POR Bibiano Moreno Montes de Oca
A la ex gobernadora Griselda Álvarez Ponce de León le sobran admiradores, de ahí que no hay muchos que relatarían un episodio que nos tocó vivir a cientos, pero que también pudo haber sido a ninguno, pues en el anonimato de las masas nadie se hace responsable de nada. A mí me tocó presenciar el hecho, razón por la que lo voy a relatar brevemente en esta columna de culto, aprovechando que estamos aún en plenos festejos por el mes patrio.
Era la primera ocasión en la que Griselda Álvarez, primera gobernadora de un estado en la historia moderna de México, le correspondía presidir los festejos del tradicional Grito de Independencia, que recuerda el inicio del movimiento libertario encabezado por el cura Miguel Hidalgo y Costilla en el año de 1810.
Fiel a su carácter elitista, sólo los politicones de peso completo y los periodistas pertenecientes a la aristocracia nopalera se contaban entre las amistades de la primera gobernadora impuesta. Así, dentro de Palacio de Gobierno se codeaba lo más rancio de la sociedad colimota de principios de la década de los 80, en tanto que afuera, en el jardín Libertad y los portales, se arremolinaba el populacho.
Estaba yo en la esquina de lo que son las calles de Madero y Reforma, en el jardín Libertad, en el momento en el que, por primera vez, una mujer vitorearía a los héroes de la Independencia de México. El lugar estaba saturado de personas, las cuales se apretujaban sin dar espacio a nadie más. Había expectación por escuchar a la mujer gobernadora, pue hasta entonces a doña Gris-celda sólo la habían antecedido en el cargo puros varones. Así, pues, inició su perorata la gobernadora con una falsedad, cuando se dirigió a los colimenses así:
—Paisanos de Colima…
Se escucharon rechiflas, gritos, guacos, aplausos, risas, chillidos, resoplidos. La gobernadora continuó con el ritual, expresándose más o menos bien, pese a un evidente nerviosismo. Al terminar el vitoreo de los héroes, la entonces gobernadora remató con el repique de la campana. Fue en ese mismo momento en que un individuo, con una sonora y clara voz, lanzó un grito que, por inesperado, resultó explosivo entre los que se encontraban en ese punto:
—¡Esa es la rucaaa!
Las carcajadas, rugientes y como si hubieran salido de una sola garganta, retumbaron por todo el rumbo del jardín Libertad donde se escuchó el grito, apenas a unos cuantos pasos de donde yo me encontraba. Es seguro que se alcanzó a oír en el balcón central de Palacio, aunque nadie hizo ningún comentario. Nunca supe quién fue el que lanzó el grito, pero fue muy evidente que le cayó muy en gracia a buena parte del populacho que lo escuchó.
*Columna publicada el 20 de septiembre de 2005.