Ocurido en un velorio*

POR Bibiano Moreno Montes de Oca

Me aseguran que la historia es real y que ocurrió en esta capital hace casi medio siglo. Sin ánimo de ofender a los que hayan formado parte de la trama, traigo a cuento el tema después de haber leído un cuento sobre un muerto que revivió en un pueblo del norte del país, autoría del escritor Daniel Sada, que a la vez me recordó el caso de aquí.

De acuerdo con la historia, los deudos y amigos de una persona fallecida la velaban en una funeraria céntrica, hoy desaparecida. Todo transcurría de manera normal esa noche, hasta que alguien notó que el cuerpo del muerto tuvo una reacción que causó su movimiento, lo cual es –según los forenses— algo hasta cierto punto natural, pues uno todavía puede tener ciertos reflejos a causa de lo que se denomina rigor mortis.

La persona que observó el movimiento del difunto, aterrada, gritó espantada que el muerto se había movido, al tiempo que salía despavorido de la sala en el que se llevaban a cabo las exequias. La gente ahí congregada también reaccionó asustada y, haciéndole segunda al primero que corrió, comenzó a huir del lugar desordenadamente.

Al velorio había asistido un hombre sin las dos piernas, razón por la cual se encontraba en una silla de ruedas, cerca de la entrada de la funeraria. Los gritos desaforados de la gente que corría despavorida hacia la calle lo hicieron darse cuenta de lo que sucedía.  Su temor se volvió terror al saberse en desventaja frente a los demás que podían utilizar sus piernas para poner tierra de por medio.

Con desesperación, el mochito pedía que alguien le ayudara a escapar del lugar, aunque obviamente nadie le prestaba mayor atención, ocupados todos en largarse lo más lejos posible de donde se hallaba el muerto que se había movido. En un acto desesperado, cuando se dio cuenta que venía corriendo el último de los asistentes al funeral, el mocho hizo acopio de todas sus fuerzas y, en un acto digno de un acróbata, se lanzó sobre la espalda del que huía.

Si bien aterrado, el sujeto no dejó de correr, con su carga en la espalda, pero dando grandes gritos de pavor, diciendo que el muerto lo había agarrado y no lo quería soltar. Así corrió unas dos cuadras, pegando de gritos, hasta que al fin logró escuchar lo que le decía el que iba sobre su espalda:

—¡Soy yo, soy yo!

—¿Quién eres?

—¡Soy yo, el mocho!

El que corría como alma en pena detuvo abruptamente su carrera. Lanzó a su carga al suelo y, aún con el miedo reflejado en el rostro y en la temblorosa voz, sólo atinó a decir:

—¡Pinche mocho, qué susto me sacaste!

*Columna publicada el 9 de marzo de 2017.

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