POR Jorge Octavio González
Un fin de semana largo en Colima. En Tecomán, para ser más precisos. Unos adultos mayores platicaban afuera de un domicilio; nunca imaginaron lo que les deparaba el destino. Un sujeto llegó corriendo hacia donde estaban ellos; los ancianos no atinaban a descifrar lo que sucedía. El tipo se escondió entre ellos, mientras veían a otros jóvenes llegar, sacar sus armas y disparar a sangre fría a todos los que estaban en el lugar.
Dos ancianos murieron al instante, mientras otro quedó gravemente herido. Las imágenes que circularon en los grupos de whatsapp fueron crueles: dos viejos, ya en la edad de vivir sus últimos días en total tranquilidad, inertes en un charco de sangre. Una señora abrazaba a uno de ellos, que recibió los balazos sentado en una silla.
Una tragedia. En minutos dio la vuelta a todo Colima. Una masacre de esas que el presidente de la República dice que ya no suceden. Daños colaterales. Dos ancianos inocentes muertos por las balas de criminales que venían persiguiendo a otro que, cual cobarde, se escondió entre ellos para salvar su propia vida.
Pocos notaron la presencia de un perro, sentado a un lado de la escena del crimen. Después volveremos a ello. Horas más tarde, una versión de la Fiscalía General del Estado de Colima, que no se atrevió a difundir de manera oficial, pero sí a filtrar a sus amanuenses en los medios, señalaba otra cosa: no fue un daño colateral ni se había asesinado a gente inocente; el ataque había sido directo a las personas que recibieron los balazos.
El oficialismo, con tal de seguir la narrativa de que todos los muertos son parte del crimen organizado, desmintió la primera versión y se atrevió a condenar a dos ancianos que ya no se pueden defender; fueron capaces de decir que, como el ataque había sido directo, los sicarios sí iban por ellos. No eran inocentes.
Fue directo, tal vez, porque los criminales no quisieron perder más el tiempo y decidieron disparar a todos los presentes para acabar de una vez por todas con su trabajo. Tratar de quitar a los adultos mayores podría significar que su objetivo se escapara o encontrara la manera de defenderse. A la segura, pues: disparar a sangre fría a todos los presentes para que todos murieran. Y tan, tan.
Regresamos al perro. Se llama Canelo. En la foto aparece sentado a un lado de sus dueños, siempre leal, sin ningún grito de dolor, de nada. Alguien se da cuenta que también tiene sangre entre las patas. Gente animalista va y lo recoge; se lo llevan a la veterinaria. Lo revisan. Lo valoran. Canelo recibió un balazo en una pata que le quebró el hueso. Había que operar de inmediato. Pidieron cooperación entre la sociedad para poder llevar a cabo la cirugía: más de 8 mil pesos. Se logró. Canelo aparece en otra foto con su familia, con la pata enyesada.
La versión de las autoridades de Colima, en el sentido de que el ataque había sido directo, implica que los asesinados pertenecían a algún grupo criminal. Canelo, el perro, también recibió un ataque directo. ¿Acaso también era parte de una organización criminal? Ese pequeño detalle se les escapó a los imbéciles de la Fiscalía de Colima: si todos pertenecían al crimen organizado, también el perro.
Habría que esperar, entonces, que las autoridades brinden protección a Canelo después del atentado en su contra. No vaya a ser que lo quieran rematar para que no hable. Así de estúpidas son las autoridades de Colima.