del pueblo. El que iba a entregarle les dio una señal, diciendo: `Aquel a quien yo besaré, ese es; prendedle`. Y al instante, acercándose a Jesús, dijo: `Salve, Rabí`. Y le besó. Jesús le dijo: `Amigo, ¿a qué vienes?`. Entonces se adelantaron y echaron las manos sobre Jesús, apoderándose de Él”.
Gerald Messadié dice, sobre este punto, que “el relato de Mateo desafía la verosimilitud; en primer lugar indica que Judas no figuraba entre los discípulos presentes en Getsemaní, lo que debería haber suscitado la desconfianza y la alarma de Jesús y de los Apóstoles. Una vez más, Jesús dispone de una indicación evidente del inminente prendimiento y no hace nada por sustraerse a él, y Judas se comporta como si nadie aparte de él pudiera reconocer a Jesús. Finalmente, este recibe al traidor, aquel de quien supuestamente ha dicho que más le había valido no haber nacido, con la palabra `amigo`. Además, Judas llama Rabí a Jesús, cuando este no es rabino”.
Y así, pues, el también autor del libro El complot de María Magdalena hace un acucioso análisis de las contradicciones que los Evangelios de Marcos, Mateo y Lucas incurren para poner a Judas como el traidor de la historia. Y termina el relato implacablemente: “…la historia de Jesús es muy distinta de la versión que fue trasmitida y luego impuesta, bajo pena de temibles sanciones, a lo largo de los veinte últimos siglos. La de su apóstol Judas la ilumina de forma radicalmente nueva. Ya no será posible presentar la una sin la otra, como espero haber convencido al lector. Eso no cambia las enseñanzas de Jesús, pero desbarata numerosos puntos de una tradición que persistió anclada en los dogmas”.
Y, en efecto, lo hace: sólo unos años atrás era impensable que la Iglesia Católica analizara la posibilidad de que Judas no hizo lo que los Evangelios señalaban. Porque, de cierta manera, el simbolismo de la traición sirvió para que la humanidad considerara como mártir a Jesús y, luego entonces, poder venerar su figura por haber sido víctima de la codicia de uno de sus discípulos.
Ahora, sin embargo, lo analizan, pero también es tomado en cuenta, como lo dijera el autor de La revelación, para que, cuando se hable del tema, se compare lo que dicen las Sagradas Escrituras y el Evangelio de Judas. Ya no será solamente lo que dicen de él y la fama de traidor que se le hizo para compensar el dolor y sufrimiento de los seguidores de Jesús.
El Evangelio de Judas, los Rollos del Mar Muerto, entre otros, sólo son una pequeña muestra de lo que se mantiene oculto para no poner en riesgo la fe católica y, por supuesto, la permanencia de la Iglesia. Los descubrimientos de esos textos que revelan cuestiones que se tergiversaron durante siglos sólo le dan fuerza y valor a los libros de escritores que han sostenido que el Vaticano es la institución que, para mantenerse vigente, ha ocultado libros que contradicen lo que ellos han predicado durante muchos años para seguir con el control absoluto de millones de feligreses.
Nadie cuestiona a la Iglesia ni la fe que se forjó durante siglos porque nadie hará que se pierda luego de muchas cuestiones que se han suscitado a lo largo de la historia. Pero lo que sí debería de hacerse es no caer en los errores de antaño y seguir lucrando con la fe de la gente en base a una mentira.