POR Jorge Octavio González
¿Hasta dónde tiene que llegar la descomposición social en algunas regiones del país que, para calmar un poco las aguas, los líderes religiosos tienen que intervenir y fungir como interlocutores con los miembros del crimen organizado?
Hoy por hoy, por supuesto, estamos en la peor crisis de inseguridad que haya habido en toda la historia reciente de México.
En zonas de Guerrero, donde la gobernadora Evelyn Salgado es un cero a la izquierda, su trabajo lo tiene que hacer un obispo emérito de Chilpancingo y Chilapa de nombre Salvador Rangel, que ha estado dando entrevistas a diversos medios de comunicación acerca de las reuniones que ha tenido con líderes criminales para llegar a acuerdos.
“Estoy amenazado de muerte… no sé si el gobierno tiene miedo o está coludido con el crimen organizado”, fue lo que dijo el sacerdote en una de sus múltiples entrevistas dadas a medios de comunicación este fin de semana.
Y es que, de acuerdo a lo que narra Salvador Rangel, no hay autoridad que se imponga frente a los delincuentes y los ríos de sangre y desapariciones están a la orden del día.
A los religiosos, pese a lo que digan sobre algunos de sus malos líderes, los respetan mucho más que a los políticos; ahí caben incluso los miembros del crimen organizado, que prefieren entablar diálogo con ellos que con las autoridades emanadas democráticamente.
Tan sólo en una de las zonas más calientes de Guerrero, el obispo emérito dijo que logró reunirse con los líderes de los dos grupos delictivos más importantes, a petición de la gente que confía más en él que en el gobierno del Estado y del federal, no se diga el municipal.
Fueron cuatro religiosos, además, los que también tuvieron una reunión con los líderes criminales, sin éxito alguno; de acuerdo a su versión, uno de las células pedía un territorio que el otro no estaba dispuesto a ceder, por lo que no se selló el pacto de no agresión.
Pero el obispo Salvador Rangel, de acuerdo a sus afirmaciones, sí ha logrado llegar a acuerdos con los criminales para que ya no estén matando a gente inocente en las ciudades de Guerrero.
Y aunque esto debería ser una señal clara de la inexistencia del Estado de Derecho en México y de la ingobernabilidad que existe en diversas zonas de la República, el presidente Andrés Manuel López Obrador lo vio bien y celebró que la comunidad religiosa se inmiscuya en la pacificación del país.
Pero la autoridad principal encargada de la seguridad de los mexicanos es el gobierno de la República, que hasta el momento no ha hecho más que normalizar la inseguridad y da trato preferencial a los criminales por sobre las víctimas, muchas de ellas ninguneadas y sobajadas por el Estado Mexicano.
Increíble, por donde quiera que se le vea, que el presidente de México, en lugar de darle vergüenza que otros hagan el trabajo que le corresponde, celebre que los sacerdotes arriesguen sus vidas reuniéndose con asesinos que en cualquier momento pueden desenfundar sus armas y acabar con sus vidas.
Pero así estamos en este México.
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