El amlo presidente del 2006 de ficción*

POR Bibiano Moreno Montes de Oca

Antes de que ocurrieran los comicios del 2006, cuando amlo era el invencible candidato presidencial, el periodista y escritor Jaime Sánchez Susarrey escribió un libro futurista que se refiere al hipotético triunfo del tabasqueño, quien en la vida real fue derrotado por el panista Felipe Calderón. La novela se llama La Victoria, el cual fue reseñado por el autor de esta columna de culto a inicios del 2006, fecha de su publicación, por lo que aborda un tema sobre hechos que aún no ocurrían en ese momento.

A poco más de un desastroso año de desgobierno del vejete tabasqueño, quien ganó de manera arrolladora en el 2018, vale la pena una revisión de este libro que resulta imprescindible en la biblioteca de todo politólogo que se precie de serlo. Voy con mi hacha.

Un cielo que parece envuelto en llamas sobre Palacio Nacional, como presagio de los días difíciles por venir, adornan la portada de la novela La Victoria, de Jaime Sánchez Susarrey, cuyo contenido es muy interesante por ser una obra futurista: arranca con la victoria clara de Andrés Manuel López Obrador, candidato del PRD a la presidencia de la República, apenas por la tarde del mismo dos de julio, día de las elecciones. A partir de ese hecho, los acontecimientos inéditos se dejan venir en un torrente incontenible.

No deja de llamar la atención un género poco frecuentado en la novela política mexicana: adelantarse a los acontecimientos y plasmar con toda crudeza lo que podría ocurrir ante el hipotético caso de que el tabasqueño depredador –para diferenciarlo del otro tabasqueño (Roberto Madrazo Pintado, en ese tiempo figura nacional refulgente)— sea el próximo presidente de México, como en la realidad podría ocurrir. El hecho es que Sánchez Susarrey, colaborador habitual de los periódicos El Norte, Reforma y Mural, nos presenta el México de un futuro no tan lejano.

Sin llegar a alcanzar la dimensión de la emblemática novela 1984, la obra maestra del inglés George Orwell en la que se nos describe el totalitarismo implantado en un sombrío Londres futurista, Sánchez Susarrey nos muestra un no menos dramático país bajo el dominio de López Obrador y sus principales compinches, entre los que se cuenta a René Bejarano, Dolores Padierna, Leonel Cota, Manuel Camacho Solís y Martí Batres.

Sin mucho ruido, ninguneado por los intelectuales de izquierda que hoy cobijan amorosamente al candidato presidencial perredista, la novela La Victoria tiene la virtud de ser honesta: a pesar de que muestra escenarios que aún no han ocurrido, los personajes actúan de acuerdo a la personalidad real que tienen, pues todos los protagonistas de la historia son verdaderos, no de ficción. Así, López Obrador se comporta como el mesiánico que es y siempre ha sido. Lo mismo ocurre con el resto de actores que forman parte de la trama.

Si bien se trata de cosas que no han ocurrido, puesto que todo parte de hipótesis (o bien, como se dice en la portada, es un “arrebatador ejercicio de imaginación literaria sobre una etapa inédita de la historia política de nuestro país”), todo tiene su lógica. Por esa razón, cuanto ocurre en la historia no es absurdo ni tiene nada de exagerado: es algo que en verdad podría ocurrir de ganar la presidencia el perredista López Obrador.

Hay cosas que podrían ocurrir en la novela… y ocurren. Una vez reconocido como presidente electo, tras su triunfo en los comicios del dos de julio del 2006, el Peje comienza a trabajar de inmediato en lo que será su gobierno esperanzador. Así, encarga a su secretario de Gobernación, Manuel Camacho Solís, que logre obtener la mayoría en la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión para que aprueben sin problemas el presupuesto que habrá de ejercer en el 2007.

La mayoría se obtiene en la mejor tradición del priismo del pasado: la Segob maicea a varios de los diputados del PRI, a fin de que, junto con la fracción del PRD, logren mayoría absoluta para poder aprobar el presupuesto que desea López Obrador. Para ello, Camacho Solís cuenta con el respaldo de Martí Batres, a la sazón coordinador de la bancada perredista en la llamada Cámara Baja, donde se mueve como pez en el agua y goza de la deferencia presidencial.

