POR Bibiano Moreno Montes de Oca
Mi lugar favorito para tomar café está en el local que se encuentra por el andador Constitución de esta capital. Con cierta regularidad, empero, acostumbro instalarme en el área de las sombrillas del Portal Medellín, pertenecientes al hotel que ahí se encuentra, para el arreglo de asuntos periodísticos. El martes estuve un buen rato en ese lugar, compartiendo una taza de café con mi interlocutor.
Más tarde, al terminar el asunto, me quedé otro buen rato tomando café, en virtud de que uno tiene derecho a una nueva dotación después de consumida la primera bebida de la taza. Así, pude observar que un gringo discapacitado (huésped del hotel) era apoyado para acomodarse en una moderna silla de ruedas. La ayuda se la dieron meseros del restorán que pertenece al hotel, que con esfuerzos lograron sentarlo en ese aparato rodante para que se acercara a una de las mesas a disfrutar una refrescante naranjada.
En lo que yo consumía mi café, el gringo lo hacía con su bebida, casi dándome la espalda. Noté que le faltaba una pierna, pero la otra no se encontraba precisamente en mejores condiciones: se le veía hinchada, colorada y algo deformada, como si le hubiera caído encima algún objeto muy pesado que obligó a la amputación de una de sus extremidades inferiores, dejando la otra en pésimas condiciones. No obstante, el gringo no se veía tan deprimido, como cabría estarlo alguien más en su lugar.
Después de terminar su naranjada, el gringo se fue hacia donde se concentran los meseros, que poco antes lo habían atendido para acomodarse en su silla, habiéndome sorprendido, por cierto, la fluidez con la que uno de ellos se comunicaba en perfecto inglés con el gringo. Parecía como si estuviera narrando un partido de futbol por la forma impecable de entablar el diálogo con el ciudadano del vecino país del norte. Entiendo que es requisito –conocer el idioma inglés— para poder trabajar de mesero en ese hotel del Portal Medellín.
El caso es que el gringo no encontró a ningún mesero disponible y regresó al lugar en el que había estado antes. Con señas, a corta distancia mía, me dio a entender que si le podía entregar algunas pertenencias que había dejado en una de las sillas, algo de lo que ya me había percatado. No le entendí ni madres, pero quería que le pasara sus cosas. Así lo hice. En agradecimiento, después de meditar un rato, se acercó un poco más y me dijo en español con un marcado acento gringo:
—¿Qué hacen las vacas cuando no se trabaja?
—Pues aquí no hay vacas? –dije, medio confuso, por la pregunta.
Imitando el mugido de una vaca me ilustró un tanto divertido:
—Cuando no se trabaja, las vacas están de vacaciones.
Me conmovió esa inocencia suya, ajena a la malicia. Más animado volvió a la carga:
—¿Cuál es la comida favorita del diablo?
—No sé –dije, incapaz de saber por dónde iba su pregunta.
—Papas fritas –dijo, divertido.
Sonreí, pero nuevamente por su inocencia, no por su chiste malo. Creí que seguiría con lo mismo, pero cambió de tema. Me preguntó a qué me dedicaba. Le hice notar que soy un periodista, imitando con las manos que escribía en un teclado invisible. Al principio creyó que yo era músico, pero finalmente entendió que soy periodista. En cambio, resultó que él sí era músico, aunque no supe qué tipo de música dominaba: clásica, rock, pop, jazz, etcétera. Se lo iba a preguntar, pero de nuevo se alejó a buscar a los meseros para que le ayudaran a buscar un taxi especial para discapacitados.
Como ya no se volvió a acercar a mi mesa el gringo discapacitado, decidí marcharme de ahí, después de haber terminado mi doble ración de café. Por cierto, qué malo está el que sirven en ese hotel del Portal Medellín. En el andador Constitución está mucho mejor, con la ventaja de que se disfruta más rodeado de los amigos que ahí se dan cita a cierta hora de la tarde.
*Columna publicada el 6 de octubre de 2016.