Paradigmáticos cuentos de Stephen King

Poco antes de alcanzar los 30 años de edad, el autor norteamericano Stephen King ya había dado muestras de ser un escritor consumado con varias obras en su haber; entre otras, el libro de cuentos titulado El umbral de la noche. La primera edición es de 1976, si bien el prefacio hecho por el originario de Maine, Estados Unidos, data del año siguiente; por lo tanto, dado que nació en 1947, sus pequeñas grandes obras fueron concebidas cuando aún tenía 29 años.

La edad del escritor es importante en este caso, pues los 20 cuentos que componen el volumen bajo el título de El umbral de la noche son la prueba irrefutable de que antes de los 30 años el autor ya había alcanzado la formación y la madurez que a otros les ha llevado toda la vida intentarlo en vano. Así, con varias novelas y relatos cortos previos a la obra que hoy me ocupa, no cabe ninguna duda que Stephen King es un digno heredero de su colega y paisano Edgar Allan Poe.

Por lo general, las obras reseñadas en esta columna de culto son novelas; sin embargo, por esta ocasión hice una excepción con un autor extraordinario como lo es Stephen King, quien se ha convertido en una fábrica de todo tipo de relatos, la mayoría de ellos que lindan en el terror, el género que le sienta mejor y en el que se mueve como pez en el agua.

Así, pues, el libro El umbral de la noche es un buen motivo para analizar brevemente la obra de un artista excepcional que se adelantó a muchos otros colegas suyos con una variada temática que hasta la fecha se ha seguido explotando.

En efecto, luego de hincarle el diente a las poco más de 400 páginas del libro El umbral de la noche –incluidos la presentación y el prefacio–, nos topamos ante un autor de terror consumado; tanto así, que al menos cuatro historias suyas ya fueron adaptadas para llevarlas a la pantalla grande, lo cual convierte a Stephen King en uno de los autores más buscados para trasladar a imágenes las pesadillas puestas por él en letras de molde.

Más aún: el autor de Maine es de los pocos que se ha dado el lujo de que sus historias hayan sido llevadas al cine por directores de la talla de Stanley Kubrick (El resplandor), Brian de Palma (Carrie) y Johnn Carpenter (Christine), entre otros más.

El primer cuento con el que me topé que fue llevado a la pantalla grande es el titulado Camiones, que en México titularon –tan dados aquí al tremendismo—como Ocho días de terror, en alusión al tiempo en que los vehículos cobran vida propia y toman el control del mundo, si bien la historia transcurre en una típica gasolinera de Estados Unidos.

Lo más curioso de todo es que esa cinta (que en inglés tiene el mismo nombre del cuento en el que está basada) fue dirigida por el mismo Stephen King, que para ser la primera vez que incursionó en ese terreno no estuvo tan mal.

Otro de los cuentos convertido en película es A veces vuelven, que incluso tuvo una segunda parte, aunque es de esas historias que en nuestro país nunca tuvieron una corrida formal en los cines, por lo que se fueron directo al video (al menos a mí me tocó encontrarla en el que fue mi Blockbuster consentido).

Como sea, el cuento versa sobre unos pandilleros que matan al hermano del personaje central cuando ambos eran muy jóvenes, pero 15 años después reaparecen para amargarle la existencia exactamente iguales que como eran entonces, aunque esta vez con una maldad nada terrenal.

El mismo camino siguió el cuento titulado Basta, S.A., aunque cabe aclarar que forma parte de otras historias breves que se reunieron para hacer un largometraje estándar. No recuerdo qué nombre le pusieron al relato en cine, pero se trata de un fumador empedernido que se ve obligado a dejar el vicio tras ser sometido a un poco ortodoxo pero muy efectivo método que incluye a su propia familia. Por cierto, el personaje del cuento es interpretado en la pantalla por el siempre eficaz y generalmente desaprovechado actor gringo James Woods.

El más importante de todos estos cuentos que han sido trasladados al cine es tal vez el titulado Los chicos del maíz, que en México recibió el más apropiado nombre de Los niños del maíz. La importancia del relato la encuentro en el hecho de que la misma historia fue sobreexplotada con una saga que llegó al menos hasta la quinta cinta, ya totalmente agotada la premisa original: los rituales de unos jóvenes, con influencias indígenas latinoamericanas, capaces de llegar a cometer asesinatos brutales.

Es posible que alguno más de los 20 relatos que conforman El umbral de la noche haya sido adaptado al cine, pero por lo menos de los cuatro citados no tengo ninguna duda. De hecho, salvo dos o tres cuentos que sí resultan un poco flojos, la mayoría de los que integran este libro son excelentes y perfectamente adaptables al cine.  Varios de ellos, incluso, son auténticas obras maestras de la narrativa breve, como los siguientes casos:

El último turno, que se refiere a un viejo almacén en el que las ratas han logrado evolucionar en la oscuridad, yendo en contra de la propia naturaleza; El coco, un ser maligno que es motivo de los miedos infantiles y al que en Estados Unidos se conoce popularmente como bogieman; Campo de batalla, donde unos soldados de juguete adquieren vida para vengar la muerte de su creador; La cornisa, intenso relato de un hombre que es obligado a darle la vuelta, de lado a lado, a un rascacielos teniendo como único punto de apoyo la cornisa del título.

También los siguientes: Sé lo que necesitas, donde un joven se obsesiona con una mujer al grado de hacer cualquier cosa con tal de quedarse con ella; El hombre que amaba las flores, clásico e infaltable tema recurrente del asesino serial, y Un trago de despedida, donde se aborda con excelente puntería el tema de los vampiros.

A los anteriores cuentos hay que añadir los otros cuatro relatos mencionados que fueron adaptados al cine y que son pequeñas joyas literarias salidas de la pluma de un maestro del terror como lo es Stephen King, que con El umbral de la noche nos lega una obra paradigmática.

*Columna publicada el 27 de agosto de 2018.