Historia (ni tan ficticia) del narco que fue el más buscado

por Bibiano Moreno Montes de Oca

Una traición del narco más pesado de México crea la confusión conveniente para el propio capo y el gobierno, con una ayudadita de los medios de comunicación: el hombre que ha sido abatido a tiros por elementos del ejército no es el criminal más buscado, sino un compositor de corridos al que le encuentran un rifle que es propiedad del delincuente.

Así, la historia se refiere a la supuesta muerte de Joaquín El Chapo Guzmán Loera, quien habría caído a manos de militares de Guatemala, pero no es así: se trata de una especie de biografía ficticia del jefe del cártel de Sinaloa, que en la novela El más buscado, del periodista Alejandro Almazán, se transforma en El Chalo Gaitán.

Cuando se abordan hechos reales –máxime si son recientes—, un novelista tiene el recurso de tomarse algunas licencias para armar una historia de ficción. Casi se podría decir que se trata de un hecho histórico novelado, pero en este caso el autor prefirió cambiar los nombres de los personajes reales por otros que, empero, son identificables de inmediato, si bien con ello logra salvar un obstáculo legal que le podría valer más de una demanda penal… o la vida misma.

Así, por la novela surgen personajes con los nombres de individuos involucrados en el trasiego, distribución y venta de droga desde hace unas cuatro décadas, como el propio Chalo Gaitán, el eje de la trama: los hermanos Avendaño, Nieto Fonseca, El Güero Salazar, El Rojo, Rafita Caso Quintana, Los Erres, entre otros. El único real es al que apodaban El Cochiloco, quien fue asesinado en la ciudad de Guadalajara hace más de 30 años.

En la novela es asesinado un procurador corrupto, crimen que el gobierno del presidente le endilga a El Chalo Gaitán. Mientras se acerca el momento en el que cercará el ejército y las corporaciones federales al narcotraficante más buscado, éste manda traer al rancho que le sirve de guarida a un compositor al que se conoce como El Cuervo, a quien comienza a contarle su azarosa vida, a fin de que le componga un corrido póstumo.

En la contraportada del libro se lee: “En El más buscado, resultado de la destreza narrativa del autor y de una ardua investigación, Alejandro Almazán –tres veces galardonado con el Premio Nacional de Periodismo— deja al lector estupefacto ante la naturalidad de la barbarie, la corrupción y el cinismo, reflejo literal de la candente realidad que vive México”.

La historie, ciertamente, fluye con naturalidad, aunque con el inconveniente de que el autor no es muy ducho en el manejo de los diálogos. De cualquier manera, se hace entender, porque capta la esencia del personaje real en el que está inspirado el de ficción. Es más, la forma de expresarse coincide con la que los que conocen muy de cerca al Chapo Guzmán aseguran que es la empleada realmente por el capo de la droga.

Como todo originario de Sinaloa, El Chalo Gaitán (en su papel de El Chapo Guzmán) emplea algunos regionalismos que son propios de su estado, pero no en el resto del país; por ejemplo, chacaloso, chilo, viejón, etcétera. No hay duda: es el narco que fue el más buscado por el segundo presidente de la era panista, el que aparece en la revista Forbes como propietario de una fortuna de mil millones de dólares y el que se convirtió en una leyenda negra.

Algunas frases de El Chalo Gaitán, que bien pudieron haber sido dichas a sus allegados por El Chapo Guzmán, resultaron premonitorias cuando fue creada una gran confusión por su supuesta muerte ocurrida en el vecino país del sur. Aquí van varias:

“El día que la vida nos desampare más vale dejarnos llevar con la frente en alto y los güevos gordos”.

“De nada sirve engañar a la muerte, Menos si nos venadean unos cabrones bien dañados del alma, dispuestos a arrancarnos las uñas y a cortarnos las bolas”.

“De lo que no hay falla, viejón, es de que todo en esta vida se echa a perder y yo no voy a librarla”.

“Con la muerte de mi compadre, el presidente cincuentaiséis me anda buscando y no me le voy a esconder. Ya ve lo que anda diciendo el chaparro ese: que soy la vergüenza del país, que soy un error de la naturaleza, que me he pasado los últimos años a diestra y siniestra. ¿Y por qué el bato no le cuenta a la raza que mi dinero ha sido la leña que lo ha calentado todos estos años? ¿Ya se le olvidó que a él y al sombrerudo ese con botas de puto les financié sus campañas? Y el trato que hicimos con los gringos, ¿qué?”

“… yo no nací malo: era honesto, y hubiera seguido por el buen camino si hubiese mirado que el país iba rumbo a la prosperidad y no a la mierda. Si hoy dicen que soy como el bin laden, o como se llame ese cabrón, fue por necesidad, nunca por placer. Uno no nace asesino ni traficante. Se hace…”

Sobre su estancia en Puente Grande, de donde tiempo después logró fugarse, narra el capo: “Tuve la chanza de que mis hijos los grandes se quedaran semanas conmigo. Elegí que reo se moría y cuál no. Me di mis escapadas pa´ visitar a mi amá. Mandé traer tragadera de los restoranes chacalosos de Guadalajara y de Zapopan. Les festejé la Navidad a los custodios. Pasé droga pa´ mi consumo. O sea, gracias a que el hombre trai la pus desde que es esperma, fui el rey de Puente Grande”.

En el libro viene la nota de un cable enviado desde Durango por Diego Osorno, un tipo que se especializó en el tema, quien –por cierto— es uno de los que asesoró a Alejandro Almazán para la elaboración de la novela El más buscado, donde la inconfundible figura del líder del cártel de Sinaloa aparece en la contraportada, incluida la gorra reglamentaria.