El magistrado más ojete en la historia de Colima*

POR Bibiano Moreno Montes de Oca

El poder marea a los que nunca lo han tenido, pero a otros hasta los enloquece. La mejor definición sobre ese fenómeno la da el presidente Adolfo López Mateos, cuando a un amigo recién llegado al poder le dio algunos consejos de humildad y trato justo con la gente, pues si llegaba a comenzar a cometer excesos con los demás desde la altura de su posición, así estuviera arriba de un ladrillo, los demás podrían concluir lo siguiente: “Mira, a ese ya se le subió lo pendejo”. Bueno, eso es lo que sucede con Miguelito García de la Mora, magistrado del Poder Judicial.

No obstante, a Miguelito García habría que cambiarle el sentido de la frase, que a él se le acomoda mejor así: “Mira, a ese ya se le subió lo ojete”, más bien ojetazo, por lo que narraré en esta columna de culto a continuación. Su llegada al cargo de suyo fue muy accidentada: un grupo de abogados impugnó el nombramiento de él y de otros dos propuestos ante el Congreso del Estado en su oportunidad, mismos que tomaron posesión de sus cargos de manera escalonada, no simultánea. Las propuestas fueron hechas por el mazorquero de Silverio Cavazos.

Los propuestos, a los que se impugnó, fueron el propio Miguelito, así como María Concepción Cano Ventura y Juan Carlos Montes y Montes. La defensa de los impugnados, integrada por varios abogados, se hizo a propuesta del propio Silverio. Entre los defensores estaba un joven abogado que participaba en la Dirección Jurídica del Congreso del Estado que, pese a su edad, resultó clave para que se ganara el amparo que les dio la razón a los magistrados impugnados. A cambio del apoyo, antes de que se ganara el caso, Miguelito ofreció al joven abogado llevárselo a trabajar a su lado como proyectista.

Pasaron seis años y Miguelito García jamás se acordó del abogado, que siguió en el área jurídica del Poder Legislativo local, donde adquirió mayor experiencia. Así, en virtud de que se cumplía el periodo de seis años para el que fue propuesto magistrado, de nueva cuenta fue impugnado a fin de que no pudiera adquirir la categoría de inamovible. Este tema ya lo ha tratado en varias ocasiones, de manera que sólo diré que al impugnado le ayudó mucho el hecho de que Colima se encontraba políticamente convulsionado por la anulación de la elección de gobernador del estado en el 2015.

El caso es que, al no haber propuesta de terna por parte del Ejecutivo y no recordárselo los del Legislativo, logró convertirse en inamovible Miguelito García de la Mora. Y si bien fue impugnado en esa segunda ocasión, de nuevo recurrió a solicitar el apoyo del joven abogado que lo sacó del problema la primera vez.

Como era de esperarse, esta vez el abogado obligó a Miguelito a comprometerse a respetar el acuerdo de ofrecerle trabajo como proyectista. Así, una vez ganado de nueva cuenta el amparo favorable al ahora magistrado inamovible, a éste ya no le quedó otra que honrar su palabra. Es de destacar que el proyectista estuvo a las órdenes del magistrado por un periodo de unos cinco años, tres de los cuales se comportó con su subalterno, en términos generales, bien. Los dos siguientes años, empero, se convirtieron en una pesadilla para el joven abogado.

Es sabido por los que andan en el medio que un proyectista es el que en realidad hace el trabajo del magistrado, que sólo se limita a medio revisar el proyecto que está por salir, si no es que de plano ni siquiera hace eso. Al final, el deber del jefe es firmar el proyecto de sentencia elaborado por el subalterno que sudó la gota gorda con el trabajo de campo, que consiste en investigar y sacar informes aquí y allá, además de armar el expediente, algunos más gordos que el diputado Roberto Chapula de la Mora. Bien: el que trabaja es el proyectista, pero el que se luce con la sentencia es el magistrado.

El peor ejemplo de perversidad de una persona lo encarna el citado magistrado Miguelito: los dos últimos años se comportó con su proyectista de forma inhumana, prepotente, arbitraria, soez, sin consideración por la dignidad laboral del trabajador, como latifundista de la época del porfiriato y no un hombre de leyes del Poder Judicial de Colima. Eso es lo que lo convierte en un sujeto perverso, ruin y desalmado, sin ninguna empatía al derecho laboral de los subordinados.

