POR Jorge Octavio González
Escudándose en su autonomía, como argumentan cada que quieren hacer algo a espaldas de la sociedad, hace algunos años la Universidad de Colima levantó muros entre sus edificios y comenzó un control militar para quienes ingresaban y salían del campus de la casa de estudios.
Y es que, con el mismo pretexto de su autonomía, nunca informaron a qué se debió dicha determinación; de hecho no hay una sola declaración del anterior rector ni del actual en donde justifiquen ese cerco que divide a la comunidad universitaria de la sociedad civil.
El tiempo, sin embargo, se encargó de dilucidar dicha incógnita: por esos años, cuando el crimen organizado se extendía por todo el territorio colimense, llegaron a querer traspasar la sede de la Universidad de Colima.
Se estaban infiltrando integrantes de grupos delincuenciales en las instalaciones de la U de C y comenzaban a reclutar estudiantes de la institución para que trabajaran con ellos como distribuidores de droga entre el alumnado y maestros que, se sabe, muchos de ellos son adictos a pastillas y sicotrópicos para permanecer activos en sus actividades.
El argumento, pues, tenía razón de ser en ese momento, habida cuenta de que las autoridades no hicieron nada por impedir que el crimen organizado se expandiera tanto y llegara al lugar donde están los estudiantes que en algunos años tendrán la responsabilidad de llevar las riendas del Estado.
Hoy, sin embargo, el control militar para quienes desean ingresar y salir del campus universitario continúa. ¿Por qué?
Porque, ciertamente, la violencia y los crímenes no sólo no han ido a la baja, sino que, encima de todo, han ido en aumento y el nivel de brutalidad es cada vez mayor; sólo basta ver el caso de la niña de 13 años masacrada por su propio padre en el municipio de Cuauhtémoc para entender la situación.
Christian Torres Ortiz Zermeño, un sujeto que vendió su alma a la gobernadora para ser el rector de la Universidad de Colima y transitar su periodo en calma, ni siquiera ha tenido el carácter de exigir a las autoridades que cuiden las instalaciones de la U de C y a los propios estudiantes.
A inicios del 2022, por ejemplo, hubo un ataque a balazos en contra de algunos estudiantes de la Universidad de Colima; el hecho causó indignación y la comunidad universitaria presionó tanto a las autoridades que tuvieron que emitir un comunicado exigiendo al gobierno del Estado el esclarecimiento del crimen de sus alumnos.
En septiembre de ese mismo año, Indira Vizcaíno fue cuestionada en los Diálogos por la Transformación acerca de los avances en la investigación del asesinato de los jóvenes universitarios; la gobernadora se limitó a decir que había avances y prometió que su secretario de seguridad pública y el mini fiscal saldrían a dar más detalles de lo que se pudiera decir públicamente.
A Indira Vizcaíno le molestó que el rector Torres Ortiz Zermeño publicara el comunicado enérgico en donde le exigía resultados sobre el crimen en cuestión; sin embargo, después de haber sostenido una reunión con él y de advertirle que no volviera a hacer eso para quedar bien con la comunidad universitaria, del asunto de los alumnos asesinados a balazos no se dijo absolutamente nada.
Ni el secretario de seguridad pública ni el corrupto titular de la Fiscalía General del Estado de Colima ni el rector ni nadie de la comunidad universitaria volvió a tocar el tema y todo quedó en el olvido.
¿Las familias, por cierto, dónde están? ¿A poco se negaron a seguir presionando a la U de C para que la muerte de los alumnos no quedara en medio de miles de carpetas de investigación? ¿Qué les ofrecieron en la Universidad de Colima para que se callaran y no hicieran más ruido?
Ya pasó más de un año de aquél vil crimen en contra de estudiantes de la Universidad de Colima sin saber qué fue lo que pasó, quién o quiénes fueron los que dispararon y por qué lo hicieron.
Y todo porque Christian Torres Ortiz Zermeño fue regañado y convidado a no ejercer presión a la autoridad a través de comunicados ni declaraciones a los medios de comunicación.
Ahora sabemos por qué el cerco se mantiene en la casa de estudios.