Las actitudes del viejo PRI asumidas por López Obrador se van haciendo cada vez más evidentes, pues no puede ocultar su formación priista. Con un Camacho Solís que actúa como su conciencia, especie de Pepe Grillo de la política, el tabasqueño también logra obtener la renuncia del gobernador del Banco de México, Antonio Ortiz, que se había convertido en el equilibrio de las acciones populistas de amlo y su secretario de Hacienda, un opaco David Ibarra Muñoz –lo fue también con López Portillo—, siempre dispuesto a hacer cualquier cosa sin poner objeciones.

De cara a las elecciones intermedias del 2009, los primeros tres años del gobierno de López Obrador se centran en la creación de un nuevo partido que sustituya al PRD, mismo al que irremediablemente está ligado el nombre de Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, que es considerado como un enemigo acérrimo del Peje. El nuevo instrumento es bautizado como Patria Nueva, cuyo lema es “el partido de la Esperanza”, el cual lo mismo tiene resonancias bíblicas que juaristas.

En realidad, se trata de una copia de lo que sería el partido de Carlos Alberto Madrazo, padre de Roberto Madrazo Pintado, por el cual Andrés Manuel López Obrador tiene una gran admiración, igual que por Benito Juárez y por el general Lázaro Cárdenas. Como quiera que sea, el nuevo líder de Patria Nueva resulta ser René Bejarano, que hasta entonces había tenido un discreto cargo en la Sedesol, al lado de la titular, su esposa Dolores Padierna (la Josefina Vázquez Mota de amlo).

Al más puro estilo del priismo arcaico, la Sedesol es utilizada como instrumento clientelar del nuevo partido, incluso con los llamados “comités de la esperanza”, lo que hace posible que en las elecciones del 2009 se logre lo impensable: la mayoría absoluta en la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión, “con lo mejor” de los políticos que fueron del PRI y del PRD (que, además, siempre fueron primos hermanos).

Las cosas no paran ahí. Relegado a simple figura decorativa, Manuel Camacho pretende desarmar una estrategia reeleccionista que surge, como generación espontánea, por todo el país. El pobre ignora que atrás de todo está el ladino López Obrador, que tiene en René Bejarano a su perro fiel dispuesto a cumplir cuanto se le pida, pues su lealtad al jefe había quedado ampliamente demostrada desde que estuvo en la cárcel y jamás echó de cabeza al Peje.

En pago a esa lealtad, López Obrador nombra nuevo secretario de Gobernación a René Bejarano, tras recibir la renuncia del airado Camacho Solís, escandalizado por los afanes reeleccionistas del tabasqueño, quien para entonces ya había desatado una cacería de brujas en contra de Roberto Madrazo, Cuauhtémoc Cárdenas y Lázaro Cárdenas Batel. El brazo ejecutor, claro, es el maestro Bernardo Batiz, a la sazón procurador General de la República.

En el 2010 se celebra fastuosamente el bicentenario de la Independencia de México y el centenario de la Revolución Mexicana, con un López Obrador en la plenitud de su gobierno con aires reeleccionistas, igual que su admirado Hugo Chávez, presidente de Venezuela. En el 2012, cercana la elección presidencial, el peso ya está a 40 frente al dólar, pero la gente sigue amando al Peje.

Paralelamente a la trama central relacionada con el hipotético presidente López Obrador que se nos presenta en La Victoria, el autor, como parte del resto de personajes reales, se involucra en una historia de amor con varias damas, una de la capital del país y otra de la ciudad de Morelia, Michoacán. A mí me llamó la atención esa parte de la novela, pues de alguna manera parece una relectura de mi cuento Mujeres por teléfono, lo que la hace doblemente recomendable.

Entre los personajes incidentales de la novela del periodista Sánchez Susarrey, todos ellos –repito— reales, aparece el académico Servando Ortoll dando consejos al atribulado autor. ¿Qué tal?

Hasta aquí mi reseña. Lo único que me queda por agregar es: toda semejanza con la vida real no es simple coincidencia, pues cambiando algunos nombres de personajes, de siglas y de cargos, parece que se está describiendo al desastroso gobierno real del amlo que ganó en el fatídico 2018.

*Columna publicada el 20 de diciembre de 2019.