POR Bibiano Moreno Montes de Oca
Una obra monumental es, sin duda, la novela El cuarto poder, del escritor inglés Jeffrey Archer. No es monumental por el número de páginas (cerca de 800 en letra pequeña), sino por su temática: el enfrentamiento entre dos magnates que a toda costa tratan de apoderarse de los periódicos y los demás medios de comunicación que se les atraviesen en el camino (televisoras, radiodifusoras, revistas), aún en tiempos en los que no se alcanzaban a vislumbrar las redes sociales, que en el nuevo milenio empujan fuerte y podrían llevar a la desaparición total a los tradicionales diarios impresos.
La obra de Jeffrey Archer se antoja monumental por su temática de los medios de comunicación y de los periodistas que los manejan, a los que desde el siglo XIX se conoce, en efecto, como el cuarto poder, es decir, el que sin estar constituido formalmente y sin tener que ser electo por el pueblo, ejerce una función que ha llegado a estar por encima de los otros tres. Bueno, al menos durante casi dos siglos, habiendo llegado el cuarto poder a su máximo esplendor en las tres últimas décadas del siglo XX.
La historia de Jeffrey Archer inicia a fines de la década de los 20 del siglo XX, cuando nacen los dos protagonistas de El cuarto poder; el australiano Keith Townsend, nacido en una población llamada Torak, y el judío Lubji Koch, de Douski, Rutenia, una población arrinconada en las fronteras de la entonces Checoslovaquia (ahora dividida en Eslovaquia y República Checa), Rumania y Polonia. Este último, por emigrar accidentalmente a Inglaterra en tiempos de la Segunda Guerra Mundial, tiene los nombres de John Player (tomado de una marca de cigarros) y el definitivo de Richard Dick Armstrong.
Los futuros magnates nacen en condiciones totalmente diferentes entre sí, por lo que la vida del judío Lubji (después Armostrong) resulta más interesante. Así, mientras el originario del país de los dingos y los canguros nace en un hogar de buena posición económica, el de Rutenia llega al mundo en medio de una enorme pobreza. La madre del judío tiene como máxima aspiración que su hijo llegue a convertirse en un rabino. Conforme crece el pequeño, rodeado de gente que habla diferentes lenguas (ruso, polaco, rumano, checoslovaco), tiene la habilidad de aprender esos idiomas sin mucho esfuerzo, lo que en el futuro le será de mucha ayuda.
El futuro magnate de los medios de comunicación, cuyo pueblo es víctima de las hordas nazis, vive en varios lugares de la región eslava, siempre huyendo de los alemanes. Por fin, después de rodar por varios lugares y hasta ser rescatado por unos gitanos, llega accidentalmente a Inglaterra, cuyo idioma inglés desconocía hasta entonces. Así, cuando miembros del ejército comprueban que llega al país huyendo de los nazis, lo dejan quedarse en Gran Bretaña, lo que el joven aprovecha para darse de alta en el ejército para pelear contra los que han sido la causa del sufrimiento de su pueblo de origen.
Pasada la Segunda Guerra Mundial, el oficial Armostrong se queda en la Alemania dominada por Estados Unidos, Inglaterra, Francia y la URSS. Por supuesto, el lugar que le corresponde al judío es el lado inglés, aunque no tiene problemas para introducirse a los otros tres, donde hace contactos y establece relaciones que resultarán fundamentales para su actividad futura una vez instalado en definitiva en Londres. Porque es en Berlín donde se apodera de su primer periódico y se hace de los derechos de textos científicos para ser divulgados en el idioma inglés, pues los alemanes no podían hacerlo en la etapa de la postguerra.
El australiano no tiene una vida tan intensa como su futuro enemigo inglés: su padre, sir Graham Townsend, es propietario de los periódicos Melbourne Courier y del Adelaide Gazette, razón por la que no sufre penurias. Más adelante, en el apogeo de su reinado como magnate de los medios de comunicación, ya es el propietario de 297 periódicos, cuyo público lector combinado superaba los mil millones de personas en todo el mundo.
El oficial Armstrong es un tramposo, un corrupto, un desalmado y un tipo sin escrúpulos. El australiano es casi, aunque un poco más moderado. A ello se agrega que es un mentiroso encantador. Su frase favorita, para no hacerse responsable de algún acuerdo previo que alguien ya daba por hecho, era: “Lo siento. Le mentí”. El inglés se relaciona con el oficial ruso Tulpanov, un sujeto que parece conocer hasta los más íntimos secretos de todos los que lo rodean, lo que a la postre lo lleva a ser el número uno del KGB ya en la década de los 80.
