POR Gustavo L. Solórzano
Rosita, mujer entrada en años, de voz grave y fumadora empedernida. Era coronada cada año como la Reyna de los choferes. Hombres del volante, y por pura guasa, solían vestirse de mujer y resaltar sus carentes atributos femeninos, con globos o trapos hechos bola. Ella, radiante, con la felicidad reflejada en su tez morena y finamente maquillada, mostraba la pureza de su alma a través de un rostro de franca sonrisa. La cabalgata de la gasolina, decían, ¡vamos! Era una fiesta para las familias observar a don fulano o a don mengano, que seguros de su heterosexualidad, cambiaban su personalidad a por carcajadas.
Recuerdo de aquellas épocas a José Jiménez “el Burras”, hombre clave en la Asociación de Charros Camino Real, y vigente al cien por ciento. A Ramón Aguilera y a Rosendo cuyos apellidos no recuerdo, junto con otros forjados jinetes, contribuían con el “Pitocho”, (el del pito número ocho) quien enérgico, serio y comprometido con su responsabilidad, coordinaba la cabalgata sin permitir desorden ni faltas de respeto. Había una imagen que cuidar, la tradición así lo ameritaba.
Un hombre con rasgos orientales, viajaba en un carretón elegantemente adornado y tirado por una mula. Llevaba una tinaja y repartía a quien él decidía, un vasito con tuxca. Una bebida espirituosa que al igual que el tequila, la bacanora, la raicilla y el comiteco, son una variedad de mezcal.
Dichas bebidas se obtienen de diversos agaves; en el caso concreto del tuxca, es traído de la región de Tuxcacuesco, Jalisco, precisamente de donde obtiene su nombre. Por cierto, la palabra tuxcacuesco proviene del náhuatl tascahuescomatl, y significa “granero empozado”, “sitio escondido” o “pájaro sobre piedra”. La chirimía con su melancólico sonido, desde temprana hora recorría algunas calles de nuestra ciudad anunciando la fiesta patronal en honor a San Felipe de Jesús. Las solemnes campanadas de catedral, anunciaban la partida, Julián “el Matalote”, de saco, corbata y unos guarachotes que contrastaban con su imponente figura.
Julián era uno de los que bailaba los monos en mi infancia, ojos grandes, cabello enmarañado y obeso, tenía carácter de pocas pulgas. Eso sí, era bueno para bailar y al sonar la última campanada que anunciaba el medio día en Colima, iniciaba la procesión rumbo a la Villa. El emblema taurino, los mojigangos, el carretón tirado por la mula, la banda y un cortejo de briosos corceles montados por hombres experimentados y curtidos en el campo, formaban parte del convite. Niños acompañados de sus padres y otros en bicicleta, se sumaban al festejo, sin duda era totalmente familiar. A su paso, la cabalgata iba sumando jinetes que llegaban tarde, muchas personas sentadas libre y felizmente afuera de sus casas, aplaudían el paso de la fiesta.
Qué tiempos aquellos señor don Simón, amarraban a los perros con longaniza y no se la comían, decía mi madre.
Hoy la gente, no los tiempos, han cambiado y mucho. Algunas personas no sabes si van o vienen, el alcohol fluye como la lluvia en julio y la basura tapiza tristemente la fiesta. “La tradición, para muchos dejó de serlo y es tan solo un pretexto pal trago”, dice un viejo jinete. “Ya no semos los mesmos profe.” Su mirada se pierde en la distancia como si quisiera rescatar al remoto pasado.
Aprovecho estas líneas, para enviar un saludo a Gerardo López Rosas, apodado “El pasado”, coordinador y bailador de los famosos mojigangos, por muchos años. Hoy Gerardo baila los monos en sus recuerdos, pues ya está retirado y disfruta a su familia.
ABUELITAS:
Importante que en los centros comerciales de nuestra ciudad y estado exista vigilancia policiaca. La mañana de este miércoles, una ciudadana corrió peligro al ser asaltada por dos personas del sexo masculino. Afortunadamente la denuncia y pronta intervención de las fuerzas de seguridad llevaron a feliz término el hecho. Pudo haber sido peor, reitero, afortunadamente no fue así, pero el susto y sus consecuencias nadie los quita. Ojalá que alguna autoridad sugiera, proponga, u ordene, lo necesario. Hace algunos años Mitchell Ventura, un bombero bien intencionado perdió la vida intentando salvar a una persona en circunstancias similares. Es cuánto.