POR Bibiano Moreno Montes de Oca
Aunque un grupo de cuatro directores mexicanos realizaron igual número de cortos cuyo resultado desigual y final fue la cinta de culto Cero y van cuatro, hoy mi tema son cinco episodios compartidos con el desaparecido gobernador Gustavo Vázquez Montes, que por estas fechas estaría celebrando su cumpleaños. En honor al amigo me voy a permitir contar algunas breves anécdotas que compartimos durante su campaña y su reducido periodo en el que fue gobernador de Colima apenas pasadito un año.
No es mi intención hacerle competencia al amigo y colega Javier El Tablitas González Sánchez, que tiene en preparación un libro anecdótico de su larga vida de reportero. Mi intención es simple: las anécdotas sobre Gustavo Vázquez son un pequeño homenaje a GV por su aniversario. Sólo eso. Las comparto con respeto a su memoria. Y aunque hay algunas que ya en otras ocasiones he mencionado, hay otras que son inéditas. Sale y vale.
1.—En plena campaña y en su propio municipio, Tecomán, al candidato a gobernador lo agarró un temblor. La historia la contó él mismo a un grupo de periodista de todas sus confianzas, con los que solía explayarse libremente. Estaba en una reunión con los simpatizantes convocados, de manera que, al comenzar el zangoloteo por el sismo, la gente corrió a protegerse en todas direcciones, dejando a Gustavo solo en una parte que quedó convertida en una especie de trampa mortal.
Cuando todos sus amigos y colaboradores se sintieron a salvo, se dieron cuenta que Gustavo no se había movido del sitio en el que se encontraba. Todos ellos, angustiados, le gritaban que se dirigiera hacia tal o cual lugar en el que estuviera más seguro. Ciertamente, el candidato tenía todas las de perder, por lo que por su mente pasó una frase.
Dijo Gustavo que, cuando creyó que todo estaba perdido para él, pensó para sí: “¡Chingaste a tu madre, candidato!” (Las carcajadas que soltamos debieron haberse escuchado hasta Singapur).
2.—Al triunfo de la causa, había el compromiso con Gustavo Vázquez para incorporarme a su equipo. Al mes de tomar posesión de su cargo, tras el accidentado triunfo en dos campañas consecutivas (la constitucional y la extraordinaria) que ganó en buena lid, me recibió en el amplio despacho de gobernador en el segundo piso de Palacio de Gobierno.
Lo encontré a sus anchas, pleno de vitalidad. Me presumió la colección de tableros de ajedrez que le habían regalado (era un juego que practicaba) y, de pronto, como que le caía el veinte de la razón de mi visita, tocó el tema. El cargo que me interesaba era el de la Coordinación de Análisis y Desarrollo Sociopolítico, un puesto que Fernando Moreno Peña, il capo de tutti capi, le había asignado de inmediato a Miguel El anzueleado/La galleta de avena/La boya marina Acosta Vargas, su incondicional.
Le comenté a Gustavo que ese era el cargo que me interesaba, pero le hice notar que ya se lo habían dado a Acosta Vargas. Con un sentido pesar, sabedor de que eso era algo que había estado fuera de su alcance, me dijo apesadumbrado:
—Sí, hombre, por poquito nos lo ganaron.
(Nótese que, al decir “nos lo ganaron”, Gustavo se hacía partícipe de la derrota –suya y mía— frente al gandalla Fernando Moreno. Lástima que, cuando ya se estaba sacudiendo de encima al enanín para poder trabajar libre de ataduras, sobrevino el avionazo).
3.—La única vez que le tocó presidir el festejo con periodistas por el Día de la Libertad de Expresión, los colegas Topiltzin Ochoa Cervantes (qepd), Adalberto Carvajal y yo platicábamos animadamente al fondo del local que se encuentra por la zona sur de la ciudad de Colima. En esas estábamos cuando vimos que llegaba el gobernador por una puerta trasera para tratar de no llamar mucho la atención e interrumpir a los que ya se divertían como enanos (¿realmente así se divierten los enanos? Lo ignoro), entre copa y copa.