Así, por ejemplo, después de sólo tardar una hora para ir a comer, Miguelito regresaba a exigir resultados de los proyectos en marcha a los dos que tiene a su disposición, además del que participa como comodín cuando lo exige la carga de trabajo. Todos debían tener listo el trabajo, como si se tratara de enchiladas, so pena de recibir una andanada de insultos y un trato digno de un sicópata, sin contar que no habían tenido tiempo de comer, por lo que habría que continuar hambreados y cansados, lo que deja en claro que así no se tiene el mismo rendimiento. Vamos, ni en la cárcel tratan así a los presos.

Como un desquite por sus traumas personales tomaba cualquier pretexto para maltratar verbalmente a sus subordinados, sin ningún respeto como seres humanos. A Miguelito lo pinta de cuerpo entero la forma tan ruin en la que se jactaba de haber despedido tiempo atrás a otro proyectista porque “no le había aguantado el ritmo”. El despedido, realmente desesperado por la falta del empleo, acudió un día ante el magistrado, acompañado de la esposa, para suplicarle que le diera otra oportunidad, a lo cual el desalmado magistrado se negó. De hecho, ese triste episodio lo utiliza de ejemplo para que otros proyectistas bajo su férrea mano sepan a lo que se atienen con un jefe tan “enérgico”.

Algún trauma bien cabrón debe corroerle el alma –dudo que tenga corazón— al magistrado inamovible, pues de manera infame trató a su proyectista los últimos dos años que estuvo a su servicio, como si una oculta envidia hubiera en su contra. El caso es que sólo en alguien con tanta maldad en su interior puede ponerse a exigir resultados a sus proyectistas sin darles tiempo de ir a comer y exigiendo tener los proyectos en curso lo más avanzados posibles, cuando es obvio que un trabajo bien hecho exige tiempo; si no, lo único que se tendrá es un mazacote hecho al aventón.

Cuando ya había pensado en regresar a su antiguo trabajo en el Congreso local, donde el joven proyectista contaba con su base, Miguelito se hizo el ofendido, como si el trato abusivo y en público que le daba fuera para estar muy agradecido, alegando que le tenía que avisar con tiempo para conseguirse a otro esclavo. El proyectista dijo que había la posibilidad de regresar al Poder Legislativo, pero que en su oportunidad se lo haría saber, para que tomara sus previsiones.

Cuando vio que sí podía regresar a su anterior cargo, el proyectista le dijo que en determinada fecha solicitaría licencia para que se aprobara en el pleno del Poder Judicial, pero Miguelito le exigió que la hiciera dirigida a él. La norma obliga a hacerlo en la forma en la que lo haría el proyectista, pero lo que el magistrado buscaba era que, con la entrega de una renuncia, no una licencia, lo podría acusar de abandono de empleo para ponerlo en mal en el Congreso del Estado, donde cuenta con incondicionales.

El abogado hizo las cosas correctamente, pero el magistrado trató de crearle problemas futuros, que incluyó que le negaran algunos pagos porque así lo decía el sistema, cuando el sistema es manejado por personas, no por las máquinas. Así, retención de pagos, beneficios y préstamos, con el beneplácito cómplice del magistrado Bernardo Salazar Santana, presidente del Poder Judicial, sufrió el antiguo proyectista, sin contar que en el Congreso del Estado el ojete encargado de la administración (que es, por cierto, un sindicalizado de mierda) le dijo que su plaza no estaba presupuestada y que, por tanto, tendría que esperar tres meses a que entrara 2022.

De manera, pues, que con el regateo infame en el Poder Judicial, urdido por el ojete Miguelito García de la Mora, además de sin poder entrar al Congreso local por espacio de tres meses, el abogado que fue proyectista vivió un auténtico infierno creado por un tipo mezquino, perturbado, que dizque imparte justicia “pronta y expedita”, quien no pudo ver realizado la sentencia final que tuvo en su último trato con el que fue su subalterno: “Haz lo que te dé tu chingada gana, pero el gusto que me da es que, al irte, me estás haciendo un favor”. Y es que, en el fondo, lo que Miguelito quiso decir es que su ex proyectista, sin él, no es nada ni es nadie. Así de ojete.

Por cierto, Miguelito es todo un Don Juan que no deja una ni para comadre en el Poder Judicial, pero por ser un tema personal me abstendré de abundar en el mismo. Sólo una anotación: es ruin y poco ético que un tipo que imparte justicia se aproveche de su posición de poder para favorecer a amantes que, al cobijarse a su sombra, tienen una repentina carrera ascendente que resulta inexplicable para aquellas que usan las escaleras y no el elevador.

*Columna publicada el 6 de abril de 2022.