Así, por esa relación de colaboración mutua, el judío se hace del periódico alemán Der Telegraf, que le birla al verdadero propietario, que por ser judío en la Alemania de los nazis no podía tener propiedades todavía en la época posterior a la gran conflagración. Aparte del periódico, Armostrong también se apodera de los derechos para difundir libros de científicos alemanes en todo el mundo (lo que también ellos tenían prohibido hacer en esa etapa posterior a la guerra), al instalarse en Londres con la empresa Armstrong Communications, donde incorpora a parte del personal que tenía en la Alemania dividida.
En Australia el magnate Townsend tiene la intención de hacer el periódico de circulación nacional que le hace falta a su país. Lo logra con el Continental, que es recibido con entusiasmo al principio, aunque al final no resulta ser lo que la gente esperaba, con su tiraje de 200 mil ejemplares diarios. Cuando el enfrentamiento entre Townsend con Armstrong tiene lugar, este último contaba con 19 periódicos locales y regionales, 5 revistas regionales, el 25 por ciento de una televisora y el 49 por ciento de una radiodifusora regional.
La última adquisición de Armstrong hasta ese momento había sido el London Evening, aunque aún le faltaba un diario nacional. La oportunidad llegó cuando el dueño del Globe publicó una convocatoria para decidir a quién venderle. Por supuesto, también Townsend está interesado en apropiarse del Globe, de manera que entre ambos magnates compran casi toda la circulación del diario para que los empleados de ambos recorten y envíen su voto. La partida la gana el dingo, con una apretada competencia.
En un golpe de audacia, donde tienen lugar el engaño, las trampas y demás, el inglés se hace del Citizen, el mayor diario de circulación nacional que le hará la competencia al Globe por los mismos lectores. Ahí podría haber terminado la guerra a muerte entre ambos personajes, cada uno con su diario de circulación nacional en Inglaterra, pero no es así: siguen con un enfermizo afán de ganarle uno al otro, aunque para ello se metan en un peligroso laberinto que podría llevarlos a la bancarrota.
Y es que, por ejemplo, Townsend comienza a perder dinero con el Globe, pues se tiene que enfrentar al poderoso sindicato de trabajadores de prensa, a pesar de contar con el apoyo de la primera ministra, Margaret Tatcher. En cinco años, empero, logra superar las ventas de su periódico, por lo que decide no ir a Australia hasta que el Citizen quite su lema con el que aparece todos los días: “El diario más vendido de Gran Bretaña”.
En medio del sabotaje entre el personal de uno y otro periódico londinense, el pleito por apropiarse de otros medios de comunicación se traslada a Estados Unidos, donde Armstrong se hace del New York Star. ¿Cómo logra tal hazaña? Sencillo: contando en el idioma yiddish sus desventuras en el holocausto judío al dueño del diario. El problema es que sólo se hace del 10 por ciento de las acciones. Así, para tener el control del diario se ocupa el 51 por ciento de los votos, que gana Townsend.
Ante esa jugada maestra, Armostrong se hace del Tribune, diario de Nueva York con sede en la ciudad de Chicago, que le puede hacer competencia al New York Star. Sólo que existe un pequeño detalle: está en bancarrota. El inglés acepta hacerse cargo del periódico por 25 centavos de dólar, el precio del ejemplar. Cree que los abogados no aceptarán, pero no es así. La oferta la había hecho desde la Torre Trump (propiedad del sujeto que ahora es el presidente de EU), así que lo invitan a que conozca las instalaciones del diario antes de que tome alguna decisión.
Dice el autor de El cuarto poder que fue amor a primera vista: el periódico que le ofrecían, aunque en bancarrota, estaba frente al de su rival, por lo que decide adquirirlo, aunque ya para entonces sin contar con liquidez por tantas y tantas transacciones hechas a base de trampas, traiciones y engaños.
La última aventura a la que se enfrentan ambos protagonistas es cuando el inglés Armstrong hace una oferta por 2 mil millones de dólares a la empresa Multi Media, que entre sus propiedades cuenta con 14 periódicos, que se extienden desde el estado norteamericano de Maine a México, 9 emisoras de televisión y la revista de TV de mayor venta en el mundo, de tal suerte que tiene liquidez y goza de cabal salud financiera.
El problema, sin embargo, es que ya ninguno de los dos personajes tiene un quinto en la bolsa, aunque se hacen de algo a base de triquiñuelas. Entonces es cuando pretenden venderle activos uno al otro, fingiendo tener liquidez y como no quiere la cosa. Al final, uno de ellos alcanza a ser rescatado de la bancarrota, pero los enfrentamientos entre ambos se llevan al otro a la tumba. Todo, claro, por tratar de ser lo más cercano a lo que representa el cuarto poder, que hoy en día ha venido a menos por las redes sociales, que se han erigido en las nuevas alternativas del periodismo del futuro.
La novela El cuarto poder, no obstante, es un catálogo de las atrocidades que se pueden llegar a cometer en nombre de la libre empresa, por la ambición desmedida de los dos magnates que la protagonizan.
*Columna publicada el 21 de diciembre de 2018.