Así, al cruzar el umbral de la puerta del fondo del local de fiestas en el que nos encontrábamos los tres periodistas, a los primeros que vio Gustavo fue a nosotros. Lo saludamos efusivamente. Venía contento el gobernador. Y yo, aprovechando que se le veía bastante relajado, de repente le solté la siguiente pregunta:
—¿Ya sabías, Gustavo, que Topiltzin es juez?
Desconcertado, dijo no saber nada. Entonces yo rematé con lo siguiente:
—Porque ya está listo para el cazo (cazo de las carnitas, no el caso que se lleva en los juzgados, pero el juego de palabras siempre es efectivo cuando se lo aplicas a un gordito, que era el caso de mi extinto compadre).
Gustavo y yo soltamos sonoras carcajadas durante algunos segundos; sin embargo, al ver que el chiste no le había causado ninguna gracia ni a Topiltzin ni a la Ada Carvajal –supongo que éste por solidaridad—, sensible como era, de inmediato el gobernador que cambia de tema, con la obvia intención de ya no herir más los sentimientos de mi atormentado compadre.
4.—En una reunión de consejeros del CDE del PRI, que sería la última a la que asistió en su calidad de gobernador, aproveché para recordarle a Gustavo que ya me levantara el castigo con algún empleo formal, pues a pesar de haber enviado muchos análisis sobre la problemática local al que fuera su jefe de asesores, Aureliano Hernández Alonso, éste jamás me pagó ni medio centavo. Contabilicé seis meses en los que colaboré en esa área, por instrucciones del gobernador, pero el miserable ex “líder” sindical de maestros fingió demencia.
Mi intención, pues, era hablar con él para ver si podía remediar las cosas. No sería tarea fácil, pues al tratar de salir de la sede priista, por la calzada Galván, la marea humana no permitía acercarse al querido político tecomense. En una de esas, cuando la marea lo acercó hasta donde me encontraba, lo saludé (con el respectivo abrazo de rigor) y le espeté a bocajarro:
—Gustavo, yo ya vivo mejor, pero me hace falta vivir mucho mejor (ese había sido uno de sus lemas de campaña).
Soltó una franca y cristalina carcajada, la de un hombre bueno, pero de inmediato me dijo, con esa agilidad mental de la que era poseedor:
—En esa etapa de vivir mejor estamos ahorita. Espérate a la de vivir mucho mejor, que es la que sigue. –Y se despidió de mí, arrastrado por la ola que se lo llevó por otro rumbo.
5.—El 24 de febrero de 2004 fuimos a la comida china don Víctor de Santiago, David Martínez Mora y yo. En la sobremesa nos acordamos de Topiltzin, que convalecía en su casa después de un accidente automovilístico en el que tuvieron que operarlo de la cadera. Acordamos ir a visitarlo a su casa, por los rumbos de la Diosa del Agua, de donde por cierto fue echado por la arpía que había sido su esposa, Norma Gutiérrez Flores.
Le dio gusto a mi compadre que lo visitáramos sus tres colegas con los que tantas historias compartió. Estaba en su recámara, viendo la TV de plasma de 40 pulgadas. Platicaba con nosotros y se alternaba para mirar las imágenes de la pantalla. En ese momento daban a conocer que el avión en el que viajaba Gustavo Vázquez Montes y algunos de sus colaboradores, así como un empresario, se había estrellado por los rumbos del vecino estado de Michoacán, cuando volaba de regreso a Colima desde el aeropuerto de Toluca.
Al principio albergábamos la esperanza de que se tratara de un error y que al avión del gobernador de Colima no le había pasado nada. Inútil: poco después el conductor de un noticiero de la capital del país confirmaba la infausta noticia de la muerte de Gustavo Vázquez.
Fue un golpe terrible para todos los que, mudos, observábamos la pantalla de la TV. Nos despedimos de Topiltzin muy apesadumbrados para ir a dar la noticia que cimbraría a todo Colima durante los siguientes días.
Antes de despedirse en el breve encuentro que tuve con él en la sede del CDE del PRI, Gustavo me dijo: “Luego nos vemos”. La frase no resultó premonitoria, pues la fecha en la que trataría de verlo de nuevo, el 24 de febrero, nunca tuvo lugar.
*Columna publicada el 18 de agosto de 2020.